Uno de los escritores que más admirablemente han descrito
las emociones que transmite la comunión con la Naturaleza ha sido el premio
nobel noruego, Knut Hamsun. En su obra “Pan” deja algunos párrafos memorables
de la sensación que proporciona contemplar la grandiosidad de la naturaleza
incluso en sus más minúsculo detalles. Este es un ejemplo de cómo algo tan
nimio, tan simple, tan insignificante, tan poco digno –aparentemente – de atención,
es una obra maestra que colma de satisfacción nuestros sentidos:
“Un gusanillo verde escalaba, infatigable, un árbol; sus
ojos, casi ciegos, apenas le servían y a veces erguíase y palpaba en el vacío,
temeroso de nuevos obstáculos, semejante a un hilo verde que cosiera por sí
solo, misteriosamente”.
Y así, nos narra en esta misma obra, a qué extremos llega
su amor por la Naturaleza:
“Movido por esta ternura que impele mi amor hacia las
cosas más menudas, me inclino y recojo una ramilla seca: está casi podrida, su
endeble corteza no ha podido preservarla de la muerte… Al proseguir no la tiro
lejos sino que vuelvo a inclinarme para dejarla en el mismo sitio, sin
violencia, como si fuera un ser sensible; y aun antes de alejarme, me vuelvo a
mirarla con los ojos nublados; sin darme plena cuenta de que hay una fuerza
ingenua, grande y nueva en mí, que me dicta esta ternura y este adiós”.
¡Ojalá que todos los seres humanos que habitamos en este
momento nuestro deteriorado planeta, fuésemos capaces de ver y de sentir la
naturaleza von estos ojos.
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