La
atmósfera es un torbellino de emociones: el armario, ahora silencioso, parece
observar la escena como un testigo agotado. La mesa está desordenada con copas,
papeles y la bandeja de churros que ya sólo contiene migas. La música del
tocadiscos suena suave, con una melodía romántica que contrasta con el caos
previo. Alberto y Ana están cerca del sofá, mirándose con intensidad. Benjamín
y Dolores están junto a la mesa, él con una expresión de curiosidad, ella con
su cuaderno aún en la mano. Carmen, con su sombrero de plumas ladeado, observa
a Juan, que parece ajeno a su destino, comiendo un último churro con aire
distraído. Rosalía, en un rincón, se ha sentado en una silla, dispuesta a no
perderse nada de esta “función”, con los ojos brillantes y una servilleta
arrugada en las manos, como si estuviera viendo el final de una telenovela.
(Alberto
toma las manos de Ana, con una mezcla de nerviosismo y sinceridad. Todos los
demás están atentos, aunque fingiendo ocuparse de sus propios asuntos)
ALBERTO.-
(Con voz suave, mirándola a los ojos) Ana, te juro que no quiero más
experimentos, ni armarios, ni locuras. Solo quiero demostrarte que te quiero.
Que eres tú, siempre has sido tú. (Pausa, vulnerable) ¿Me vas a dar una
oportunidad, ya sin locuras?
ANA.-
(Sonriendo, pero firme, soltando una de sus manos) Alberto, eres un desastre…
aunque consigues que sienta por ti algo muy especial, pero el matrimonio…
(niega con la cabeza) de matrimonio nada, por ahora. Primero quiero ver esa sinceridad
tuya en acción. El amor es cosa de dos, no de una persona que decide y otra persona
que acepta. El mundo no lo diriges tú, todos somos actores igual de
importantes, con la misma voz y voto, y nadie puede erigirse en director de los
acontecimientos… y mucho menos en director de los sentimientos. ¿Entendido?
ALBERTO.-
(Asintiendo, con una sonrisa esperanzada) Entendido. Nada de prisas. Solo tú y
yo… y tiempo. (Le da un tímido abrazo y ella se lo devuelve con una sonrisa de
perdón y complicidad)
(En
la mesa, Benjamín se acerca a Dolores, que está revisando sus notas con su
habitual precisión. Él carraspea, intentando parecer casual)
BENJAMÍN.-
(Con un toque de timidez) Oye, Dolores, no te vayas todavía. Verás, yo… también
soy abogado, ¿sabes? Y me ha intrigado todo ese entramado legal que mencionaste.
(Señala su cuaderno) ¿Te parece si lo revisamos juntos? No ahora, quizás
mañana… con un café.
DOLORES.-
(Arqueando una ceja, pero con una chispa de interés en los ojos) ¿Un café?
(Cierra el cuaderno lentamente, evaluándolo) Interesante propuesta, señor…
Benjamín.
BENJAMÍN.-
(Sonriendo.) Benjamín, sólo Benjamín, sin lo de “señor”.
DOLORES.-
(Con una leve sonrisa, casi imperceptible) De acuerdo, Benjamín. Pero te
advierto: mis contratos no admiten cláusulas vagas. (Le tiende la mano, él la
toma, y hay un instante de conexión silenciosa. Se miran, y la chispa del futuro
romance queda en el aire)
(Mientras
tanto, Carmen, con un brillo depredador en los ojos, se acerca a Juan, que –con
aire despreocupado- está comiendo el último churro. Ella se coloca a su lado,
ajustándose el sombrero con un gesto teatral)
CARMEN.-
(Con tono seductor, pero dominante) Juan… Ay, qué desperdicio de hombre tan guapo.
(Le quita el churro de la mano y le da un mordisco… al churro, claro) Necesitas
una mujer que te despierte, ¿sabes? Y yo soy justo lo que estabas esperando
toda tu vida.
JUAN.-
(Parpadeando, confundido.) ¿Eh? ¿Esperando? Pero si yo solo vine porque Alberto
dijo que habría… (Carmen lo interrumpe, acercándose más.)
CARMEN.-
(Sonriendo, casi felina) Shh, déjame a mí. (Lo agarra del brazo y lo arrastra
hacia el sofá) Ven, que te voy a enseñar lo que es vivir. (Juan la mira,
aturdido, pero no se resiste, como si ya estuviera atrapado en su hechizo)
(Rosalía,
desde su rincón, está al borde de las lágrimas, observando todo con una mezcla
de emoción y entusiasmo. Con el pañuelo que sostenía entre sus manos, se suena
la nariz ruidosamente)
ROSALÍA.-
(Con voz temblorosa) ¡Ay, qué bonito es todo esto! Parece una de esas
telenovelas de la tele. (Se levanta, aplaudiendo con fervor) ¡Qué juventud, qué
pasión! (Solloza y vuelve a sentarse, abanicándose con el delantal)
ALBERTO.-
(Sonriendo, abrazando a Ana) Rosalía, esto no es una telenovela, es… (mira a su
alrededor) bueno, quizás sí lo sea.
ANA.-
(Bromeando) Una telenovela con armarios humeantes y churros. No me voy a
aburrir contigo ¿verdad? (le da un codazo cómplice)
CARMEN.-
(Desde el sofá, con Juan a su merced) ¡Y conmigo menos! (Le dice a Juan
avasallándolo, el cual ya parece resignado a su destino) Y esto es solo el
primer acto, pequeño.
BENJAMÍN.-
(A Dolores, en voz baja) Creo que nosotros somos los únicos normales aquí.
(Ella asiente, pero su mirada dice que está intrigada por él)
DOLORES.-
(Con un toque de humor seco) Normales… por ahora. (Le sonríe, y él se sonroja
ligeramente)
(La
música del tocadiscos sube de volumen, una melodía alegre y caótica que
envuelve la escena. Todos se miran, riendo o murmurando entre sí, mientras
Rosalía sigue aplaudiendo desde su rincón, con lágrimas de emoción)
ROSALÍA.-
(Casi gritando) ¡Vivan los novios! ¡Y los no novios! ¡Vivan todos! (Lanza el
pañuelo al aire como si fuera confeti)
(El
telón cae lentamente, mientras la música alcanza un crescendo festivo y las
luces se atenúan, dejando a los personajes en un cuadro de caos encantador y
promesas de futuros romances.)
(Telón
final)
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Sigue
esperando”: https://www.amazon.es/dp/1705805434
El
caos ha alcanzado un punto de no retorno: el armario está abierto, con restos
de humo flotando, la mesa está cubierta de copas, papeles y el sombrero de
plumas de Carmen. La bandeja de churros de Rosalía reposa en el centro,
intacta, como un símbolo absurdo de normalidad. Ana, Carmen y Dolores están de
pie, mirando a Alberto, que está hundido en el sofá, con la cabeza entre las
manos. Benjamín y Juan, aún desaliñados, están cerca de la mesa, sirviéndose un
whisky tras otro. Rosalía, la vecina, observa todo con una mezcla de curiosidad
y desconcierto, sosteniendo una servilleta llena de migas de churro.
(El
ambiente está cargado de tensión, pero la risa nerviosa de la escena anterior
aún resuena. Todos esperan que Alberto hable. Él se incorpora lentamente, como
si cargara sobre él todo el peso del universo)
ALBERTO.-
(Con voz temblorosa, mirando al suelo, se aclara la garganta y se dispone a
hablar aunque todavía no sabe cómo salir de esta situación) Bien… creo que os
debo una explicación. (Levanta la vista, mirando a Ana, luego a Dolores,
evitando a Carmen) Todo esto… este desastre… tiene una razón. O varias. (Pausa
dramática) Ana, tú… siempre has sido mi inspiración. Tus poemas, tu forma de
ver el mundo, esa chispa que me hace querer ser mejor… (Se le quiebra la voz)
Estoy enamorado de ti. Siempre lo he estado.
ANA.-
(Con los brazos cruzados, suavizando ligeramente su expresión) ¿Y entonces por
qué este circo? ¿Por qué no me lo dijiste directamente?
ALBERTO.-
(Gesticulando, nervioso) Porque… porque no estaba seguro. No de ti, sino de mí.
Y luego está Dolores. (Mira a Dolores, que ajusta sus gafas con frialdad) Tú,
Dolores, con tu sensatez, tu lógica implacable… eres como un faro en mi
tormenta. Me cautivaste. Y yo… (se frota la cara) ¡me hiciste dudar de mis
sentimientos! Así que pensé: “Citaré a las dos, por separado, claro, y dejaré
que mi corazón decida”. (Señala a Benjamín y Juan.) Y ellos… ellos iban a ser
mis consejeros. Mis testigos ocultos. Para que después me ayudaran con sus
sensatos consejos.
BENJAMÍN.-
(Riendo con sarcasmo, alzando la botella.) ¡Consejero! ¡Ja! Lo único que
aconsejo es que te encierren, Alberto. ¡Menudo plan!
JUAN.-
(Asintiendo, con la boca llena de churros) Sí, y encima nos metes en un armario
con olor a naftalina. ¡Gracias, amigo!
DOLORES.-
(Hojeando su cuaderno, imperturbable) Permítame aclarar esto, señor Vargas.
¿Está diciendo que organizó una especie de… casting matrimonial, con testigos
clandestinos, sin considerar las implicaciones éticas ni legales? (Anota algo)
Esto es fascinante… y profundamente irregular.
ANA.-
(Herida, dando un paso hacia Alberto) ¿Un casting? ¿Entonces yo era solo una… “aspirante”?
¿Y todo eso del poema, de “vivir a medias”, era parte del juego?
ALBERTO.-
(Desesperado, levantándose) ¡No, Ana, no! Lo del poema era real. Cada palabra.
Pero yo… soy un desastre. Quise hacerlo todo perfecto, y mira… (señala el caos
a su alrededor) acabé en este manicomio.
CARMEN.-
(Interrumpiendo con una risa exagerada, aplaudiendo lentamente) ¡Bravo,
Alberto, bravo! ¿Y yo qué pinto en esta tragicomedia? ¿Soy la villana? ¿La musa
rechazada? (Se pone el sombrero de plumas con un gesto teatral) Porque,
querido, yo no estaba aquí para casarme, pero me encanta el drama.
ALBERTO.-
(Mirándola, con una sonrisa cansada) Carmen, tú… tú eres una amiga. Una fuerza
imparable, siempre me haces reír, pero también… (duda) siempre traes
conflictos. No estoy enamorado de ti, aunque me caes genial. Lo de la Puerta
del Sol… creo que fue un malentendido. O un sueño tuyo.
CARMEN.-
(Fingiendo indignación, pero divertida) ¡Un sueño mío! ¡Qué descaro! (Se ríe y
se sirve una copa) Bueno, al menos me has dado material para mi próximo
monólogo. Esto es puro oro.
ROSALÍA.-
(Confundida, limpiándose las manos en el delantal) Ay, Albertito, yo solo venía
a traerte churros, pero esto parece una de esas telenovelas de la tele. ¿Entonces
no hay boda?
ALBERTO.-
(Suspirando, mirando a Ana y Dolores) No lo sé, Rosalía. (Se gira hacia Ana)
Ana, te lo juro, mi corazón es tuyo. Pero he sido un idiota. (Mira a Dolores) Y
tú, Dolores, me haces querer ser más… ordenado, más sensato. Pero creo que mi
caos solo pertenece a una persona. (Vuelve a mirar a Ana) Si es que eres capaz
de perdonarme.
ANA.-
(Pausa larga, mirándolo fijamente) Alberto, eres un desastre… pero un desastre de
lo más absurdo, irracional… y hasta infantil. (Sonríe ligeramente) La verdad es
que no sé si perdonarte, pero…bueno, me lo pensaré sin prisa. (Le lanza los
papeles del compromiso) Y no vuelvas a encerrar a nadie en el armario.
DOLORES.-
(Cerrando su cuaderno con un chasquido) En ese caso, mi presencia aquí ya no es
necesaria. (Mira a Alberto) Le recomiendo un curso de ética básica, señor
Vargas. Y un abogado mejor. (Se dirige a la puerta, pero se detiene) Aunque… su
caos tiene cierto encanto, hay que reconocerlo. (Va a salir pero se detiene al
escuchar el brindis de Carmen)
CARMEN.-
(Rompiendo el silencio, alzando su copa.) ¡Por el caos, señores! (Se ríe y se
sienta en el sofá, comiendo un churro) Esto ha sido mejor que el teatro. (Se
pone a comer un churro y habla con la boca llena) ¡Uy, qué buenos están estos
churros! ¡Enhorabuena, señora Rosalía!
BENJAMÍN.-
(A Juan, en voz baja.) Creo que deberíamos irnos o “hacer mutis por el foro”!
como se dice en el teatro.
JUAN.-
(Encogiéndose de hombros) No sé, esto parece que todavía no ha acabado… y
todavía quedan churros.
ROSALÍA.-
Ay, los jóvenes de hoy… Albertito, si hay boda, avísame, que hago más churros. (Se
dirige a la puerta, pero la curiosidad la mantiene allí, pendiente de los
acontecimientos que estén por venir)
(Ana
se acerca a Alberto, lo mira fijamente y le da un leve empujón juguetón en el pecho)
ANA.-
¡Estás como una cabra! Pero… no sé cómo, tienes algo especial que me atrae.
(Pausa) Pero nada más de “experimentos”. ¿Entendido?
ALBERTO.-
(Asintiendo, con una sonrisa esperanzada) Entendido. Solo tú, Ana. Y… (mira el
armario) un armario vacío.
(De
repente, se escucha un ruido desde el armario. Todos se giran, alarmados. Una
escoba cae al suelo con un estruendo)
CARMEN.-
(Riendo a carcajadas) ¡El armario está vivo! ¡Esto es una obra maestra!
(Todos
ríen, excepto Alberto, que se cubre la cara con las manos. La música del
tocadiscos vuelve a sonar, ahora con una melodía alegre.)
Fin
de la cuarta escena. Se oscurece el escenario.
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Sigue
esperando”: https://www.amazon.es/dp/1705805434
Los
amigos que están en el armario ya no pueden aguantar más y empiezan a gritar y
dar golpes queriendo salir. Las tres mujeres están estupefactas ante tan
insólita situación, con una mezcla de confusión, indignación y curiosidad, sin
saber cómo reaccionar. La música del tocadiscos se ha detenido con un chirrido,
dejando un silencio tenso, roto solo por los gritos que provienen del armario.
Las copas y papeles están desparramados, y el sombrero de plumas de Carmen yace
olvidado en el suelo.
BENJAMÍN.-
(Desde dentro, desesperado) ¡Alberto, sácanos de aquí! ¡Esto es un horno!
JUAN.-
(Tosiendo) ¡Y huele a polilla quemada! ¡Abre ya, traidor!
ANA.-
(Mirando el armario, atónita) ¿Hay gente ahí dentro? ¡Alberto, despierta! (Lo
zarandea, pero él sigue inmóvil)
CARMEN.-
(Con tono teatral, abanicándose) ¡Oh, qué intriga! ¿Es un complot? ¿Un
secuestro? ¿Una performance vanguardista? (Se acerca al armario y golpea la
puerta) ¡Salid, almas en pena!
DOLORES.-
(Ajustándose las gafas, sacando un cuaderno del maletín) Esto es inaceptable.
Necesito nombres, apellidos y motivos para esta… irregularidad. (Anota algo con
precisión quirúrgica)
(El
armario da un crujido final y un estruendo. Los golpes cesan por un segundo,
seguidos de un grito unísono)
BENJAMÍN
y JUAN.- (A coro.) ¡¡LA LLAVE!!
(Alberto,
como si el grito lo resucitara, se incorpora de golpe, con los ojos
desorbitados. Mira a las mujeres, al armario, y se palpa el bolsillo donde
guarda la llave)
ALBERTO.-
(Balbuceando, aún aturdido.) La llave… la llave… ¡Maldita sea! (Saca la llave
con manos temblorosas y, en un arranque de pánico, la lanza hacia el armario.)
¡Ahí tenéis, demonios!
(La
llave cae al suelo cerca del armario. Las tres mujeres se lanzan como posesas
hacia ella para cogerla, abrir el armario y resolver el misterio. Carmen se
hace con ella y abre el armario. Se escucha un forcejeo desde dentro. La puerta
del armario se abre de golpe, liberando una nube de humo y olor a tabaco.
Benjamín y Juan salen tambaleándose, con la ropa arrugada, el pelo revuelto y
caras de absoluta exasperación. Benjamín lleva el magnetófono colgando de un
cable, y Juan sostiene un cigarrillo a medio consumir)
BENJAMÍN.-
(Tosiendo, señalando a Alberto.) ¡Tú! ¡Eres un lunático! ¡Casi nos asfixias!
JUAN.-
(Restregándose los ojos irritados por el humo) ¿Y para esto nos querías? ¡Ha
sido una encerrona, en el sentido más literal de la palabra!
(Ana,
Carmen y Dolores retroceden, formando un semicírculo alrededor de los recién
liberados. Las tres miran a Alberto, que se pone de pie torpemente, intentando
recuperar la compostura)
ANA.-
(Cruzada de brazos, con los papeles del compromiso aún en la mano) Alberto,
¿quiénes son estos? ¿Y por qué estaban en el armario? ¡Exijo una explicación!
CARMEN.-
(Dramática, apuntando a Benjamín y Juan) ¿Son tus cómplices? ¿Tus rivales? ¡Oh,
qué traición tan shakespeariana! (Se lleva una mano a la frente, fingiendo un
desmayo inminente)
DOLORES.-
(Con tono seco, hojeando su cuaderno) Señor Vargas, esto compromete gravemente
la validez del contrato. Ocultar testigos en un armario no está contemplado en
el Código Civil. (Mira a Benjamín y Juan) Identifíquense, por favor.
BENJAMÍN.-
(Indignado, quitándose el polvo de la chaqueta) ¡Yo soy Benjamín, el mejor
amigo de este chiflado! Me prometió una tarde divertida, no un sauna con
polillas.
JUAN.-
(Señalando a Alberto) Y yo soy Juan, que vine porque dijo que habría “grandes
cosas”. ¡Lo único grande aquí es el desastre!
ALBERTO.-
(Levantando las manos, desesperado) ¡Basta, basta, todos! Esto… esto es un
malentendido. (Intenta sonreír, pero parece más una mueca) Todo tiene una
explicación lógica.
ANA.-
(Arqueando una ceja) ¿Lógica? ¿Tú encerrando a tus amigos mientras me pides
matrimonio y aparece esta… (mira a Carmen) diva de cabaret?
CARMEN.-
(Ofendida) ¡Diva, sí, y con mucha clase! (Se gira hacia Alberto) ¿Y qué es eso
del matrimonio? ¡Me juraste que yo era tu inspiración!
DOLORES.-
(Interrumpiendo, imperturbable) Según los documentos, el señor Vargas pretende
formalizar un compromiso con… (lee) “persona por determinar”. Esto es jurídicamente
absurdo. (Mira a Alberto) ¿Es usted consciente de las implicaciones legales?
ALBERTO.-
(Al borde del colapso, gesticulando como un director de orquesta enloquecido)
¡Escuchadme! Esto es… arte. Sí, arte. Una performance sobre el amor, la
espontaneidad, la… (duda) ¡Vibración de la vida! (Mira a Benjamín, buscando
apoyo, sin obtenerlo) ¿Verdad, Benjamín?
BENJAMÍN.-
(Cruzándose de brazos.) No me metas en tus delirios. Lo único que vibra aquí es
mi dolor de cabeza.
JUAN.-¿Arte?
¡Esto es un manicomio! Y encima, el magnetófono se quedó sin pilas. (Lo agita,
frustrado)
ANA.-
(Acercándose a Alberto, blandiendo los papeles) Entonces, ¿todo esto era una
farsa? ¿El poema, los versos, el “vivir a medias”? (Sus ojos brillan con una
mezcla de furia y decepción)
ALBERTO.-
(Suavizando el tono, intentando salvar la situación) Ana, no, no era una farsa.
Tú… tú eres especial. Pero también quería… explorar otras posibilidades. (Mirando
a Dolores) Dolores… tú eres… la razón misma, la sensatez que a mí me falta, y
no podía dar este paso sin saber si tú sentías algo por mí. (Mirando finalmente
a Carmen, que resopla) Y tú, Carmen, eres un torbellino, una fuerza de la
naturaleza…. pero sólo somos amigos y no ha habido ni habrá nada más allá de
esto entre nosotros-
DOLORES.-
(Sin inmutarse) No me halague. Solo quiero aclarar si firmo como testigo o como
demandante.
CARMEN.-
(Riendo con desdén) ¡Qué hombre! ¡Dos mujeres para elegir una y dos idiotas encerrados
en un armario! ¡Ayayai! ¡Esto es mejor que cualquier zarzuela!
BENJAMÍN.-
(A Juan, en voz baja.) Yo me largo. Esto no tiene buena pinta.
JUAN.-
(Asintiendo) Sí, pero primero quiero una copa… la necesito. (Se dirige a la
mesa y se sirve un whisky)
BENJAMÍN.-
Sí, yo también la necesito (se sirve otra copa)
(De
repente, suena el timbre de la puerta. Todos se giran y miran hacia la puerta
estupefactos. Alberto se lleva las manos a la cabeza)
TODOS
AL UNÍSONO.- ¿Otra?
ALBERTO.-
¡Nooo! ¡No puede ser! ¿Pero qué está pasando hoy aquí?
ANA.-
(Con sarcasmo) ¿Otra musa? ¿O es el cura para la boda?
CARMEN.-
(Entusiasmada) ¡Que entre, que entre! Esto está en su clímax.
DOLORES.-
(Anotando) Cuarto incidente imprevisto. Esto va a requerir un anexo.
(Alberto,
derrotado, se arrastra hacia la puerta. La abre, y aparece Rosalía, una vecina
anciana con un delantal cubierto de harina y una bandeja de churros)
CARMEN.-
¿Quién es esta? ¿Es que también te gustan las mayores?
ROSALÍA.-
(Con voz temblorosa) Hola, soy Rosalía, la vecina de al lado. Albertito, hijo, como
oía tanto ruido he pensado que organizabas una fiesta y os he traído unos
churritos recién hechos… (Mira la escena: las mujeres furiosas, los hombres
desaliñados, el armario humeante.) ¿Interrumpo algo?
(Todos
se miran en silencio por un segundo. Luego, estallan en risas nerviosas,
excepto Alberto, que se deja caer en el sofá, murmurando)
ALBERTO.-
(Para sí mismo) No puede ser, no puede ser, esto se me ha ido de las manos. La
gran vibración de la vida… me ha aplastado.
Fin
de la tercera escena. Se oscurece el escenario.
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Sigue
esperando”: https://www.amazon.es/dp/1705805434
El
escenario sigue siendo el apartamento de Alberto en Madrid, 1970. La atmósfera
está cargada de un caos apenas contenido. El armario, aún humeante, vibra
ligeramente como si tuviera vida propia. Hay una mesa con papeles desordenados,
copas a medio beber y un cenicero a rebosar. La música suave sigue sonando en
el tocadiscos, pero ahora parece irónicamente romántica para la situación.
Alberto, visiblemente nervioso pero intentando mantener la compostura, se alisa
la camisa y se dirige a la puerta tras encerrar a Benjamín y Juan en el
armario. Suena un tercer timbrazo, más insistente.
Alberto
abre la puerta y entra Carmen, una mujer extravagante con un sombrero de plumas
que parece haber escapado de un cabaret. Lleva un bolso enorme y un perfume que
invade la habitación. Habla con un tono teatral y gesticula exageradamente.
Alberto queda atónito, paralizado, incapaz de reaccionar porque no esperaba esa
visita. ¡Esta no era su abogada sino una amiga un tanto loca y disparatada con
la que corrió muchas juergas!
CARMEN.-
¡Querido, queridísimo Alberto! ¡Por fin te encuentro! (Se lanza a abrazarlo,
casi derribándolo. Alberto, sorprendido, intenta zafarse sin perder la sonrisa)
¿No me digas que olvidaste nuestra cita? ¡Tres meses planeándola, tres meses!
ALBERTO.-
(Desconcertado, improvisando) ¿Carmen? ¡Carmen, qué alegría! No, no, cómo iba a
olvidarte, pero… verás, estoy en medio de… un experimento sociológico.
CARMEN.-
(Ignorándolo, entra como si fuera la dueña del lugar y se quita el sombrero,
dejándolo caer sobre la mesa) ¡Oh, un experimento! Me encanta, me encanta. ¿Es
sobre el amor? ¿La pasión? ¿La libertad del alma? (Se sienta en el sofá, cruzando
las piernas con dramatismo) Cuéntame todo, que soy toda oídos… y corazón.
ALBERTO.-
(Mirando nervioso hacia el armario, porque Benjamín y Juan no paran de moverse
dentro y hacer ruido) Bueno, es… complicado. Digamos que estoy explorando… las
dinámicas del compromiso humano. (Se acerca al tocadiscos y sube el volumen
para disimular los ruidos) ¿Una copita?
CARMEN.-
(Entusiasmada.) ¡Ay, sí, por favor! Algo fuerte, que me despierte el espíritu.
(Se pone a tararear la música y a mover los hombros como si estuviera en un
club) Entonces, ¿es verdad lo que me contaste en la plaza Mayor? ¿Que buscabas
una musa para tu vida?
ALBERTO.-
(Sirviendo una copa con manos temblorosas, claramente sin recordar esa conversación)
¿La plaza Mayor? ¡Oh, claro, claro! Fue… una noche mágica, ¿verdad? Pero,
Carmen, hoy estoy un poco… ocupado. ¿Te importa si lo dejamos para otro día?
(En
ese momento, se escucha un estornudo estruendoso desde el armario. Carmen se
queda paralizada a mitad de un sorbo. Alberto tose exageradamente para cubrir
el ruido)
CARMEN.-
(Entrecerrando los ojos) ¿Qué ha sido eso? ¿Tienes un gato? ¿Un perro? ¿Un
amante escondido? (Se levanta y camina hacia el armario con curiosidad felina)
ALBERTO.-
(Interponiéndose a toda velocidad) ¡No, no, nada de eso! Es… el vecino. Sí, el
vecino. Tiene alergia al incienso que tengo en el armario. (Señala vagamente al
armario) Ya sabes, estas paredes son de papel.
CARMEN.-
(No muy convencida, pero distraída por su propia narrativa) Bueno, da igual.
Hablemos de nosotros. (Lo agarra del brazo y lo sienta a su lado en el sofá)
Alberto, no puedes seguir viviendo como un bohemio solitario. Necesitas una
mujer como yo: vibrante, apasionada, una tempestad de emociones. (Se abanica
con la mano) ¿No lo sientes? ¡Es el destino!
ALBERTO.-
(Sudando, mirando de reojo la puerta del baño por donde salió Ana) Carmen,
eres… un huracán, sin duda. Pero, verás, estoy en un momento de… introspección.
Necesito tiempo para…
(La
puerta del baño se abre de golpe y aparece Ana, con el pelo ligeramente
despeinado y una expresión de confusión. Lleva los papeles del compromiso en la
mano. Al ver a Carmen, se detiene en seco)
ANA.-
(Frunciendo el ceño) ¿Alberto? ¿Quién es esta… señora?
CARMEN.-
(Levantándose como un resorte, ofendida) ¿Señora? ¡Oye, pequeña, que soy una
artista, una diosa del escenario! (Se gira hacia Alberto) ¿Y esta quién es?
¿Otra de tus “musas”?
ALBERTO.-
(Pálido, levantando las manos como si pudiera detener el caos) ¡Tranquilas,
tranquilas! Esto es un malentendido. Ana, ella es Carmen, una… amiga de la
infancia. Carmen, ella es Ana, mi… (duda) …mi… asesora poética.
ANA.-
(Cruzándose de brazos, blandiendo los papeles) ¿Asesora poética? ¡Acabas de
pedirme matrimonio, Alberto!
CARMEN.-
(Dramática, llevándose una mano al pecho) ¿Matrimonio? ¡Esto es una traición!
¡Me juraste amor eterno bajo el reloj de la Puerta del Sol!
ALBERTO.-
(Desesperado) ¡Yo no juré nada! Carmen, por favor, no fue en la Puerta del Sol,
fue… en un sueño. ¡Un sueño que tuviste tú!
(El
armario empieza a temblar violentamente. Se escucha un “¡Atchís!” seguido de un
“¡Cállate, Juan!” apenas disimulado. Ana y Carmen se giran hacia el armario al
mismo tiempo)
ANA.-
(Acusadora.) ¿Y ahora qué? ¿Un coro griego en el armario?
CARMEN.-
(Intrigada, acercándose al armario) ¡Esto es fascinante! ¿Es parte del
experimento? ¿Un happening teatral? (Intenta abrir la puerta, pero está cerrada
con llave.
Alberto,
en pánico, se lanza a bloquear el armario)
ALBERTO.-
¡No, no, no! Es… un armario experimental. Muy frágil. No se toca. (Se guarda la
llave en el otro bolsillo, nervioso) ¿Sabéis qué? Vamos a sentarnos y a charlar
como adultos. (Intenta guiarlas al sofá, pero ninguna se mueve)
(De
repente, se escucha el timbre de la puerta. Todos quedan paralizados. Ana y
Carmen miran a Alberto, esperando una explicación)
ANA.-
¿Y ahora quién es?
CARMEN.-
(Con sarcasmo) ¿Otra candidata al “experimento”?
ALBERTO.-
(Al borde del colapso, mirando al armario, a la puerta y a las mujeres) ¡Esto
es un malentendido cósmico! (Corre hacia la puerta, murmurando) Solo un
segundo…
(Abre
la puerta y entra Dolores, una mujer con gafas de bibliotecaria, cargada con un
maletín lleno de documentos y un aire de eficiencia implacable)
DOLORES.-
Señor Vargas, vengo por lo del contrato de matrimonio. He revisado los términos
y tengo varias enmiendas porque no se puede hacer tal como me había indicado.
(Mira a Ana y Carmen, sin inmutarse.) ¿Son las testigos?
(El
armario emite un crujido ominoso. Se escucha un “¡No aguanto más!” seguido de
un golpe. Ana, Carmen y Dolores miran al armario. Benjamín y Juan, no
aguantando más gritan como Pedro Picapiedra: “¡Alberto, ábrenos la puerta!”. Alberto
se desmaya dramáticamente en el suelo)
Fin
de la segunda escena. Se oscurece el escenario.
Vicente Fisac es
periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Sigue
esperando”: https://www.amazon.es/dp/1705805434
A
continuación os ofrezco la primera escena que escribí, sobre la cual la IA
–bajo mi dirección y mis instrucciones- fue edificando el resto de la obra.
¿Cuál
de las tres? Primera escena
Un
joven escritor (Alberto), tan imaginativo como disparatado, cita a sus dos
mejores amigos, Benjamín (ejemplo de cordura y sensatez, pero al mismo tiempo
amigo fiel y confidente de Alberto) y Juan (un amigo “gregario”, tímido y fiel),
a su apartamento para que sean testigos –y posteriormente consejeros- de lo que
está a punto de suceder. La acción se desarrolla en Madrid, en el apartamento
de soltero de Alberto, en la década de 1970.
ALBERTO.-
Me gusta pulsar las cuerdas de la vida y sentir en mí la gran vibración.
BENJAMÍN.-
Sí. ¿Y qué?
ALBERTO.-
Nada.
BENJAMÍN.-
¿Para eso me has llamado?
ALBERTO.-
Sí, Benjamín, ¿no lo comprendes? Cosas pequeñas, ínfimas, que se van acumulando
hasta que un día forman una grande y... ¡Plaf! Nace.
BENJAMÍN.-
Venga, venga, Alberto, explícate que hoy no estoy para acertijos.
ALBERTO.-
Tranquilo. (Saca un paquete de tabaco. Lo abre con solemnidad y ofrece un
cigarrillo a Benjamín) Esta tarde van a ocurrir aquí grandes cosas. (Consulta
su reloj)
BENJAMÍN.-
¿Va a venir alguien? (Alberto comienza a reír desaforadamente) Pero bueno ¿qué
es lo que pasa?
ALBERTO.-
(Sin poder contener sus carcajadas) ¿Alguien? ¡Ja, ja ,ja! Espera y verás.
BENJAMÍN.-
(Con resignación) Como quieras...
ALBERTO.-
¿Ves aquél armario? Pues allí tienes preparada una silla.
BENJAMÍN.-
¿Una silla?
ALBERTO.-
¿Es que nunca has visto una silla?
BENJAMÍN.-
Lo que ocurre es que nunca la he visto dentro de un armario.
ALBERTO.-
No te preocupes, que tendrás ventilación suficiente.
BENJAMÍN.-
(Intrigado) Como quieras. ¿Qué tengo que hacer?
ALBERTO.-
Cuando oigas el timbre de la puerta te metes allí. Después conectas el
magnetófono y, si quieres, puedes mirar por la cerradura, pero sin hacer ruido
¿eh?
BENJAMÍN.-
¿Y quién va a venir?
ALBERTO.-
...Mi esposa.
BENJAMÍN.-
¡Ah, sí, claro...! ¿Eh? ¿Qué esposa?
ALBERTO.-
La mía.
BENJAMÍN.-
Vaya, hombre, no sabía que te habías casado. Me podías haber invitado a la
boda.
ALBERTO.-
Sí, Benjamín, eso es justo lo que he hecho.
BENJAMÍN.-
No entiendo una sola palabra de lo que dices, Alberto, así que como no te expliques
mejor...
ALBERTO.-
Me voy a casar esta tarde, aquí y contigo como testigo. Tráeme aquellos papeles
de la mesa. (Benjamín los coge y se los acerca a Alberto mientras los va
leyendo).
BENJAMÍN.-
¡Oye, sin son unas actas de matrimonio!
ALBERTO.-
Sí, pero falta una firma, la de ella. Y cuando esté listo ya sólo quedará
tramitarla en el juzgado.
BENJAMÍN.-
¡Ja, ja, ja! ¿Y quién es ella?
ALBERTO.-
No lo sé... todavía.
BENJAMÍN.-
¿Cómo que no lo sabes? ¿Entonces...?
ALBERTO.-
Dentro de poco llegarán las dos candidatas; primero una y luego otra. A ver qué
dice y cómo reacciona cada una, porque aún no tengo claro a cuál elegir.
BENJAMÍN.-
(Frotándose las manos de entusiasmo) Bueno, bueno… ¡Esto no me lo pierdo por
nada! ¡Qué cosas se te ocurren!
ALBERTO.-
¡Bah! No te creas, tengo muchas dudas respecto al feliz resultado de esta
disparatada idea.
BENJAMÍN.-
De todas formas, será interesante el experimento.
ALBERTO.-
¿Tú crees?
BENJAMÍN.-
¡Claro! Venga, vamos a arreglar un poco esto. (Comienzan a limpiar ceniceros y
a colocar bien los muebles. En esto suena el timbre de la puerta)
ALBERTO.-
Corre, al armario; y ya sabes... ¡no hagas ruido! (Benjamín se mete en el
armario y Alberto se dirige a la puerta. La abre y entra Juan)
JUAN.-
Hola, ¿qué tal?
ALBERTO.-
Pero bueno, Juan, creí que no llegabas, corre, ¡al armario! (Juan abre la
puerta del armario y Benjamín, que estaba dentro del armario y apoyado sobre la
puerta, cae al suelo cuando esta se abre) ¡No hagáis ruido!
JUAN.-
¿Hola, Benjamín? ¿Qué haces ahí?
ALBERTO.-
¡Venga, deprisa, que no hay tiempo! ¡Al armario! (Por fin se mete en él junto
con Benjamín. Suena el timbre de la puerta y Alberto se dirige a abrir)
JUAN.-
(Saliendo del armario) Oye, Alberto, que solo hay una silla...
ALBERTO.-
¿Qué haces? (Nerviosamente coge la primera silla que encuentra y a empujones
mete a Juan en el armario) ¡Y no salgas del armario! (Se dirige de nuevo a la
puerta. Suena un segundo timbrazo)
BENJAMÍN.-
(Saliendo del armario) Oye, Alberto, que ¿dónde enchufo el magnetófono?
ALBERTO.-
(Desesperado) ¡Es de pilas, idiota! (Le cierra la puerta del armario y echa la
llave, que se guarda en el bolsillo de la americana. Suena un tercer timbrazo.
Abre la puerta y aparece Ana con gesto serio por la tardanza en abrir)
ANA.-
¿Cómo has tardado tanto en abrir?
ALBERTO.-
Hola, Ana, perdona, pero es que estaba en el otro extremo de la casa.
ANA.-
¿De qué casa? ¿Pero no es esto un apartamento con sólo dos habitaciones?
ALBERTO.-
Sí, claro, y las sigue teniendo, ¡je! pero es que estaba entretenido y no me he
dado cuenta. Lo siento, perdona. Pero... pasa, por favor. (Le quita el abrigo.
Ana se sienta y Alberto prepara unas copas).
ANA.-
¿De qué se trata?
ALBERTO.-
Tú, como siempre, tan directa. Pues verás, se trata de una oferta. Pero
primero, bebe. ¡Chin, chin! (Hacen un brindis) ¿Un cigarrito? (Ambos fuman.
Alberto enciende una tenue lámpara y apaga la luz principal. Después pone
música. Saca unas cuartillas y se las entrega) ¿Conoces esto?
ANA.-
¡Ah! ¡Son mis poesías! (Alberto la coge de la mano y comienzan a bailar)
ALBERTO.-
¿Te sabes de memoria la número cuatro?
ANA.-
Sí, creo que sí.
ALBERTO.-
Comienza a recitarla, verso a verso...
ANA.-
Sobre la tarde, tristemente, hay dolores de ausencia...
ALBERTO.-
Ha comenzado mi tarde, la soledad me quema...
ANA.-
Mi corazón no sé a qué sabe, voy buscando tu presencia...
ALBERTO.-
Hay un vacío muy grande, esperando a quien lo quiera...
ANA.-
En medio de las piedras, donde estoy ausente de mi esencia, se duerme mi
esperanza...
ALBERTO.-
Entre silencios quietos quiero acercar hacia ti mis manos, y despertarlas al
calor de tu vida...
ANA.-
Soy la noche... soy dolencia...
ALBERTO.-
Mientras tanto yo te espero en mi camino de piedras, y ansío que despiertes la
luz en estos labios dormidos de no verte... (Se besan)
ANA.-
¿Cuándo has compuesto eso? Has completado mi poema de una forma preciosa...
ALBERTO.
¡Bah! No tiene importancia, esto no es nada... es algo mucho mayor lo que
espero de ti.
ANA.-
Dime...
ALBERTO.-
Siendo sincero, como siempre, he comprendido que la poesía sola no vale nada,
está incompleta. Y así he visto cómo al estudiar la tuya, mis versos han
encajado perfectamente. He aquí el milagro, aquí comienza el gran camino que
podemos construir entre los dos.
ANA.-
¿Escribir a medias?
ALBERTO.-
Sí, pero aún hay más; también, vivir a medias.
ANA.-
¿Qué quieres exactamente?
ALBERTO.-
Casarme contigo.
ANA.-
(Pausa) ¿Así, tan repentinamente?
ALBERTO.-
El amor es así, surge sin que lo llamemos, pero cuando lo sientes aquí dentro
explota y rebosa al exterior. Por eso quiero saber si aceptarías casarte
conmigo.
ANA.-
¡Caray! No me esperaba esto.
ALBERTO.-
Pero si ya lo tengo todo preparado. (Se dirige a la mesa) Aquí tienes los documentos
que ha preparado mi abogado, sólo falta tu firma y llevarlos después al juzgado.
Cuando seamos marido y mujer esta será nuestra casa, la editorial de los más
bellos sueños…
ANA.-
(Va leyendo los papeles mientras continúa hablando) Ummm! Todo esto es muy
raro. No sé qué te propones.
ALBERTO.-
Está muy claro, simplemente soy medio yo y te pido que con tu medio tú me
completes; formar así el embrión de un gran amor. Tener la razón de existir,
ambicionar, poseer algo, querer que fructifique...
ANA.-
Pero apenas sabes nada de mí. Llevamos poco tiempo saliendo y un paso así
requiere conocerse mejor, pensárselo más detenidamente.
ALBERTO.-
Sé lo suficiente, sé lo que en mí representas; lo demás no importa.
ANA.-
Pero es que hay muchas otras cosas que considerar aparte de lo que sintamos el
uno por el otro.
ALBERTO.-
Quizás a los ojos de los demás, no a los míos.
ANA.-
Lo siento, debo pensarlo, un paso así es algo muy importante.
ALBERTO.-
Pero si está todo resuelto. (Pausa. Ana mira intrigada viendo cómo sale humo
del armario) ¿Qué miras?
ANA.-
Creo que se está quemando el armario (dice con estupor)
ALBERTO.-
¿Qué armario? (Mira el armario y comprueba con asombro cómo sale un poco humo a
través de la cerradura y las rendijas) ¡Ah, sí, no es nada...! (Disimulando)
ANA.-
Pero Alberto, si está saliendo mucho humo...
ALBERTO.-
¡Bah, no te preocupes, es... un incienso que estoy quemando.
ANA.-
¿Dentro del armario?
ALBERTO.-
Sí, es que ese incienso huele muy bien y además mata las polillas.
ANA.-
¿Hay polillas en el armario?
ALBERTO.-
Dos, digo, no, pero… por si acaso. Con estas cosas nunca se sabe. (Se escuchan
unas toses)
ANA.-
¿Qué ha sido eso?
ALBERTO.-
(Alberto tose para disimular) No, nada, que me he atragantado. (Disimuladamente
se dirige al armario y le da una patada. Se escucha un grito)
ANA.-
¿Qué te ha pasado? ¿Por qué gritas?
ALBERTO.-
Nada ¡ay! Es que me he dado un golpe con el armario. Bueno, ¿en qué estábamos?
¡Ah, sí! ¿Qué decides?
ANA.-
Ay, Alberto, qué rarito eres. (Se acerca a Alberto y lo besa) Acepto.
ALBERTO.-
(Corriendo hacia la mesa y llevándole el bolígrafo y los papeles) Aquí tienes
que firmar.
ANA.-
¡Eh! ¡Espera un poco!
ALBERTO.-
¿Qué te ocurre? ¿No has dicho que estabas de acuerdo?
ANA.-
Sí, pero me parece muy precipitado todo esto.
ALBERTO.-
¿Entonces?
ANA.-
¿Me dejas que vaya primero al lavabo?
ALBERTO.-
Sí, claro, de acuerdo (consultando el reloj) tómate todo el tiempo que quieras
(dice con calma mientras hace gestos de que se dé prisa, aunque ella no ve
dichos gestos).
ANA.-
¿Se te han quitado ya las prisas?
ALBERTO.-
No, no es eso...
ANA.-
Bueno, de todas formas, tenemos que hablar más.
ALBERTO.-
¿Entonces, aceptas?
ANA.-
(Abrazándolo) Sí, yo también siento algo muy especial por ti y creo que con tu
imaginación y tus genialidades no me voy a aburrir nunca. (Sale)
ALBERTO.-
(Saltando de alegría) ¡Esto marcha! (De pronto mira al armario. Se lleva la
mano al bolsillo y saca la llave. La mira dudando si tirarla por la ventana,
pero decide abrir el armario. Al hacerlo, sale una gran cantidad de humo y
Benjamín y Juan caen al suelo) ¿Habéis visto?
JUAN.-
Yo no he visto nada, ese armario parece Londres.
ALBERTO.-
¿De quién ha sido la idea de fumar dentro del armario?
BENJAMÍN
y JUAN.- De él (se señalan mutuamente).
ALBERTO.-
Habéis estado a punto de echar todo esto por tierra. (Suena el timbre de la
puerta)
BENJAMÍN.-
¿Otra?
ALBERTO.-
Rápido, al armario.
JUAN.-
¿Y qué pasa con Ana?
ALBERTO.-
No hay problema, cada vez que va al lavabo tarda un cuarto de hora por lo
menos. La que debe estar llamando es la abogada que me ha preparado todo esto,
una chica preciosa, por cierto, aunque muy seria y formal… y con unos ojos
preciosos, y una voz que enamora y te cala hasta el fondo del alma y ha llenado
mi ser de insondables dudas… (Suena un segundo timbrazo) ¡Al armario! (Los encierra
de nuevo)
Fin
de la primera escena. Se oscurece el escenario.
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Sigue
esperando”: https://www.amazon.es/dp/1705805434
En
el cajón de cualquier escritor se almacenan decenas e incluso cientos de
proyectos inacabados, bien se trate de novelas, obras de teatro, libros de
investigación, biografías, etc. En un momento dado, uno se pone a escribir o a
plasmar el boceto de una obra, puede que la comience a escribir incluso, pero
al poco tiempo se le nubla la inspiración y la deja aparcada en un rincón. Así,
se van acumulando esbozos de obras inacabadas que probablemente nunca verán la
luz… salvo que la Inteligencia Artificial las ilumine. Sí, porque la IA ha
venido a cambiar el mundo, también el de los escritores.
Durante
los próximos días os contaré una historia real que demuestra cómo con la ayuda
de la IA se pueden continuar todos esos proyectos inacabados y olvidados… claro
que en este ejemplo que os voy a mostrar hay un motivo fundamental y muy
importante: haceros reír. Y es que tal como está el mundo, más vale que
dediquemos un poco tiempo a relajarnos y sonreír, y para ello el teatro es un
buen entretenimiento.
Sí,
porque va de teatro esta historia. Hace ya muchos años, allá por la década de
los 70 (de 1970 quiero decir, que eso pertenece al siglo pasado aunque algunos
lo recordemos como si hubiese sucedido ayer) escribí la primera escena de una
obra de teatro. Se trataba de una comedia de humor un poco absurdo y
disparatado, con la única –pero muy sana intención- de hacer reír a los
hipotéticos espectadores (en este caso, “lectores”).
Y
terminé aquella primera escena y yo mismo me reí con la historia y con las situaciones
que planteaba pero, una vez terminada esa primera escena no se me ocurría cómo
continuarla, así que la dejé aparcada en un cajón. Ahora, muchas décadas
después la recuperé y me pregunté “¿Podría la IA ayudarme a terminar esta
obra?”, así que le pregunté lo siguiente: “He escrito la primera escena de una
obra de teatro (una comedia). ¿Serías capaz de escribir la segunda escena,
continuando los acontecimientos donde los dejé?”.
La
IA me respondió que sí, que aceptaba el reto y que le pasase todo lo que había
escrito para conocer la trama, los personajes, la época, el tono, etc. Y así lo
hice, le pasé la escena que había escrito y en pocos segundos (¡sí, sólo unos
segundos! ¡Menos de un minuto!) me entregó la segunda escena y me preguntó si
quería continuar. Le dije que sí, que quería desarrollar la obra al completo,
así que le fui dando algunas instrucciones indicándole por dónde quería que
discurriesen los acontecimientos.
El
resultado final –que vais a poder leer (y reír) durante los próximos días- es una
pequeña pieza teatral compuesta de un solo acto y cinco escenas…
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Sigue
esperando”: https://www.amazon.es/dp/1705805434
Una
historia de amor contada a través de las frases de sus protagonistas: Nany o la
hipocresía
Él (el
despechado):
¡Vete
lejos, Nany, y no regreses jamás! Prefiero morir ahora que arrastrar mis días
mendigando las migajas de una vida falsa. Quiero borrar tu rostro, olvidar que
te amé. Me engañaste con el tintineo de tus ajorcas, con un “te quiero” que
brotaba de un corazón marchito. Como abeja, libaste mis besos, zumbando a mi
alrededor, tejiendo mentiras para confundirme. Y yo, ciego, te creí. Soñé que
tu alma volaría conmigo, que reposarías en mi pecho bajo la sombra de las
praderas. ¡Márchate, no soporto tu mirada! No quiero tu compasión, ni tus
perlas falsas que una tarde, en mi casa, me hicieron ver un ángel que nunca fue
mío. Hoy vengo roto, ebrio de dolor, con el sabor amargo de tu veneno en la
lengua. ¡No me mires, no quiero arrepentirme! Has destrozado mi jardín: las
flores yacen muertas, los prados rasgados por la peste, la fuente murmura su
canto monótono. Mi hogar está frío, con cristales rotos y sucios de barro. No
puedo vivir aquí. Quiero huir, beber hasta olvidar, perderme para siempre.
¡Vete, Nany, tú que con palabras aladas desollaste mi corazón! Has destruido mi
vida, y juro que seré, desde hoy, un perdido.
Amigo (el
consuelo):
Mira,
hermano, todos estamos contigo. Vemos el paisaje árido que te rodea, sentimos
la herida que te quema. Queremos que no llores, porque tu dolor también es
nuestro. Sé que buscas el vino para olvidar, pero alza los ojos: ¿no ves esa
flor bajo el árbol, sedienta, pidiendo agua? No todo está perdido. La luz, allá
arriba, volverá a danzar caprichosa. La tierra, aunque herida, abre sus brazos
para que siembres nuevas semillas. Ven, no te detengas. La fuente sigue
vertiendo su canto puro; no la manches, porque ella alimentará tus nuevas
plantas. Mira esa flor, hermano, y dale vida. No te rindas.
Él (la
redención):
Gracias,
amigos, por sostenerme. No dejaré que esa flor se marchite, ni que mi pena la
alcance. En su fragilidad encontraré la fuerza para olvidar a Nany. De esta
tierra herida brotará mi esperanza, y con ella, un nuevo jardín.
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
https://www.amazon.com/author/fisac
“Tu
último viaje”: https://amzn.eu/d/1zzOpM6