lunes, 16 de julio de 2018

Eu estou apaixonado pour voce

Abrió la puerta pensando que algo nuevo iba a ocurrir. En el dormitorio dejó su abrigo y se sentó en la cama. Despacio, fue desatándose los cordones de los zapatos y una sensación confortable le envolvió cuando sus pies tocaron –libres de la anterior opresión- los largos hilachos de la nueva alfombra. Instintivamente miró hacia la luz y tras los cristales de la ventana estaba Teresa regando las macetas. “¿Tan tarde?”, se preguntó. Ella lo vio y, sonriendo, desapareció. Iba a su encuentro. Miguel se levantó rápidamente tratando de olvidar el cansancio mental que le agobiaba, pero ella llegó antes. Se abrazaron y fue incapaz de pronunciar una sola palabra.
- Tengo frío –dijo al cabo de un rato.
- Te prepararé café –le respondió ella mientras salía a prepararlo.

De nuevo quedó solo. Una tormenta de embarullados recuerdos y sensaciones comenzó a envolverlo. “Estoy apasionado por ti”, pensó para aclarar sus ideas. Sus movimientos eran lentos, quizás algo torpes. Se veía como el hombre más feliz de todos. Mas aun así, o tal vez por eso, se vinieron a sus ojos las luchas de ayer y dudaba de haber logrado todo cuanto era hoy. “¿Puede tratarse de un sueño?”, pero aquello era real. Se miró en el espejo y vio un hombre más viejo de lo que imaginaba. “¿Cuánto tiempo ha pasado?”, trataba de recordar, pero no sabía ubicarse en el tiempo. Efectivamente no recordaba nada. Si dejase esa tormenta atrás, si quisiese vivir sin recordar, tendría de nuevo la serena felicidad de su matrimonio. Pero algo en su interior se rebelaba, como siempre, tratando de adjuntar un número y una fecha a cada pensamiento. Era inútil, hoy no podía hacerlo. Por eso corrió a la cocina, a su encuentro... ella, ella habría de serenarlo como siempre.
- Ya tienes preparado tu café.
Él sonrió mientras le oprimía levemente un brazo; aún era incapaz de hablar.
- Vamos a tomarlo al salón.
Salieron juntos llevando las tazas.
- Hoy no has puesto música al llegar del trabajo, ¿cómo ha sido eso?
- Pensaba muchas cosas.
- ¿Qué cosas?
- En ti.
Se levantó y buscó un CD.
- ¿Te ha ido todo bien?
- Sí. ¿Pongo este de Roberto Carlos?
- Sí.
Mientras comenzaba a sonar la música se sentó junto a ella y la rodeó con su brazo.
- Cuéntame qué te pasa, “silencioso”.
- Eu estou apaixonado pour voce, es lo único que se decir.
- Y además...
- Solo eso.
- Ya, no tienes ganas de pensar.
- Puede.
- Durante el primer año de conocernos eras tú el que siempre adivinabas mi silencio y me lo hacías confesar. ¿Te acuerdas? –Miguel asintió-, pero ahora es al revés y se que algo te preocupa. Bien, si no quieres decírmelo te lo adivinaré; no tienes escapatoria –dijo Teresa sonriendo.
- No hace falta, te lo diré... estoy cansado, con una gran tormenta dentro de mi cerebro. Contigo he sido cada día más feliz hasta alcanzar límites insospechados. Por eso, porque todo ha sido tan maravilloso, temo que todo sea solamente un sueño, que un día despierte y se me venga abajo. Sencillamente tengo miedo a despertar. Son tantas las ilusiones y esperanzas que he ido edificando contigo, que si un día se derrumbasen me matarían, no sería capaz de soportarlo.
- ¿Sólo eso? –le contestó sonriendo.
- ¿Te parece poco?
- No se trata de eso. Mírame, mira todo esto. Tócalo. Es real ¿no?
- Sí, eso parece.
- ¿Entonces?
Al fin había logrado su tacto liberarlo de aquella carga de pesimismo. Ya no había nada más que hablar con los labios; ahora todo lo dirían sus almas. Comenzó así, de nuevo, aquella sinfonía tantas veces repetida y que nunca les cansaba. Era un canto a lo positivo: la creación, la fe y, en medio, Dios. Un Dios sin formulismos, al que no se adora porque se lleva dentro, al que no se reza porque habla siempre en sus palabras. Un sorbo de café. Una tenue luz bañando la habitación. Una canción diciendo en otro idioma lo que ellos sienten. Un beso. Una sonrisa. Todo muy despacio, venciendo al tiempo en ese aislamiento incontrolado.

Sus pies pasaron del sociable parquet al cálido abrigo de la alfombra del dormitorio. Se tumbaron sobre la cama –cogidos de la mano- y durmieron. A la mañana siguiente, el primer rayo de sol, los despertaría.

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