¿Existen las casualidades? ¿Somos nosotros los
constructores de nuestro propio destino? A veces parece como si alguien ahí
fuera estuviera jugando con nosotros.
Muchas veces me pregunto si no seremos como hormigas a las que un adulto
aburrido se erige como dueño y señor de sus destinos. Imaginad que estáis
pasando unos días en el campo. Por alguna enfermedad, o simplemente por pereza
o aburrimiento, pasáis largas horas sentados bajo la sombra de un árbol. A
vuestros pies, el ajetreado bullir de un hormiguero llama vuestra atención.
Después de un tiempo de mirar, sin interferir para nada en su quehacer
habitual, decidís intervenir. Elegís a una hormiga en concreto, camino de su
hormiguero. Cuando está a punto de introducirse en el mismo la cogéis y la
hacéis retroceder un metro. Tras un desconcierto inicial, la hormiga retomará
su sendero y se dirigirá de nuevo al hormiguero. Nuevamente, cuando está a punto
de introducirse en el mismo volvéis a cogerla y repetís la misma operación. Y
así una y otra vez. La hormiga se encontrará, posiblemente, cada vez más
desorientada y no entenderá nada de lo que está pasando pero,
indefectiblemente, proseguirá su proyecto trazado hasta que vosotros, ya
cansados, decidáis dejar el juego.
Otro día jugáis a hombre del tiempo y decidís, bajo el
tórrido y seco calor del verano, que no estaría mal una borrasca y un poco de
lluvia. Cogéis un pulverizador de agua y comenzáis a pulverizar la misma sobre
la boca del hormiguero. “¿Cómo es posible que con un sol radiante haya una
minúscula nube que deje caer su fina lluvia justo sobre la boca del
hormiguero?”, se preguntarían, si
pudieran hacerlo, las
hormigas. Quizás, llevados por la
maldad inherente al ser humano, preferís convertiros en verdugos y descargar
una riada que inunde el hormiguero. Cogéis unos cubos de agua y los vertéis de
improviso sobre el mismo. ¡Pobres hormigas! ¡Esto no estaba en sus planes!
¡Alerta general! Todos sus equipos de rescate se ponen en movimiento para
evacuar las larvas y ponerse todas a salvo.
Más generosos, unos días más tarde, decidís ser los
señores bondadosos del cielo y ponéis granos de trigo y diversos pedacitos de
alimento alrededor del hormiguero. ¡Vaya, ese día tendrán trabajo extra!
Rápidamente se corre la voz (es un decir, porque las hormigas no hablan) y
todas se afanan en trasladar tan suculentos manjares al interior. Esto último
podéis repetirlo durante varios días, con distintos alimentos; quizás a la
misma hora y en el mismo sitio para después, un día -de improviso- no hacerlo.
Nuevamente el asombro. ¿Qué pasará hoy que no aparecen los alimentos mágicos?
Pero las respuestas las tiene siempre el señor todopoderoso -vosotros- y ellas
no son capaces de conocer las causas ni las intenciones que os mueven. ¿No
habíamos quedado que sólo se trataba de aburrimiento y lo hacíais para
distraeros un rato?
La vida en ese hormiguero se ha vuelto muy diferente a
la de otros. Nadie encuentra parangón ni con el pasado ni con los hormigueros
vecinos. Nadie entiende las razones... pero padecen las consecuencias, tanto si
son buenas, como si son malas o indiferentes.
¿Es una casualidad, por ejemplo, que cada vez que una
hormiga en concreto va a entrar en el hormiguero, le caiga una gota de tinta en
el cuerpo? ¿Por qué cuando esa hormiga está arrastrando un pesado grano de
trigo hacia su casa, siente algo extraño
que la mueve y la acerca, ahorrándole una gran parte del camino?
No creáis que nosotros somos mucho más que las
hormigas. Si nos comparamos con otros seres inteligentes del Universo, que
haberlos “haylos”, el ejemplo del hombre y la hormiga podría ser perfectamente
válido. Pero no estoy hablando de seres extraterrestres, ni de ángeles, ni de seres
de otra dimensión; sino de “alguien” que está aquí mismo, donde nosotros; que
no podemos verlo ni comprenderlo, pero que él mismo conoce todo lo que hacemos,
interviene cuando le da la gana y -me temo- que hasta conoce nuestro futuro, lo
que ya nos adentraría en los misterios de la predestinación y, la verdad, no
quiero llegar a tanto...de momento.
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