Si alguna vez he lamentado no tener a mano una cámara
fotográfica fue hace ya bastantes años cuando pasé por un pueblo cercano a
Gandía (Valencia) y mi vista se posó en un peculiar establecimiento: su rótulo
decía “Librería Pastelería”. De veras que lamenté no haber tenido una cámara
para hacerme una foto a la puerta de dicho establecimiento comiéndome un libro
mientras leía un pastel.
Pero ya relacionado con la farmacia y las pastelerías
recuerdo una anécdota que me sucedió cuando tenía once años más o menos. Me
gustaba mucho ir a ayudar a mi padre a la farmacia, me conocía perfectamente
cómo estaban colocados los medicamentos, cómo se cortaba el cupón precinto,
etc. Era un buen dependiente, aunque sólo tuviese 11 años. Sin embargo un día
sucedió algo que me dejó descolocado: entró un hombre y me pidió “unos duros de
chocolate”. Yo me quedé sorprendido y al cabo de unos instantes, cuando salí de
mi estupor, le contesté muy formal que aquello era una farmacia, que tenía que
ir a una pastelería. ¡Si lo sabría yo, con lo que me gustaban las chocolatinas,
los paquetes de cigarrillos de chocolate y los duros de chocolate (esas monedas
de platilla dorada reluciente que asemejaban una moneda y cuyo interior era una
tabletita circular de chocolate!
Sin embargo aquél cliente no se había equivocado, así que me
dijo “dile a tu padre que venga”. Como la curiosidad me picaba, me eché a un
lado discretamente para averiguar desde cuándo se vendían en la farmacia
chocolatinas sin que yo me hubiese enterado. Entonces mi padre abrió un cajón
en donde había un montón de duros de chocolate... eso parecía, pero en realidad
eran preservativos que al estar envasados de esa forma se conocían
coloquialmente como “duros de chocolate”.
Desde entonces despaché “duros de chocolate” a todos cuantos
me lo pedían... que curiosamente eran siempre hombres y casi siempre los
compraban los viernes por la tarde o los sábados.
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