viernes, 20 de julio de 2018

¿Existen las casualidades?


¿Existen las casualidades? ¿Somos nosotros los constructores de nuestro propio destino? A veces parece como si alguien ahí fuera estuviera jugando con nosotros.  Muchas veces me pregunto si no seremos como hormigas a las que un adulto aburrido se erige como dueño y señor de sus destinos. Imaginad que estáis pasando unos días en el campo. Por alguna enfermedad, o simplemente por pereza o aburrimiento, pasáis largas horas sentados bajo la sombra de un árbol. A vuestros pies, el ajetreado bullir de un hormiguero llama vuestra atención. Después de un tiempo de mirar, sin interferir para nada en su quehacer habitual, decidís intervenir. Elegís a una hormiga en concreto, camino de su hormiguero. Cuando está a punto de introducirse en el mismo la cogéis y la hacéis retroceder un metro. Tras un desconcierto inicial, la hormiga retomará su sendero y se dirigirá de nuevo al hormiguero. Nuevamente, cuando está a punto de introducirse en el mismo volvéis a cogerla y repetís la misma operación. Y así una y otra vez. La hormiga se encontrará, posiblemente, cada vez más desorientada y no entenderá nada de lo que está pasando pero, indefectiblemente, proseguirá su proyecto trazado hasta que vosotros, ya cansados, decidáis dejar el juego.

Otro día jugáis a hombre del tiempo y decidís, bajo el tórrido y seco calor del verano, que no estaría mal una borrasca y un poco de lluvia. Cogéis un pulverizador de agua y comenzáis a pulverizar la misma sobre la boca del hormiguero. “¿Cómo es posible que con un sol radiante haya una minúscula nube que deje caer su fina lluvia justo sobre la boca del hormiguero?”, se  preguntarían,  si  pudieran  hacerlo,  las  hormigas.  Quizás, llevados por la maldad inherente al ser humano, preferís convertiros en verdugos y descargar una riada que inunde el hormiguero. Cogéis unos cubos de agua y los vertéis de improviso sobre el mismo. ¡Pobres hormigas! ¡Esto no estaba en sus planes! ¡Alerta general! Todos sus equipos de rescate se ponen en movimiento para evacuar las larvas y ponerse todas a salvo.

Más generosos, unos días más tarde, decidís ser los señores bondadosos del cielo y ponéis granos de trigo y diversos pedacitos de alimento alrededor del hormiguero. ¡Vaya, ese día tendrán trabajo extra! Rápidamente se corre la voz (es un decir, porque las hormigas no hablan) y todas se afanan en trasladar tan suculentos manjares al interior. Esto último podéis repetirlo durante varios días, con distintos alimentos; quizás a la misma hora y en el mismo sitio para después, un día -de improviso- no hacerlo. Nuevamente el asombro. ¿Qué pasará hoy que no aparecen los alimentos mágicos? Pero las respuestas las tiene siempre el señor todopoderoso -vosotros- y ellas no son capaces de conocer las causas ni las intenciones que os mueven. ¿No habíamos quedado que sólo se trataba de aburrimiento y lo hacíais para distraeros un rato?

La vida en ese hormiguero se ha vuelto muy diferente a la de otros. Nadie encuentra parangón ni con el pasado ni con los hormigueros vecinos. Nadie entiende las razones... pero padecen las consecuencias, tanto si son buenas, como si son malas o indiferentes.

¿Es una casualidad, por ejemplo, que cada vez que una hormiga en concreto va a entrar en el hormiguero, le caiga una gota de tinta en el cuerpo? ¿Por qué cuando esa hormiga está arrastrando un pesado grano de trigo hacia su casa,  siente algo extraño que la mueve y la acerca, ahorrándole una gran parte del camino?

No creáis que nosotros somos mucho más que las hormigas. Si nos comparamos con otros seres inteligentes del Universo, que haberlos “haylos”, el ejemplo del hombre y la hormiga podría ser perfectamente válido. Pero no estoy hablando de seres extraterrestres, ni de ángeles, ni de seres de otra dimensión; sino de “alguien” que está aquí mismo, donde nosotros; que no podemos verlo ni comprenderlo, pero que él mismo conoce todo lo que hacemos, interviene cuando le da la gana y -me temo- que hasta conoce nuestro futuro, lo que ya nos adentraría en los misterios de la predestinación y, la verdad, no quiero llegar a tanto...de momento.

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