En su obra “Pan” el escritor y premio nobel noruego Knut
Hamsun, hace un encendido elogio de la Naturaleza. En uno de sus capítulos, en
concreto, hace una oración que –aunque el propio protagonista la llama pagana-
no puede estar más imbuida de una religiosidad profunda, una religiosidad
verdadera ya que, como dijo alguien “Dios no entiende de religiones”.
Esta es la oración:
“¡Gracias desde el fondo de mi ser por las calladas
noches, por las montañas violáceas en crepúsculo, por el ruido del mar que
repercute en mí cual si fuera yo roca viva; gracias por esta vida que no
merecí, por el aliento que dilata mi pecho y por la gracia suprema de vivir
esta noche, en que la presencia de Dios se siente en el aliento de la tierra y
en el susurro de los árboles, y en el silencio de los animales, y en la
atmósfera, y en el rutilar remoto de los astros… Gracias por dejarme percibir
que la mano divina ha tejido con amor igual la vasta maravilla del mundo y el
prodigio humilde de mi existencia… Gratitud infinita crezca en mí por ver en el
espejo de mis ojos el cabecear del bosque, la tela de araña, la rosa, la espina
y el cielo; por escuchar la barca que entra en el puerto con acompasado remar,
por ver la aurora boreal que ilumina el cielo hacia el Norte. Gracias, Señor,
por haberme dado esta alma inmortal en tu infinita grandeza; gracias, en fin,
por ser yo el que estoy sentado aquí, gozando el silencio sugeridor de este
espectáculo nocturno, cuya belleza incomparable pone casi lágrimas en los ojos
y risa en los labios!”.
Si en algún sitio puede sentirse la presencia de Dios ese
lugar no es otro que la naturaleza, cuando sabemos fundirnos con ella en un
abrazo.
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