Este último domingo leyeron una parte del capítulo 17 del
Evangelio de Lucas, pero sólo leyeron del versículo 5 al 10, se saltaron los
cuatro primeros. Y es que a muchos de los altos cargos de la Iglesia les debe
sonrojar leerlos ya que ellos no predican con el ejemplo (grandes comilonas,
personas a su servicio, lujosos apartamentos, tratamiento VIP en todas
partes...). Pues ya que no los han leído, aquí se los recuerdo yo, sobre todo
los dos primeros:
“Dijo Jesús a sus discípulos:
‘Es imposible que no haya escándalos y caídas, pero ¡pobre del que hace caer a
los demás!
Mejor sería que lo arrojaran al
mar con una piedra de molino atada al cuello, antes que hacer caer a uno de
estos pequeños’”.
Me hubiera gustado oír las críticas hacia esos altos cargos
que están acabando con la fe en la Iglesia, pero de esto nada se dijo ni se
dice. Porque en este mundo todos tenemos responsabilidades, pero esa
responsabilidad se agiganta cuando entra en el terreno de nuestro ámbito
personal y profesional.
Está mal que una persona robe, pero está peor que lo haga un
político (que se supone está al servicio de los ciudadanos que le votaron) o de
un rico (que si ya tiene más de lo que necesita, ofende si además sigue
quitando a los demás lo poco que les queda). Está mal que una persona mienta,
pero peor está que mienta un periodista (que se supone debe ser notario de la
actualidad). Y no está mal sino que está peor, que una persona que debe dar
ejemplo de humildad y amor y a los demás, como predicó Jesús, lleve una vida de
lujo, prepotencia, hipocresía y ostentación, tal como hacen muchos obispos,
cardenales, y altos cargos de la Iglesia (curiosamente este Papa es una
excepción).
Miré a mi alrededor en misa: había unas cuarenta personas,
el equivalente a un 20 por ciento del aforo. “Muy poco público”, me dije. Me
fijé en el sexo de las mismas: sólo un 10 por ciento de varones. “Ya sólo
vienen beatas”, me dije. Me fijé en la edad: una chica de unos 30 años, los
demás, todos por encima de los 65 años. “A este paso, dentro de 15 años esa
chica y el cura serán los únicos que estén en misa; todos los demás habremos
muerto”, me dije.
Y es que hay que predicar con el ejemplo, porque si no se
hace (y no se hace), la gente deja de creer en la Iglesia, en la política, en
el periodismo...
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