A la mañana siguiente, convencí a mi mujer para que fuésemos
al cine a ver “St. Vincent” (curiosamente mi propio nombre, aunque yo no sea
santo) una película de mi actor favorito: Bill Murray (Atrapado en el tiempo,
Los cazafantasmas, ¿Qué pasa con Bob?, Lost in translation...) Debo decir que
lo de “favorito” se queda corto; soy un grandísimo admirador de él, por su
enorme carisma y talento como actor... y también por su sarcástico sentido del
humor. Para mí, ir al cine a ver una película de Bill Murray no es “ir al
cine”, es mucho más: una liturgia, un acontecimiento trascendente.
Aclarado esto, continúo el relato. Fuimos al cine y
disfrutamos con la película (que, por supuesto, recomiendo por sus constantes
sorpresas y sus valores humanos) y en un momento dado, me quedé de piedra. La
escena era la siguiente: los dos principales protagonistas están sentados y
ponen la televisión, y en la televisión aparecen... ¡las primeras escenas de la
película de Abbot y Costello que había visto la noche anterior!
¿Es eso una casualidad? Por si alguien alberga alguna duda,
que se espere a leer los créditos que aparecen al final de la película...
porque otro de los protagonistas principales era una actriz cuya cara me
resultaba tremendamente familiar pero no conseguía recordar ni cómo se llamaba
ni dónde la había visto; sólo estaba seguro de que la conocía de algo. Es
cierto que su nombre aparecía en los carteles de anuncio, pero yo estaba tan
cegado por Bill Murray que él era lo único que me importaba, no quiénes le
acompañaban en el reparto ni quién era el director. Cuando la película llegó a
su final aparecieron en pantalla los créditos con los nombres de los actores y
el personaje que había interpretado cada uno de ellos. Al leer el nombre de esa
actriz, Naomi Watts, recordé inmediatamente de qué la conocía... era la actriz
principal de una película que había visto unos meses atrás y que me encantó.
Esa película se llama... “Lo imposible”.
Así que ahora hagamos balance... (Continuará)
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