(Dedicado
a todos los que me habéis conocido)
Cuando se llega a cierta edad… (¡Vaya, nada más empezar y ya estoy con un eufemismo; lo que quiero decir es “cuando se llega a viejo”!)… se suele mirar hacia atrás y recordar aquellas personas y vivencias que conformaron nuestra adolescencia y juventud. Y lo curioso del caso es que aquellos recuerdos y vivencias suelen estar frescos, casi tanto como los vivimos en aquellos años tan lejanos. Vemos con total claridad a los amigos y amigas, a los lugares y escenas vividas, a los amores y amoríos, a las alegrías y a las tristezas, a los juegos y a la falta de experiencia y, sobre todo –y gracias a Dios- a la inocencia.
Alguna vez, y gracias a las nuevas tecnologías… (¡Vaya, otro eufemismo; quiero decir “gracias a Internet y a su buscador Google”!)… nos es posible localizar alguna de aquellas queridas personas del pasado. En ciertas ocasiones nos es posible incluso escribirles un e-mail o un mensaje en su blog o red social e intercambiar unos saludos. Podemos incluso quedar para vernos y entonces, cuando llega ese momento… la sorpresa: Quien tienes enfrente de ti (y supongo que a la otra persona le pasará lo mismo) es alguien muy distinto, muy diferente a aquella persona que conociste, a aquella que tienes viva en el recuerdo. Y no me refiero al físico, porque sabemos de sobra que el tiempo pasa para todos, que las arrugas y la calvicie no nos sorprenden porque ya contábamos con ellas, e incluso contábamos con esa voz más cascada y con esos kilos de más. Me refiero al ser humano que habita dentro de ese cuerpo.
Porque ¿sabes una cosa? Ese cuerpo se ha ido renovando con el transcurso de los días, las semanas, los meses y los años. Cada una de las células de ese cuerpo ha muerto y ha sido reemplazada por otra, y por otra… y así sucesivamente hasta ese día del encuentro. Incluso las neuronas, esas que antes decían que nacían y morían con nosotros, también –como la ciencia ha descubierto- han ido muriendo y naciendo a lo largo de los años. Del cuerpo que tienes frente a ti (y de tu cuerpo que ahora está frente a él o ella) no queda nada, absolutamente nada; sólo es un cuerpo diferente y más viejo, con menos brillo como si el paso del tiempo fuese anegando de polvo nuestra piel. Sólo nos queda mirar a los ojos… y ¿qué ves?...
Quizá vislumbres una leve luz, un tenue brillo, un chisporroteo del ser que conociste en tu adolescencia y juventud. Estás viendo su alma, estás viendo a la persona que realmente es, pero ese alma también ha recorrido un largo camino para llegar hasta aquí. El trabajo, las preocupaciones, los éxitos, los fracasos, los miedos, las culpas, los nuevos amigos, los familiares, las experiencias de la vida… no sólo han modelado y modificado ese cuerpo físico sino que también han remodelado ese alma.
Esa persona, que ahora tienes frente a ti, se parece a aquella que conociste e incluso amaste en tu juventud, pero sólo “se parece” porque ahora es distinta. Y ella pensará o percibirá lo mismo que tú. Tendréis recuerdos comunes (e incluso os daréis cuenta que la forma de recordarlos difiere de uno a otro), pero os sentiréis también un poco extraños porque los que ahora se encuentran son dos seres diferentes, parecidos –eso sí- pero distintos, y ese feeling del pasado apenas será un rescoldo.
Y soplaréis sobre esas tenues ascuas del pasado con la esperanza de reavivar el fuego, intentando traer de nuevo la memoria conjunta de cuanto vivisteis en el pasado, esperando a ver si sois capaces de revivirlo ahora, pero… ni por esas. Será un vano intento. Y al final, comprenderéis que –desde aquél último día en que os dijisteis adiós- han pasado muchas cosas, tantas que ahora la distancia entre vosotros es inmensa aunque sólo os separe la mesita de la cafetería.
Tenemos que seguir. No queda más remedio. Es nuestro sino. Y no me arrepentiré nunca de mirar y recordar el pasado porque forma parte de mi vida, de mi existencia, de lo que he aprendido y experimentado a lo largo de mi vida. Porque la vida es sólo eso: aprender y experimentar. Y cada paso que damos nos abre una vía diferente en el universo, de tal forma que nunca es posible volver atrás, sólo es posible hacerlo… con el recuerdo.
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
Cuando se llega a cierta edad… (¡Vaya, nada más empezar y ya estoy con un eufemismo; lo que quiero decir es “cuando se llega a viejo”!)… se suele mirar hacia atrás y recordar aquellas personas y vivencias que conformaron nuestra adolescencia y juventud. Y lo curioso del caso es que aquellos recuerdos y vivencias suelen estar frescos, casi tanto como los vivimos en aquellos años tan lejanos. Vemos con total claridad a los amigos y amigas, a los lugares y escenas vividas, a los amores y amoríos, a las alegrías y a las tristezas, a los juegos y a la falta de experiencia y, sobre todo –y gracias a Dios- a la inocencia.
Alguna vez, y gracias a las nuevas tecnologías… (¡Vaya, otro eufemismo; quiero decir “gracias a Internet y a su buscador Google”!)… nos es posible localizar alguna de aquellas queridas personas del pasado. En ciertas ocasiones nos es posible incluso escribirles un e-mail o un mensaje en su blog o red social e intercambiar unos saludos. Podemos incluso quedar para vernos y entonces, cuando llega ese momento… la sorpresa: Quien tienes enfrente de ti (y supongo que a la otra persona le pasará lo mismo) es alguien muy distinto, muy diferente a aquella persona que conociste, a aquella que tienes viva en el recuerdo. Y no me refiero al físico, porque sabemos de sobra que el tiempo pasa para todos, que las arrugas y la calvicie no nos sorprenden porque ya contábamos con ellas, e incluso contábamos con esa voz más cascada y con esos kilos de más. Me refiero al ser humano que habita dentro de ese cuerpo.
Porque ¿sabes una cosa? Ese cuerpo se ha ido renovando con el transcurso de los días, las semanas, los meses y los años. Cada una de las células de ese cuerpo ha muerto y ha sido reemplazada por otra, y por otra… y así sucesivamente hasta ese día del encuentro. Incluso las neuronas, esas que antes decían que nacían y morían con nosotros, también –como la ciencia ha descubierto- han ido muriendo y naciendo a lo largo de los años. Del cuerpo que tienes frente a ti (y de tu cuerpo que ahora está frente a él o ella) no queda nada, absolutamente nada; sólo es un cuerpo diferente y más viejo, con menos brillo como si el paso del tiempo fuese anegando de polvo nuestra piel. Sólo nos queda mirar a los ojos… y ¿qué ves?...
Quizá vislumbres una leve luz, un tenue brillo, un chisporroteo del ser que conociste en tu adolescencia y juventud. Estás viendo su alma, estás viendo a la persona que realmente es, pero ese alma también ha recorrido un largo camino para llegar hasta aquí. El trabajo, las preocupaciones, los éxitos, los fracasos, los miedos, las culpas, los nuevos amigos, los familiares, las experiencias de la vida… no sólo han modelado y modificado ese cuerpo físico sino que también han remodelado ese alma.
Esa persona, que ahora tienes frente a ti, se parece a aquella que conociste e incluso amaste en tu juventud, pero sólo “se parece” porque ahora es distinta. Y ella pensará o percibirá lo mismo que tú. Tendréis recuerdos comunes (e incluso os daréis cuenta que la forma de recordarlos difiere de uno a otro), pero os sentiréis también un poco extraños porque los que ahora se encuentran son dos seres diferentes, parecidos –eso sí- pero distintos, y ese feeling del pasado apenas será un rescoldo.
Y soplaréis sobre esas tenues ascuas del pasado con la esperanza de reavivar el fuego, intentando traer de nuevo la memoria conjunta de cuanto vivisteis en el pasado, esperando a ver si sois capaces de revivirlo ahora, pero… ni por esas. Será un vano intento. Y al final, comprenderéis que –desde aquél último día en que os dijisteis adiós- han pasado muchas cosas, tantas que ahora la distancia entre vosotros es inmensa aunque sólo os separe la mesita de la cafetería.
Tenemos que seguir. No queda más remedio. Es nuestro sino. Y no me arrepentiré nunca de mirar y recordar el pasado porque forma parte de mi vida, de mi existencia, de lo que he aprendido y experimentado a lo largo de mi vida. Porque la vida es sólo eso: aprender y experimentar. Y cada paso que damos nos abre una vía diferente en el universo, de tal forma que nunca es posible volver atrás, sólo es posible hacerlo… con el recuerdo.
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
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