Y para terminar me gustaría
hablar de la sexta palabra: continuidad. Reconozco que la mayoría de las
personas –afortunadamente- tiene grandes ideas, que muchas de ellas presentan
grandes proyectos, que algunas consiguen plasmarlos en brillantes
iniciativas... pero resulta que muy pocas personas son capaces de “mantener”
estas iniciativas, de darles la continuidad necesaria. En mi dilatada
trayectoria por el mundo empresarial, he asistido a múltiples presentaciones, a
espectaculares power points, a la puesta de largo de excelentes proyectos. Sin
embargo cuando al cabo de unos meses volvía a revisarlos ¿qué me encontraba?:
el letargo. Tras un brillante arranque (y una vez los autores se habían colgado
en su pechera las correspondientes medallas) los artífices de aquella flamante
idea se dedicaron a otras cosas y el proyecto se quedó sólo en una fachada, en
un arranque al que no se supo o no se pudo dar continuidad.
Cuando uno se plantea un
proyecto, hay que ser honestos y plantear igualmente qué es lo que se necesita
para mantenerlo, no sólo para ponerlo en marcha. Como esto no se hace y sólo se
habla de la parte bonita, resulta que luego no hay presupuesto o no hay recursos
humanos, o –simplemente- no estaba previsto que fuera tan complicado su
mantenimiento.
Por ello, el reto, el verdadero
reto en el campo de la comunicación, no es sólo presentar iniciativas y
ponerlas en marcha; el verdadero reto es darles continuidad. Porque resulta que
una brillante iniciativa que ha captado con agrado la atención de nuestro
público, se volverá en nuestra contra si ese mismo público, pasado un tiempo,
comprueba que se han frustrado sus expectativas y que todo aquello que prometíamos
ha quedado en nada, en algo paralizado, en algo que pudo ser y no fue.
Fijaros en la importancia de
esto: el hecho de no plantear al inicio cuáles van a ser las necesidades reales
de recursos y presupuesto para que dicha idea o iniciativa se mantenga viva en
el tiempo, hace que esa iniciativa (con el esfuerzo y presupuesto de su
arranque incluido) se convierta en algo negativo que afecta directamente a
nuestra credibilidad, esto es, un torpedo en la línea de flotación de cualquier
empresa, de cualquier organización y de cualquier persona: la credibilidad.
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