Estábamos reunidos en mi despacho Javier Cebrían, Carmen
Iglesias y yo, es decir, el Departamento de Publicidad al completo, buscando
nuevas ideas de regalos promocionales para que los entregara la red de ventas a
los clientes. Las visitas de los proveedores de este tipo de regalos eran
frecuentes, ya que una buena parte de nuestro presupuesto se destinaba a tal
fin: gorras, camisetas, bolígrafos, llaveros... pero también otros artículos
menos usuales: un artilugio al que se daba vueltas con la mano para que una
aguja corriese por encima de un pequeño disco y se escuchase un mensaje
promicional, una toalla que venía comprimida como una pastilla de jabón y que
al mojarla recobraba su tamaño y aspecto original, etc.
Pues bien, allí estábamos los tres revisando algunas de
aquellas insólitas propuestas de regalos promocionales y haciendo bromas al
respecto; y como imaginación y buen humor no nos faltaba, las bromas y las
risas iban en aumento, tanto que ya se escuchaban desde fuera... Y entonces fue
cuando se asomó a nuestro despacho uno de aquellos proveedores de regalos, de
uno de cuyos regalos estábamos en ese momento partiéndonos de risa.
Nos quedamos sorprendidos al verlo entrar y aún con lágrimas
en los ojos de tanta risa, lo saludamos. Este nos preguntó que de qué nos
reíamos tanto... y tuvimos que salir del paso como pudimos, divagando, diciendo
que de otras cosas, porque la realidad era que nos estábamos riendo de aquella
propuesta de regalo que nos había hecho.
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