Los
amigos que están en el armario ya no pueden aguantar más y empiezan a gritar y
dar golpes queriendo salir. Las tres mujeres están estupefactas ante tan
insólita situación, con una mezcla de confusión, indignación y curiosidad, sin
saber cómo reaccionar. La música del tocadiscos se ha detenido con un chirrido,
dejando un silencio tenso, roto solo por los gritos que provienen del armario.
Las copas y papeles están desparramados, y el sombrero de plumas de Carmen yace
olvidado en el suelo.
BENJAMÍN.-
(Desde dentro, desesperado) ¡Alberto, sácanos de aquí! ¡Esto es un horno!
JUAN.- (Tosiendo) ¡Y huele a polilla quemada! ¡Abre ya, traidor!
ANA.- (Mirando el armario, atónita) ¿Hay gente ahí dentro? ¡Alberto, despierta! (Lo zarandea, pero él sigue inmóvil)
CARMEN.- (Con tono teatral, abanicándose) ¡Oh, qué intriga! ¿Es un complot? ¿Un secuestro? ¿Una performance vanguardista? (Se acerca al armario y golpea la puerta) ¡Salid, almas en pena!
DOLORES.- (Ajustándose las gafas, sacando un cuaderno del maletín) Esto es inaceptable. Necesito nombres, apellidos y motivos para esta… irregularidad. (Anota algo con precisión quirúrgica)
(El armario da un crujido final y un estruendo. Los golpes cesan por un segundo, seguidos de un grito unísono)
BENJAMÍN y JUAN.- (A coro.) ¡¡LA LLAVE!!
(Alberto, como si el grito lo resucitara, se incorpora de golpe, con los ojos desorbitados. Mira a las mujeres, al armario, y se palpa el bolsillo donde guarda la llave)
ALBERTO.- (Balbuceando, aún aturdido.) La llave… la llave… ¡Maldita sea! (Saca la llave con manos temblorosas y, en un arranque de pánico, la lanza hacia el armario.) ¡Ahí tenéis, demonios!
(La llave cae al suelo cerca del armario. Las tres mujeres se lanzan como posesas hacia ella para cogerla, abrir el armario y resolver el misterio. Carmen se hace con ella y abre el armario. Se escucha un forcejeo desde dentro. La puerta del armario se abre de golpe, liberando una nube de humo y olor a tabaco. Benjamín y Juan salen tambaleándose, con la ropa arrugada, el pelo revuelto y caras de absoluta exasperación. Benjamín lleva el magnetófono colgando de un cable, y Juan sostiene un cigarrillo a medio consumir)
BENJAMÍN.- (Tosiendo, señalando a Alberto.) ¡Tú! ¡Eres un lunático! ¡Casi nos asfixias!
JUAN.- (Restregándose los ojos irritados por el humo) ¿Y para esto nos querías? ¡Ha sido una encerrona, en el sentido más literal de la palabra!
(Ana, Carmen y Dolores retroceden, formando un semicírculo alrededor de los recién liberados. Las tres miran a Alberto, que se pone de pie torpemente, intentando recuperar la compostura)
ANA.- (Cruzada de brazos, con los papeles del compromiso aún en la mano) Alberto, ¿quiénes son estos? ¿Y por qué estaban en el armario? ¡Exijo una explicación!
CARMEN.- (Dramática, apuntando a Benjamín y Juan) ¿Son tus cómplices? ¿Tus rivales? ¡Oh, qué traición tan shakespeariana! (Se lleva una mano a la frente, fingiendo un desmayo inminente)
DOLORES.- (Con tono seco, hojeando su cuaderno) Señor Vargas, esto compromete gravemente la validez del contrato. Ocultar testigos en un armario no está contemplado en el Código Civil. (Mira a Benjamín y Juan) Identifíquense, por favor.
BENJAMÍN.- (Indignado, quitándose el polvo de la chaqueta) ¡Yo soy Benjamín, el mejor amigo de este chiflado! Me prometió una tarde divertida, no un sauna con polillas.
JUAN.- (Señalando a Alberto) Y yo soy Juan, que vine porque dijo que habría “grandes cosas”. ¡Lo único grande aquí es el desastre!
ALBERTO.- (Levantando las manos, desesperado) ¡Basta, basta, todos! Esto… esto es un malentendido. (Intenta sonreír, pero parece más una mueca) Todo tiene una explicación lógica.
ANA.- (Arqueando una ceja) ¿Lógica? ¿Tú encerrando a tus amigos mientras me pides matrimonio y aparece esta… (mira a Carmen) diva de cabaret?
CARMEN.- (Ofendida) ¡Diva, sí, y con mucha clase! (Se gira hacia Alberto) ¿Y qué es eso del matrimonio? ¡Me juraste que yo era tu inspiración!
DOLORES.- (Interrumpiendo, imperturbable) Según los documentos, el señor Vargas pretende formalizar un compromiso con… (lee) “persona por determinar”. Esto es jurídicamente absurdo. (Mira a Alberto) ¿Es usted consciente de las implicaciones legales?
ALBERTO.- (Al borde del colapso, gesticulando como un director de orquesta enloquecido) ¡Escuchadme! Esto es… arte. Sí, arte. Una performance sobre el amor, la espontaneidad, la… (duda) ¡Vibración de la vida! (Mira a Benjamín, buscando apoyo, sin obtenerlo) ¿Verdad, Benjamín?
BENJAMÍN.- (Cruzándose de brazos.) No me metas en tus delirios. Lo único que vibra aquí es mi dolor de cabeza.
JUAN.-¿Arte? ¡Esto es un manicomio! Y encima, el magnetófono se quedó sin pilas. (Lo agita, frustrado)
ANA.- (Acercándose a Alberto, blandiendo los papeles) Entonces, ¿todo esto era una farsa? ¿El poema, los versos, el “vivir a medias”? (Sus ojos brillan con una mezcla de furia y decepción)
ALBERTO.- (Suavizando el tono, intentando salvar la situación) Ana, no, no era una farsa. Tú… tú eres especial. Pero también quería… explorar otras posibilidades. (Mirando a Dolores) Dolores… tú eres… la razón misma, la sensatez que a mí me falta, y no podía dar este paso sin saber si tú sentías algo por mí. (Mirando finalmente a Carmen, que resopla) Y tú, Carmen, eres un torbellino, una fuerza de la naturaleza…. pero sólo somos amigos y no ha habido ni habrá nada más allá de esto entre nosotros-
DOLORES.- (Sin inmutarse) No me halague. Solo quiero aclarar si firmo como testigo o como demandante.
CARMEN.- (Riendo con desdén) ¡Qué hombre! ¡Dos mujeres para elegir una y dos idiotas encerrados en un armario! ¡Ayayai! ¡Esto es mejor que cualquier zarzuela!
BENJAMÍN.- (A Juan, en voz baja.) Yo me largo. Esto no tiene buena pinta.
JUAN.- (Asintiendo) Sí, pero primero quiero una copa… la necesito. (Se dirige a la mesa y se sirve un whisky)
BENJAMÍN.- Sí, yo también la necesito (se sirve otra copa)
(De repente, suena el timbre de la puerta. Todos se giran y miran hacia la puerta estupefactos. Alberto se lleva las manos a la cabeza)
TODOS AL UNÍSONO.- ¿Otra?
ALBERTO.- ¡Nooo! ¡No puede ser! ¿Pero qué está pasando hoy aquí?
ANA.- (Con sarcasmo) ¿Otra musa? ¿O es el cura para la boda?
CARMEN.- (Entusiasmada) ¡Que entre, que entre! Esto está en su clímax.
DOLORES.- (Anotando) Cuarto incidente imprevisto. Esto va a requerir un anexo.
(Alberto, derrotado, se arrastra hacia la puerta. La abre, y aparece Rosalía, una vecina anciana con un delantal cubierto de harina y una bandeja de churros)
CARMEN.- ¿Quién es esta? ¿Es que también te gustan las mayores?
ROSALÍA.- (Con voz temblorosa) Hola, soy Rosalía, la vecina de al lado. Albertito, hijo, como oía tanto ruido he pensado que organizabas una fiesta y os he traído unos churritos recién hechos… (Mira la escena: las mujeres furiosas, los hombres desaliñados, el armario humeante.) ¿Interrumpo algo?
(Todos se miran en silencio por un segundo. Luego, estallan en risas nerviosas, excepto Alberto, que se deja caer en el sofá, murmurando)
ALBERTO.- (Para sí mismo) No puede ser, no puede ser, esto se me ha ido de las manos. La gran vibración de la vida… me ha aplastado.
Fin
de la tercera escena. Se oscurece el escenario.
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Sigue esperando”: https://www.amazon.es/dp/1705805434
JUAN.- (Tosiendo) ¡Y huele a polilla quemada! ¡Abre ya, traidor!
ANA.- (Mirando el armario, atónita) ¿Hay gente ahí dentro? ¡Alberto, despierta! (Lo zarandea, pero él sigue inmóvil)
CARMEN.- (Con tono teatral, abanicándose) ¡Oh, qué intriga! ¿Es un complot? ¿Un secuestro? ¿Una performance vanguardista? (Se acerca al armario y golpea la puerta) ¡Salid, almas en pena!
DOLORES.- (Ajustándose las gafas, sacando un cuaderno del maletín) Esto es inaceptable. Necesito nombres, apellidos y motivos para esta… irregularidad. (Anota algo con precisión quirúrgica)
(El armario da un crujido final y un estruendo. Los golpes cesan por un segundo, seguidos de un grito unísono)
BENJAMÍN y JUAN.- (A coro.) ¡¡LA LLAVE!!
(Alberto, como si el grito lo resucitara, se incorpora de golpe, con los ojos desorbitados. Mira a las mujeres, al armario, y se palpa el bolsillo donde guarda la llave)
ALBERTO.- (Balbuceando, aún aturdido.) La llave… la llave… ¡Maldita sea! (Saca la llave con manos temblorosas y, en un arranque de pánico, la lanza hacia el armario.) ¡Ahí tenéis, demonios!
(La llave cae al suelo cerca del armario. Las tres mujeres se lanzan como posesas hacia ella para cogerla, abrir el armario y resolver el misterio. Carmen se hace con ella y abre el armario. Se escucha un forcejeo desde dentro. La puerta del armario se abre de golpe, liberando una nube de humo y olor a tabaco. Benjamín y Juan salen tambaleándose, con la ropa arrugada, el pelo revuelto y caras de absoluta exasperación. Benjamín lleva el magnetófono colgando de un cable, y Juan sostiene un cigarrillo a medio consumir)
BENJAMÍN.- (Tosiendo, señalando a Alberto.) ¡Tú! ¡Eres un lunático! ¡Casi nos asfixias!
JUAN.- (Restregándose los ojos irritados por el humo) ¿Y para esto nos querías? ¡Ha sido una encerrona, en el sentido más literal de la palabra!
(Ana, Carmen y Dolores retroceden, formando un semicírculo alrededor de los recién liberados. Las tres miran a Alberto, que se pone de pie torpemente, intentando recuperar la compostura)
ANA.- (Cruzada de brazos, con los papeles del compromiso aún en la mano) Alberto, ¿quiénes son estos? ¿Y por qué estaban en el armario? ¡Exijo una explicación!
CARMEN.- (Dramática, apuntando a Benjamín y Juan) ¿Son tus cómplices? ¿Tus rivales? ¡Oh, qué traición tan shakespeariana! (Se lleva una mano a la frente, fingiendo un desmayo inminente)
DOLORES.- (Con tono seco, hojeando su cuaderno) Señor Vargas, esto compromete gravemente la validez del contrato. Ocultar testigos en un armario no está contemplado en el Código Civil. (Mira a Benjamín y Juan) Identifíquense, por favor.
BENJAMÍN.- (Indignado, quitándose el polvo de la chaqueta) ¡Yo soy Benjamín, el mejor amigo de este chiflado! Me prometió una tarde divertida, no un sauna con polillas.
JUAN.- (Señalando a Alberto) Y yo soy Juan, que vine porque dijo que habría “grandes cosas”. ¡Lo único grande aquí es el desastre!
ALBERTO.- (Levantando las manos, desesperado) ¡Basta, basta, todos! Esto… esto es un malentendido. (Intenta sonreír, pero parece más una mueca) Todo tiene una explicación lógica.
ANA.- (Arqueando una ceja) ¿Lógica? ¿Tú encerrando a tus amigos mientras me pides matrimonio y aparece esta… (mira a Carmen) diva de cabaret?
CARMEN.- (Ofendida) ¡Diva, sí, y con mucha clase! (Se gira hacia Alberto) ¿Y qué es eso del matrimonio? ¡Me juraste que yo era tu inspiración!
DOLORES.- (Interrumpiendo, imperturbable) Según los documentos, el señor Vargas pretende formalizar un compromiso con… (lee) “persona por determinar”. Esto es jurídicamente absurdo. (Mira a Alberto) ¿Es usted consciente de las implicaciones legales?
ALBERTO.- (Al borde del colapso, gesticulando como un director de orquesta enloquecido) ¡Escuchadme! Esto es… arte. Sí, arte. Una performance sobre el amor, la espontaneidad, la… (duda) ¡Vibración de la vida! (Mira a Benjamín, buscando apoyo, sin obtenerlo) ¿Verdad, Benjamín?
BENJAMÍN.- (Cruzándose de brazos.) No me metas en tus delirios. Lo único que vibra aquí es mi dolor de cabeza.
JUAN.-¿Arte? ¡Esto es un manicomio! Y encima, el magnetófono se quedó sin pilas. (Lo agita, frustrado)
ANA.- (Acercándose a Alberto, blandiendo los papeles) Entonces, ¿todo esto era una farsa? ¿El poema, los versos, el “vivir a medias”? (Sus ojos brillan con una mezcla de furia y decepción)
ALBERTO.- (Suavizando el tono, intentando salvar la situación) Ana, no, no era una farsa. Tú… tú eres especial. Pero también quería… explorar otras posibilidades. (Mirando a Dolores) Dolores… tú eres… la razón misma, la sensatez que a mí me falta, y no podía dar este paso sin saber si tú sentías algo por mí. (Mirando finalmente a Carmen, que resopla) Y tú, Carmen, eres un torbellino, una fuerza de la naturaleza…. pero sólo somos amigos y no ha habido ni habrá nada más allá de esto entre nosotros-
DOLORES.- (Sin inmutarse) No me halague. Solo quiero aclarar si firmo como testigo o como demandante.
CARMEN.- (Riendo con desdén) ¡Qué hombre! ¡Dos mujeres para elegir una y dos idiotas encerrados en un armario! ¡Ayayai! ¡Esto es mejor que cualquier zarzuela!
BENJAMÍN.- (A Juan, en voz baja.) Yo me largo. Esto no tiene buena pinta.
JUAN.- (Asintiendo) Sí, pero primero quiero una copa… la necesito. (Se dirige a la mesa y se sirve un whisky)
BENJAMÍN.- Sí, yo también la necesito (se sirve otra copa)
(De repente, suena el timbre de la puerta. Todos se giran y miran hacia la puerta estupefactos. Alberto se lleva las manos a la cabeza)
TODOS AL UNÍSONO.- ¿Otra?
ALBERTO.- ¡Nooo! ¡No puede ser! ¿Pero qué está pasando hoy aquí?
ANA.- (Con sarcasmo) ¿Otra musa? ¿O es el cura para la boda?
CARMEN.- (Entusiasmada) ¡Que entre, que entre! Esto está en su clímax.
DOLORES.- (Anotando) Cuarto incidente imprevisto. Esto va a requerir un anexo.
(Alberto, derrotado, se arrastra hacia la puerta. La abre, y aparece Rosalía, una vecina anciana con un delantal cubierto de harina y una bandeja de churros)
CARMEN.- ¿Quién es esta? ¿Es que también te gustan las mayores?
ROSALÍA.- (Con voz temblorosa) Hola, soy Rosalía, la vecina de al lado. Albertito, hijo, como oía tanto ruido he pensado que organizabas una fiesta y os he traído unos churritos recién hechos… (Mira la escena: las mujeres furiosas, los hombres desaliñados, el armario humeante.) ¿Interrumpo algo?
(Todos se miran en silencio por un segundo. Luego, estallan en risas nerviosas, excepto Alberto, que se deja caer en el sofá, murmurando)
ALBERTO.- (Para sí mismo) No puede ser, no puede ser, esto se me ha ido de las manos. La gran vibración de la vida… me ha aplastado.
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
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