Hay dos clases de asesinos: los valientes y los cobardes. Los primeros intentan eliminar a su enemigo (un Jefe de Gobierno, un presidente, un Rey, etc), gente, en definitiva a quienes ellos odian y que están perfectamente protegidos; pero estudian la forma de acceder a ellos y se juegan el tipo tratando de alcanzar su objetivo. Los segundos, son tan ruines e incompetentes que se limitan a atacar a los inocentes transeúntes o a los soldados o militares de a pie; como estos no tienen protecciones especiales y son muchísimos más en número y además accesibles, eligen al azar cualquier víctima y se creen que con eso atemorizan o molestan a quien de verdad hubieran deseado eliminar pero son incapaces de hacerlo.
Con los segundos habría una forma muy sencilla de acabar, pero es una utopía: si sus asesinatos y acciones terroristas no ocupasen ni un segundo en las radios y televisiones y no se les dedicase ni una línea en los periódicos, se acabarían esos minutos de “gloria” que buscan. Sin publicidad gratuita en los medios no tendría ningún sentido que siguiesen atentando contra esos objetivos fáciles porque ni cambiarían el modo de actuar de sus verdaderos objetivos ni se sentirían importantes al no quedar ninguna constancia de sus actos. Pero, ya digo, es una utopía.
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