martes, 8 de julio de 2025

¿Cuál de las tres? Primera escena

A continuación os ofrezco la primera escena que escribí, sobre la cual la IA –bajo mi dirección y mis instrucciones- fue edificando el resto de la obra.
 
¿Cuál de las tres? Primera escena
 
Un joven escritor (Alberto), tan imaginativo como disparatado, cita a sus dos mejores amigos, Benjamín (ejemplo de cordura y sensatez, pero al mismo tiempo amigo fiel y confidente de Alberto) y Juan (un amigo “gregario”, tímido y fiel), a su apartamento para que sean testigos –y posteriormente consejeros- de lo que está a punto de suceder. La acción se desarrolla en Madrid, en el apartamento de soltero de Alberto, en la década de 1970.
 
ALBERTO.- Me gusta pulsar las cuerdas de la vida y sentir en mí la gran vibración.
BENJAMÍN.- Sí. ¿Y qué?
ALBERTO.- Nada.
BENJAMÍN.- ¿Para eso me has llamado?
ALBERTO.- Sí, Benjamín, ¿no lo comprendes? Cosas pequeñas, ínfimas, que se van acumulando hasta que un día forman una grande y... ¡Plaf! Nace.
BENJAMÍN.- Venga, venga, Alberto, explícate que hoy no estoy para acertijos.
ALBERTO.- Tranquilo. (Saca un paquete de tabaco. Lo abre con solemnidad y ofrece un cigarrillo a Benjamín) Esta tarde van a ocurrir aquí grandes cosas. (Consulta su reloj)
BENJAMÍN.- ¿Va a venir alguien? (Alberto comienza a reír desaforadamente) Pero bueno ¿qué es lo que pasa?
ALBERTO.- (Sin poder contener sus carcajadas) ¿Alguien? ¡Ja, ja ,ja! Espera y verás.
BENJAMÍN.- (Con resignación) Como quieras...
ALBERTO.- ¿Ves aquél armario? Pues allí tienes preparada una silla.
BENJAMÍN.- ¿Una silla?
ALBERTO.- ¿Es que nunca has visto una silla?
BENJAMÍN.- Lo que ocurre es que nunca la he visto dentro de un armario.
ALBERTO.- No te preocupes, que tendrás ventilación suficiente.
BENJAMÍN.- (Intrigado) Como quieras. ¿Qué tengo que hacer?
ALBERTO.- Cuando oigas el timbre de la puerta te metes allí. Después conectas el magnetófono y, si quieres, puedes mirar por la cerradura, pero sin hacer ruido ¿eh?
BENJAMÍN.- ¿Y quién va a venir?
ALBERTO.- ...Mi esposa.
BENJAMÍN.- ¡Ah, sí, claro...! ¿Eh? ¿Qué esposa?
ALBERTO.- La mía.
BENJAMÍN.- Vaya, hombre, no sabía que te habías casado. Me podías haber invitado a la boda.
ALBERTO.- Sí, Benjamín, eso es justo lo que he hecho.
BENJAMÍN.- No entiendo una sola palabra de lo que dices, Alberto, así que como no te expliques mejor...
ALBERTO.- Me voy a casar esta tarde, aquí y contigo como testigo. Tráeme aquellos papeles de la mesa. (Benjamín los coge y se los acerca a Alberto mientras los va leyendo).
BENJAMÍN.- ¡Oye, sin son unas actas de matrimonio!
ALBERTO.- Sí, pero falta una firma, la de ella. Y cuando esté listo ya sólo quedará tramitarla en el juzgado.
BENJAMÍN.- ¡Ja, ja, ja! ¿Y quién es ella?
ALBERTO.- No lo sé... todavía.
BENJAMÍN.- ¿Cómo que no lo sabes? ¿Entonces...?
ALBERTO.- Dentro de poco llegarán las dos candidatas; primero una y luego otra. A ver qué dice y cómo reacciona cada una, porque aún no tengo claro a cuál elegir.
BENJAMÍN.- (Frotándose las manos de entusiasmo) Bueno, bueno… ¡Esto no me lo pierdo por nada! ¡Qué cosas se te ocurren!
ALBERTO.- ¡Bah! No te creas, tengo muchas dudas respecto al feliz resultado de esta disparatada idea.
BENJAMÍN.- De todas formas, será interesante el experimento.
ALBERTO.- ¿Tú crees?
BENJAMÍN.- ¡Claro! Venga, vamos a arreglar un poco esto. (Comienzan a limpiar ceniceros y a colocar bien los muebles. En esto suena el timbre de la puerta)
ALBERTO.- Corre, al armario; y ya sabes... ¡no hagas ruido! (Benjamín se mete en el armario y Alberto se dirige a la puerta. La abre y entra Juan)
JUAN.- Hola, ¿qué tal?
ALBERTO.- Pero bueno, Juan, creí que no llegabas, corre, ¡al armario! (Juan abre la puerta del armario y Benjamín, que estaba dentro del armario y apoyado sobre la puerta, cae al suelo cuando esta se abre) ¡No hagáis ruido!
JUAN.- ¿Hola, Benjamín? ¿Qué haces ahí?
ALBERTO.- ¡Venga, deprisa, que no hay tiempo! ¡Al armario! (Por fin se mete en él junto con Benjamín. Suena el timbre de la puerta y Alberto se dirige a abrir)
JUAN.- (Saliendo del armario) Oye, Alberto, que solo hay una silla...
ALBERTO.- ¿Qué haces? (Nerviosamente coge la primera silla que encuentra y a empujones mete a Juan en el armario) ¡Y no salgas del armario! (Se dirige de nuevo a la puerta. Suena un segundo timbrazo)
BENJAMÍN.- (Saliendo del armario) Oye, Alberto, que ¿dónde enchufo el magnetófono?
ALBERTO.- (Desesperado) ¡Es de pilas, idiota! (Le cierra la puerta del armario y echa la llave, que se guarda en el bolsillo de la americana. Suena un tercer timbrazo. Abre la puerta y aparece Ana con gesto serio por la tardanza en abrir)
ANA.- ¿Cómo has tardado tanto en abrir?
ALBERTO.- Hola, Ana, perdona, pero es que estaba en el otro extremo de la casa.
ANA.- ¿De qué casa? ¿Pero no es esto un apartamento con sólo dos habitaciones?
ALBERTO.- Sí, claro, y las sigue teniendo, ¡je! pero es que estaba entretenido y no me he dado cuenta. Lo siento, perdona. Pero... pasa, por favor. (Le quita el abrigo. Ana se sienta y Alberto prepara unas copas).
ANA.- ¿De qué se trata?
ALBERTO.- Tú, como siempre, tan directa. Pues verás, se trata de una oferta. Pero primero, bebe. ¡Chin, chin! (Hacen un brindis) ¿Un cigarrito? (Ambos fuman. Alberto enciende una tenue lámpara y apaga la luz principal. Después pone música. Saca unas cuartillas y se las entrega) ¿Conoces esto?
ANA.- ¡Ah! ¡Son mis poesías! (Alberto la coge de la mano y comienzan a bailar)
ALBERTO.- ¿Te sabes de memoria la número cuatro?
ANA.- Sí, creo que sí.
ALBERTO.- Comienza a recitarla, verso a verso...
ANA.- Sobre la tarde, tristemente, hay dolores de ausencia...
ALBERTO.- Ha comenzado mi tarde, la soledad me quema...
ANA.- Mi corazón no sé a qué sabe, voy buscando tu presencia...
ALBERTO.- Hay un vacío muy grande, esperando a quien lo quiera...
ANA.- En medio de las piedras, donde estoy ausente de mi esencia, se duerme mi esperanza...
ALBERTO.- Entre silencios quietos quiero acercar hacia ti mis manos, y despertarlas al calor de tu vida...
ANA.- Soy la noche... soy dolencia...
ALBERTO.- Mientras tanto yo te espero en mi camino de piedras, y ansío que despiertes la luz en estos labios dormidos de no verte... (Se besan)
ANA.- ¿Cuándo has compuesto eso? Has completado mi poema de una forma preciosa...
ALBERTO. ¡Bah! No tiene importancia, esto no es nada... es algo mucho mayor lo que espero de ti.
ANA.- Dime...
ALBERTO.- Siendo sincero, como siempre, he comprendido que la poesía sola no vale nada, está incompleta. Y así he visto cómo al estudiar la tuya, mis versos han encajado perfectamente. He aquí el milagro, aquí comienza el gran camino que podemos construir entre los dos.
ANA.- ¿Escribir a medias?
ALBERTO.- Sí, pero aún hay más; también, vivir a medias.
ANA.- ¿Qué quieres exactamente?
ALBERTO.- Casarme contigo.
ANA.- (Pausa) ¿Así, tan repentinamente?
ALBERTO.- El amor es así, surge sin que lo llamemos, pero cuando lo sientes aquí dentro explota y rebosa al exterior. Por eso quiero saber si aceptarías casarte conmigo.
ANA.- ¡Caray! No me esperaba esto.
ALBERTO.- Pero si ya lo tengo todo preparado. (Se dirige a la mesa) Aquí tienes los documentos que ha preparado mi abogado, sólo falta tu firma y llevarlos después al juzgado. Cuando seamos marido y mujer esta será nuestra casa, la editorial de los más bellos sueños…
ANA.- (Va leyendo los papeles mientras continúa hablando) Ummm! Todo esto es muy raro. No sé qué te propones.
ALBERTO.- Está muy claro, simplemente soy medio yo y te pido que con tu medio tú me completes; formar así el embrión de un gran amor. Tener la razón de existir, ambicionar, poseer algo, querer que fructifique...
ANA.- Pero apenas sabes nada de mí. Llevamos poco tiempo saliendo y un paso así requiere conocerse mejor, pensárselo más detenidamente.
ALBERTO.- Sé lo suficiente, sé lo que en mí representas; lo demás no importa.
ANA.- Pero es que hay muchas otras cosas que considerar aparte de lo que sintamos el uno por el otro.
ALBERTO.- Quizás a los ojos de los demás, no a los míos.
ANA.- Lo siento, debo pensarlo, un paso así es algo muy importante.
ALBERTO.- Pero si está todo resuelto. (Pausa. Ana mira intrigada viendo cómo sale humo del armario) ¿Qué  miras?
ANA.- Creo que se está quemando el armario (dice con estupor)
ALBERTO.- ¿Qué armario? (Mira el armario y comprueba con asombro cómo sale un poco humo a través de la cerradura y las rendijas) ¡Ah, sí, no es nada...! (Disimulando)
ANA.- Pero Alberto, si está saliendo mucho humo...
ALBERTO.- ¡Bah, no te preocupes, es... un incienso que estoy quemando.
ANA.- ¿Dentro del armario?
ALBERTO.- Sí, es que ese incienso huele muy bien y además mata las polillas.
ANA.- ¿Hay polillas en el armario?
ALBERTO.- Dos, digo, no, pero… por si acaso. Con estas cosas nunca se sabe. (Se escuchan unas toses)
ANA.- ¿Qué ha sido eso?
ALBERTO.- (Alberto tose para disimular) No, nada, que me he atragantado. (Disimuladamente se dirige al armario y le da una patada. Se escucha un grito)
ANA.- ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué gritas?
ALBERTO.- Nada ¡ay! Es que me he dado un golpe con el armario. Bueno, ¿en qué estábamos? ¡Ah, sí! ¿Qué decides?
ANA.- Ay, Alberto, qué rarito eres. (Se acerca a Alberto y lo besa) Acepto.
ALBERTO.- (Corriendo hacia la mesa y llevándole el bolígrafo y los papeles) Aquí tienes que firmar.
ANA.- ¡Eh! ¡Espera un poco!
ALBERTO.- ¿Qué te ocurre? ¿No has dicho que estabas de acuerdo?
ANA.- Sí, pero me parece muy precipitado todo esto.
ALBERTO.- ¿Entonces?
ANA.- ¿Me dejas que vaya primero al lavabo?
ALBERTO.- Sí, claro, de acuerdo (consultando el reloj) tómate todo el tiempo que quieras (dice con calma mientras hace gestos de que se dé prisa, aunque ella no ve dichos gestos).
ANA.- ¿Se te han quitado ya las prisas?
ALBERTO.- No, no es eso...
ANA.- Bueno, de todas formas, tenemos que hablar más.
ALBERTO.- ¿Entonces, aceptas?
ANA.- (Abrazándolo) Sí, yo también siento algo muy especial por ti y creo que con tu imaginación y tus genialidades no me voy a aburrir nunca. (Sale)
ALBERTO.- (Saltando de alegría) ¡Esto marcha! (De pronto mira al armario. Se lleva la mano al bolsillo y saca la llave. La mira dudando si tirarla por la ventana, pero decide abrir el armario. Al hacerlo, sale una gran cantidad de humo y Benjamín y Juan caen al suelo) ¿Habéis visto?
JUAN.- Yo no he visto nada, ese armario parece Londres.
ALBERTO.- ¿De quién ha sido la idea de fumar dentro del armario?
BENJAMÍN y JUAN.- De él (se señalan mutuamente).
ALBERTO.- Habéis estado a punto de echar todo esto por tierra. (Suena el timbre de la puerta)
BENJAMÍN.- ¿Otra?
ALBERTO.- Rápido, al armario.
JUAN.- ¿Y qué pasa con Ana?
ALBERTO.- No hay problema, cada vez que va al lavabo tarda un cuarto de hora por lo menos. La que debe estar llamando es la abogada que me ha preparado todo esto, una chica preciosa, por cierto, aunque muy seria y formal… y con unos ojos preciosos, y una voz que enamora y te cala hasta el fondo del alma y ha llenado mi ser de insondables dudas… (Suena un segundo timbrazo) ¡Al armario! (Los encierra de nuevo)
 
Fin de la primera escena. Se oscurece el escenario.
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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