olvidando poco a poco mi presencia.
Como si yo no existiese
se ha ensanchado a su capricho
y su sombra se ha escapado
alargada, al infinito.
Ahora me acerco al árbol
y ya no alcanzo sus ramas,
me recuesto sobre él
y nada escucho ni siento;
madera recia, corteza áspera,
copa altiva... vacío dentro.
Una rama graciosa me hace guiños en el suelo,
intento acariciarla para jugar con ella...
pero sólo es un reflejo, es la sombra que proyecta
inalcanzable a mis dedos.
Y yo quise tanto a ese árbol que a diario me ofrecía
una sonrisa, un brote nuevo,
y se mecía en la brisa alimentado de versos...
Y yo quise tanto a ese árbol ahora extraño,
que ha crecido y ha mutado
hasta hacerse tan distinto
que no hay ya quien lo conozca.
Aunque el árbol no se mueva,
anclado fuerte a la tierra,
me acerco a él y no veo
nada que antes me diera.
Ese árbol se hizo grande,
olvidando su memoria,
y ahora paso a su lado
sin sentir –aunque haga sol-
el frescor de suave sombra.
También los hijos nos crecen
y sin moverse se alejan,
olvidando a quien les dio
el amor y un GPS
que les guiara en la tierra.
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