Un golpe en
la puerta rompió el silencio, tan brusco que Juan dio un respingo, como si lo
hubieran sorprendido en un delito.
- ¿Quién es?
-preguntó, con la voz áspera por el desuso.
- ¡Soy yo,
Carlos! ¿Vas a abrir o sigo tocando la serenata?
La voz al
otro lado era cálida, con un toque de sorna que solo un viejo amigo podía
permitirse. Juan se levantó, apartando
una pila de papeles que amenazaba con desplomarse, y abrió la puerta. Carlos
entró como una ráfaga de aire fresco, trayendo consigo el olor a colonia barata
y el bullicio de la calle. Llevaba un traje gris de corte recto, típico de un
oficinista de clase media en aquél Madrid de los setenta, con una camisa blanca
impecable y una corbata de rayas que parecía gritar estabilidad. En la mano
derecha sostenía una botella de vino tinto, con la etiqueta medio despegada, y
en la izquierda, un paquete de cigarrillos Ducados que asomaba del bolsillo de
su chaqueta.
- ¡Hombre,
qué sorpresa! No esperaba verte hoy -dijo Juan, forzando una sonrisa que no
llegó a sus ojos. Carlos lo miró de
arriba abajo, arqueando una ceja.
- ¿Qué tal,
soñador? Siempre encerrado con tus palabras.
Carlos recorrió
la habitación con la mirada, deteniéndose en el desorden de libros y papeles.
- Este lugar
parece una biblioteca en ruinas. ¿No te cansas de vivir entre papeles?
Juan se
encogió de hombros y señaló dos sillones gastados, tapizados en un terciopelo
verde que había visto mejores días.
- Es mi
refugio. Siéntate, hombre.
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corazón
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El aire en
el apartamento de Juan olía a papel viejo y a café recalentado, con un leve
rastro de cera quemada de las velas que usaba cuando la lámpara de pie, con su
pantalla torcida, no bastaba para iluminar sus noches de escritura. Era 1975, y
Madrid vibraba fuera de aquellas paredes con un pulso inquieto, atrapada entre
la rigidez política de aquellos años y la promesa de algo nuevo, indefinido,
que flotaba en las conversaciones susurradas en los bares y en las canciones de
la radio. Pero dentro de aquel apartamento en la calle Argumosa, en el corazón
del barrio de Lavapiés, el mundo parecía detenerse.
Las
estanterías, abarrotadas de libros con lomos desgastados -desde Lorca hasta Camus-,
se alzaban como murallas alrededor de un escritorio donde una vieja máquina de
escribir Olivetti Lettera 22 reinaba entre montones de papeles arrugados y
tazas manchadas de café.
Juan, de
veinticinco años, estaba encorvado sobre el escritorio, con los dedos
suspendidos sobre las teclas, como si dudara de cada palabra antes de dejarla
caer sobre el papel. Su cabello, castaño y desordenado, le caía sobre la
frente, y sus ojos, de un verde apagado, reflejaban una mezcla de cansancio y
anhelo. Vestía una camisa de franela a medio abotonar, con las mangas
remangadas, como si estuviera en una batalla constante contra el calor de su
propia mente. Era un hombre fuera de lugar, un novelista atrapado en un mundo
que exigía más de lo que él estaba dispuesto a dar. Quería escribir historias
que rasgaran el alma, pero las expectativas -las de los editores, las de la
sociedad, las de sí mismo- lo tenían acorralado.
Novelas con
corazón
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El periodista y escritor Vicente Fisac ha escrito a lo
largo de su vida muchos libros (más de cuarenta, disponibles todos ellos en
Amazon, tanto en edición digital como en edición impresa) y de ellos, algunas
novelas y relatos cortos. Ahora, toda esa producción narrativa se ha reunido en
tres tomos, “Novelas escogidas”, “Novelas con corazón” y “Novelas con aire
nórdico”. Un total de once novelas que te permitirán conocer el universo de
este original autor y te brindarán unas horas de lectura entretenida llena de
sorpresas.
NOVELAS CON AIRE NÓRDICO
En “La joven rubia de Glommen”, seguiremos paso a paso la
vida y las emociones de Erika Nissen (1845-1903), pianista y auténtica
superestrella del siglo XIX. Su carácter firme e independiente, en una sociedad
donde la mujer estaba supeditada al hombre, su compromiso social especialmente
con las clases más desfavorecidas, y su defensa de los derechos de las mujeres,
chocó con la sociedad de su tiempo… y sin embargo, cuando la escuchaban tocar
esa música que llegaba al corazón, le perdonaron todo.
En “Huyendo hacia el silencio” nos trasladamos a la época
actual en España. Allí, un experto publicitario ya jubilado nos cuenta la
historia de un joven cantante al que la fama ha sobrepasado y busca un poco de
paz y anonimato en su vida. Un encuentro casual dará un giro completo a la vida
de estos dos personajes y se sucederán toda una serie de persecuciones,
intrigas e incluso actos heroicos que nos revelarán una personalidad a contracorriente,
la de un joven que lejos de seguir las modas y las normas él sigue las suyas,
pero sin imponerlas a nadie, simplemente predicando con el ejemplo.
NOVELAS CON CORAZÓN
En “Caminos de fuego” nos adentramos en una novela actual
de amor y de aventuras en el corazón de África. Pero esta historia de amor se
verá amenazada no sólo por el fuego de un volcán y los peligros dela selva,
sino también por el asedio de los medios de comunicación que, cuando ven una
presa capaz de llenar portadas, se vuelven implacables. Sin embargo, esta
novela nos enseñará también que cuando el amor es fuerte y verdadero, se puede
combatir ese asedio con inteligencia y transformar los inconvenientes en
ventajas.
En “Deuda de vida”, damos un salto atrás en el tiempo y
nos trasladamos a la Grecia clásica de hace 2.600 años en vísperas de la
celebración de unos Juegos Olímpicos que reviviremos en directo y conoceremos
cómo era la vida normal y diaria en aquellos tiempos. Es una novela inspirada
en hechos históricos, en donde el amor, la amistad y el honor son puestos a
prueba y en donde se nos demuestra que hubo un tiempo en que una palabra dada,
un apretón de manos, valía más que cualquier contrato.
NOVELAS ESCOGIDAS
En “EL ECO DE OTRO MUNDO”, se aborda el mundo del teatro
y este nos introduce en el mundo de la familia, padres e hijos.
En “LA ESPERA SIN FIN”, un joven escritor descubre el
amor en el lugar más insospechado. Una lucha entre la esperanza y el
abatimiento.
En “UNA BODA Y UN ARMARIO”, pasamos a la más pura
diversión; sin más aspiraciones…que ya es bastante.
En “ADIÓS EN AZUL” viviremos una historia de amor y
distancia, por los intrincados caminos del destino.
En “EL CÍRCULO DE HADAS” nos vamos siglos atrás, al mundo
mágico de las leyendas, la fantasía y los misterios.
En “LA SOMBRA EN EL ASFALTO” se cuenta una historia
íntima sobre el paso del tiempo y cómo el destino nos devuelve nuestra propia
imagen.
En “PUZZLE” iremos reuniendo piezas sueltas de un puzzle
cuyo resultado final sólo se podrá contemplar cuando lo hayamos completado.
Disponibles en Amazon en tres ediciones: tapa dura, tapa
blando y eBook:
Novelas con aire nórdico
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Novelas con corazón
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Novelas escogidas
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Si mirásemos
al Madrid de los años 70, con las luces de neón parpadeando en las calles al
anochecer, quizás escucharíamos aquella canción de Camilo Sesto que tanto se
clavó en el alma de nuestro protagonista…
Un adiós sin
razones
Unos años
sin valor
Me
acostumbré
A tus besos
y a tu piel color de miel
A la espiga
de tu cuerpo
A tu risa y
a tu ser
Mi voz se
quiebra
Cuando te
llamo
Y tu nombre
Se vuelve
hiedra
Que me
abraza
Y entre sus
ramas
Ella esconde
mí tristeza
Algo de mí,
algo de mí, algo de mí
Se va
muriendo
Quiero vivir,
quiero vivir
Saber por
qué
Te vas, amor
Te vas, amor
Pero te
quedas
Porque
formas parte de mí
Y en mi casa
Y en mi alma
Hay un sitio
para ti
Se que
mañana
Al
despertarme
No hallare
A quien
hallaba
Y en su
sitio
Habrá un
vacío
Grande y
muro como el alma
Algo de mí,
algo de mí, algo de mí
Se va
muriendo
Quiero
vivir, quiero vivir
Saber por
qué
Te vas, amor
Te vas, amor
Pero te
quedas
Porque
formas parte de mí
Y en mi casa
Y en mi alma
Hay un sitio
para ti
Algo de mí,
algo de mí, algo de mí
Se va muriendo
Quiero
vivir, quiero vivir
Saber por
qué
Te vas, amor
Algo de mí,
algo de mí, algo de mí
Se va
muriendo, quiero vivir, quiero vivir
Novelas con
corazón
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En este volumen titulado “Novelas con aire nórdico”, se
ofrecen dos novelas muy diferentes, de Vicente Fisac, en donde Noruega es también protagonista y
el autor nos conducirá por aspectos desconocidos de este país…
No es ningún secreto que al periodista y escritor Vicente
Fisac siempre le ha atraído de una manera muy especial Noruega, por eso no es
de extrañar que este país forme parte de alguna de sus novelas. En este libro,
en concreto, se incluyen dos novelas ambientadas –en todo o en parte- en
Noruega. La primera, es una biografía de una superestrella de su tiempo de la que,
sin embrago, apenas nadie recuerda, y cuya apasionante vida ha sido ahora
rememorada. La segunda novela comienza en España pero, por caprichos del
destino, sus personajes emprenderán una huida que les llevará hasta Noruega y
allí conocerán cómo son las gentes de este país y el contraste entre la
sociedad española y la sociedad noruega.
En “La joven rubia de Glommen”, seguiremos paso a paso la
vida y las emociones de Erika Nissen (1845-1903), pianista y auténtica
superestrella del siglo XIX. Su carácter firme e independiente, en una sociedad
donde la mujer estaba supeditada al hombre, su compromiso social especialmente
con las clases más desfavorecidas, y su defensa de los derechos de las mujeres,
chocó con la sociedad de su tiempo… y sin embargo, cuando la escuchaban tocar
esa música que llegaba al corazón, le perdonaron todo.
En “Huyendo hacia el silencio” nos trasladamos a la época
actual en España. Allí, un experto publicitario ya jubilado nos cuenta la
historia de un joven cantante al que la fama ha sobrepasado y busca un poco de
paz y anonimato en su vida. Un encuentro casual dará un giro completo a la vida
de estos dos personajes y se sucederán toda una serie de persecuciones,
intrigas e incluso actos heroicos que nos revelarán una personalidad a
contracorriente, la de un joven que lejos de seguir las modas y las normas él sigue
las suyas, pero sin imponerlas a nadie, simplemente predicando con el ejemplo.
“Novelas con aire nórdico”, de Vicente Fisac
Disponible en Amazon, en tres ediciones: tapa dura, tapa
blanda y eBook:
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Madrid,
1975. La noche era un lienzo de contradicciones. Las calles, iluminadas por
letreros de neón que parpadeaban como promesas rotas, vibraban con el rumor de
una ciudad que no sabía si aferrarse al pasado o lanzarse al abismo de un
futuro incierto. Era una época de susurros y sombras, de cafés llenos de humo
donde se hablaba de libertad en voz baja, de cines abarrotados donde las
pantallas ofrecían un escape momentáneo, de discotecas que palpitaban con
ritmos disco y el eco de canciones como las de Raphael o Nino Bravo, que
parecían capturar el anhelo colectivo de algo más. España estaba al borde de un
cambio, con el régimen de Franco tambaleándose y una generación joven que
soñaba con nuevos horizontes, aunque aún no supiera cómo.
En medio de
este torbellino vivía Juan, un joven de veinticinco años con el alma de un
poeta y el corazón de un buscador. No era como los demás. Mientras sus
contemporáneos se perdían en la efervescencia de la noche, en risas que
ocultaban vacíos y en coqueteos que duraban lo que una canción, Juan anhelaba
algo más profundo: una conexión que trascendiera lo superficial, un amor que no
se desvaneciera con la luz del amanecer. Sus días los pasaba entre libros y una
vieja máquina de escribir, tejiendo historias que intentaban capturar las
verdades que no se atrevía a pronunciar en voz alta.
Pero la
noche, esa fuerza magnética que atraía a todos, también lo había atrapado,
llevándolo a un mundo de luces estroboscópicas y promesas vacías donde buscaba,
sin saberlo, un destello de eternidad.
Novelas con
corazón
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Durante los
próximos días vamos a ir compartiendo esta novela corta que narra un episodio
que cambió (o quizás nunca llegó a cambiar) la historia de Juan, un joven
escritor de 25 años, introspectivo, idealista, y fuera de lugar en el ambiente
social superficial. Anhela una conexión profunda, pero se siente atrapado por
las expectativas sociales.
La acción
transcurre en Madrid, en el año 1975, una ciudad que en aquél entonces era un
crisol de sueños y desencantos, un lugar donde las almas se cruzaban pero no
siempre se encontraban.
Esta
historia nos habla de su espera obstinada, de su lucha por no rendirse ante un
mundo que premia lo efímero y superficial, de un encuentro fugaz que marcó un
antes y un después en su vida, de un día muy especial que dejó a Juan
suspendido entre la esperanza y la melancolía, buscando –más allá de los
cuerpos- un alma de mujer que diera sentido y propósito a su vida.
Querido
lector, prepárate para caminar por las calles de un Madrid que ya no existe,
para escuchar los acordes de una balada que aún resuena, y para preguntarte, al
igual que lo hizo Juan, si el amor verdadero puede encontrarse en un mundo que
parece haberlo olvidado.
Novelas con
corazón
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El amor es la fuerza más potente del universo y estas dos
novelas de Vicente Fisac nos demuestran cómo el amor verdadero es capaz de
vencer todas las dificultades. Dos novelas en donde al amor y la aventura están
presentes y nos harán disfrutar de un buen rato de lectura apasionante…
En “Caminos de fuego” nos adentramos en una novela actual
de amor y de aventuras en el corazón de África. Pero esta historia de amor se
verá amenazada no sólo por el fuego de un volcán y los peligros dela selva,
sino también por el asedio de los medios de comunicación que, cuando ven una
presa capaz de llenar portadas, se vuelven implacables. Sin embargo, esta
novela nos enseñará también que cuando el amor es fuerte y verdadero, se puede
combatir ese asedio con inteligencia y transformar los inconvenientes en
ventajas.
En “Deuda de vida”, damos un salto atrás en el tiempo y
nos trasladamos a la Grecia clásica de hace 2.600 años en vísperas de la
celebración de unos Juegos Olímpicos que reviviremos en directo y conoceremos
cómo era la vida normal y diaria en aquellos tiempos. Es una novela inspirada
en hechos históricos, en donde el amor, la amistad y el honor son puestos a
prueba y en donde se nos demuestra que hubo un tiempo en que una palabra dada,
un apretón de manos, valía más que cualquier contrato.
“Novelas con corazón” de Vicente Fisac
Disponible en Amazon, en tres ediciones: tapa dura, tapa
blanda y eBook:
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En el libro titulado “Novelas escogidas” se presentan
varias novelas cortas y relatos de Vicente Fisac. Este libro nos brinda la
oportunidad de disfrutar de una lectura entretenida recorriendo diversos
ambientes y temáticas en donde el amor está siempre presente y, en algunos casos,
viene sazonado con gotas de humor, de aventura o de misterio. Esta es la
selección:
En “EL ECO DE OTRO MUNDO”, se aborda el mundo del teatro
y este nos introduce en el mundo de la familia, padres e hijos.
En “LA ESPERA SIN FIN”, un joven escritor descubre el
amor en el lugar más insospechado. Una lucha entre la esperanza y el
abatimiento.
En “UNA BODA Y UN ARMARIO”, pasamos a la más pura
diversión; sin más aspiraciones…que ya es bastante.
En “ADIÓS EN AZUL” viviremos una historia de amor y
distancia, por los intrincados caminos del destino.
En “EL CÍRCULO DE HADAS” nos vamos siglos atrás, al mundo
mágico de las leyendas, la fantasía y los misterios.
En “LA SOMBRA EN EL ASFALTO” se cuenta una historia
íntima sobre el paso del tiempo y cómo el destino nos devuelve nuestra propia
imagen.
En “PUZZLE” iremos reuniendo piezas sueltas de un puzzle
cuyo resultado final sólo se podrá contemplar cuando lo hayamos completado.
"Novelas escogidas", de Vicente Fisac
En
el vasto paisaje de África oriental, donde la Tierra parece abrirse en un
abrazo tectónico, se erige el volcán Nyamuragira, un coloso de lava y fuego que
ha moldeado el destino de una región rica en vida y contrastes. Situado en la
República Democrática del Congo (RDC), este volcán no es solo un pico
imponente, sino un recordatorio vivo de la dinámica incesante del planeta.
Conocido también como Nyamulagira, es el volcán más activo de África y uno de
los más prolíficos del mundo.
Nyamuragira
forma parte de la cadena de los Montes Virunga, un conjunto de volcanes activos
en la rama occidental del Gran Valle del Rift de África Oriental. Este rift es
una grieta tectónica donde las placas africana y somalí se separan lentamente,
permitiendo que el magma ascienda desde las profundidades de la Tierra. El
volcán se encuentra en la provincia de Nord-Kivu, a unos 25 kilómetros al norte
del lago Kivu y aproximadamente 13 kilómetros al nor-noroeste de su vecino más
famoso, el Nyiragongo, famoso por su lago de lava permanente.
A
diferencia de los conos empinados como el Kilimanjaro, Nyamuragira es un volcán
en escudo, similar a los de Hawái. Su forma es ancha y de pendientes suaves,
con una altura de 3.058 metros sobre el nivel del mar. En la cima, una caldera
de 2 por 2,3 kilómetros de diámetro, con paredes de hasta 100 metros, alberga
un lago de lava intermitente que ha fascinado a científicos durante décadas. El
volcán abarca un volumen de unos 500 kilómetros cúbicos y cubre 1.500
kilómetros cuadrados de terreno, con más de 100 conos adventicios (pequeños
volcanes secundarios) dispersos por sus flancos y la llanura circundante.
Más
de un siglo de fuegos impredecibles
Desde
1885, Nyamuragira ha erupcionado más de 40 veces, con un promedio de una erupción
cada dos años desde 1980. Sus erupciones son efusivas, es decir, expulsan
grandes flujos de lava fluida en lugar de explosiones violentas, aunque
ocasionalmente generan columnas de ceniza y gases. Algunas erupciones, como la
de 1938, marcan su historia: El flujo de lava vació el lago de lava del cráter
y alcanzó el lago Kivu, cubriendo vastas áreas de bosque. Pero todas estas
erupciones no solo alteran el paisaje, sino que también enriquecen el suelo con
minerales, fomentando una vegetación exuberante en un entorno tropical.
Nyamuragira
es un volcán que no descansa. El 2024
trajo un repunte dramático: el 26 de julio, la lava desbordó el borde norte de
la caldera, avanzando 5 kilómetros en el primer día y elevando el código de
aviación a rojo por una pluma de 4 kilómetros de altura.
El
10 de septiembre, comenzó una erupción que persiste hasta la fecha, con flujos
en los flancos oeste y noroeste visibles incluso en imágenes satelitales.
Esta
fase actual, que podría ser una de las más grandes en un siglo por volumen de
lava, resalta la imprevisibilidad de Nyamuragira. Aunque sus erupciones son
mayormente efusivas y rara vez causan desastres directos, sus flujos de lava
han cubierto más de 1.500 km² del rift, destruyendo bosques tropicales y
desplazando vida silvestre.
Para
las comunidades cercanas, como Goma (a 30 km), el riesgo radica en las cenizas
que contaminan el aire y el agua, y en posibles flujos que podrían alcanzar el
lago Kivu, con sus reservas de gas metano explosivo. Sin embargo, la lava
fertiliza el suelo, promoviendo agricultura en una zona de conflicto armado. El
OVG y parques nacionales monitorean la actividad para mitigar riesgos, pero el
acceso es limitado por la inestabilidad regional.
Símbolo
de la Tierra viva
Nyamuragira
no es solo un volcán; es un pulso de la Tierra en acción, donde la destrucción
da paso a la renovación. En un mundo obsesionado con la estabilidad, este
gigante congoleño nos recuerda que el planeta es un ser dinámico, forjado en
fuego. Mientras su lago de lava burbujea y sus flujos serpentean por los
flancos, científicos y locales conviven con su poder. Observarlo desde
satélites o, con precaución, desde la distancia, es un privilegio que invita a
la humildad. En el corazón del rift africano, Nyamuragira sigue susurrando —y
rugiendo— las historias profundas de nuestro planeta.
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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último viaje”: https://amzn.eu/d/1zzOpM6
(AZprensa)
El sol de medianoche islandés apenas roza el horizonte cuando arrancamos el
todoterreno desde la Ring Road, la carretera principal que circunda la isla
como un anillo de asfalto precario. Detrás quedamos Reykjavik, con sus cafés
hipster y sus ejecutivos en trajes impecables; delante, el vasto interior de
Islandia, un territorio que parece arrancado de un sueño febril o, mejor dicho,
de un set de Hollywood. Nuestro vehículo, un robusto Land Rover Defender
modificado para terrenos extremos, ruge con determinación mientras nos
adentramos por pistas de grava y ceniza volcánica. Yo, el guía, llevo las
riendas; a mi lado y en los asientos traseros, cinco ejecutivos de una
multinacional tecnológica: Ana, la CFO de mirada analítica; Marco, el CEO
carismático pero estresado; Lisa, la directora de marketing siempre con el
teléfono en mano; Raj, el ingeniero escéptico; y Sofia, la de recursos humanos,
la más entusiasta del grupo. Ninguno ha pisado un glaciar en su vida. Sus
viajes "de aventura" se limitan a conferencias en Dubái o retiros en
los Alpes con spa incluido. Hoy, eso cambia.
La
transición es abrupta. En cuestión de minutos, el paisaje se transforma en algo
irreconocible. Las carreteras interiores –pistas F, las llaman aquí, como F208
o F35– son meros surcos en un mar de lava solidificada, cubiertos de polvo
negro que se levanta en nubes asfixiantes. A ambos lados, campos de musgo verde
fluorescente cubren rocas basálticas como una alfombra alienígena. "Esto
no puede ser la Tierra", murmura Marco, aferrándose al asiento mientras el
todoterreno salta sobre un bache. Y tiene razón. Islandia interior es un
planeta ajeno: volcanes dormidos como cráteres lunares, ríos de aguas turquesas
que serpentean entre grietas profundas, y un cielo que parece infinito,
salpicado de nubes que se mueven con la velocidad de un huracán contenido.
No
es casualidad que directores de cine lo elijan. Recuerdo contárselo al grupo
mientras sorteamos un vado de río glaciar, el agua helada salpicando el
parabrisas. "Mirad a la izquierda: ese valle fue el escenario de
Interstellar, donde Cooper aterriza en un mundo de hielo eterno. Y más
adelante, en las tierras altas de Sprengisandur, rodaron escenas de Game of Thrones
para el Muro y las tierras más allá. Ridley Scott usó estos paisajes para
Prometheus, porque ¿dónde más encuentras un lugar que parezca habitado por
dioses indiferentes o extraterrestres hostiles?". Los ejecutivos asienten,
boquiabiertos. Lisa saca su teléfono para grabar, pero la señal se pierde hace
rato. "Esto es mejor que cualquier filtro de Instagram", dice Raj, y
por primera vez, su voz tiembla no de escepticismo, sino de asombro.
Avanzamos
hacia el sur, rumbo a Vatnajökull, el glaciar más grande de Europa, un coloso
de hielo que cubre el 8% de la isla como una armadura blanca y azul. El viento
sempiterno azota el vehículo: un soplo constante, gélido, que se cuela por las
rendijas y eriza la piel incluso con las ventanillas cerradas. "Abrigaos",
les advierto, repartiendo chaquetas térmicas. "Aquí el viento no perdona;
viene directo del Ártico". El todoterreno trepa por pendientes empinadas,
las ruedas patinando en la grava suelta. De repente, emergemos en un altiplano:
campos de lava negra, salpicados de cráteres humeantes, y al fondo, cascadas
imponentes que caen como cortinas de plata desde acantilados invisibles.
La
primera gran parada es en Landmannalaugar, un valle geotérmico que parece
pintado por un artista loco. Fuentes termales burbujean en tonos naranjas y
verdes, rodeadas de montañas ryolíticas multicolores –rojo óxido, amarillo
azufre, negro carbón–. Bajamos del vehículo, y el grupo pisa por primera vez
este suelo extraterrestre. Ana, acostumbrada a salas de juntas, tropieza con
una roca y suelta una risa nerviosa. "Esto es... abrumador. En Nueva York,
controlo todo; aquí, el paisaje me controla a mí". El viento helado les
azota las mejillas, enrojeciéndolas, mientras caminamos hacia una cascada
cercana. El agua ruge, cayendo cientos de metros en una niebla que empapa todo.
Sofia extiende los brazos, como abrazando la inmensidad. "Siento que estoy
en una película, pero real. ¿Cómo sobrevive algo aquí?".
Proseguimos,
cruzando ríos que el todoterreno vadea con maestría –el agua llega a las
puertas, y el grupo contiene la respiración–. El interior se vuelve más hostil:
niebla baja que reduce la visibilidad a metros, terrenos donde el GPS falla y
solo la experiencia del guía marca el camino. Hablamos de cine para
distraerlos. "Ese pico allá fue usado en Star Wars: The Force Awakens para
planetas remotos. Y Vatnajökull mismo apareció en James Bond: Die Another Day,
con persecuciones sobre hielo". Marco, el CEO, confiesa: "En la
oficina, lidio con presupuestos y deadlines. Aquí, un río puede barrer el coche
en segundos. Es... liberador".
Llegamos
al borde de Vatnajökull al atardecer eterno del verano islandés. El glaciar se
extiende como un océano congelado, grietas azules profundas como abismos,
cuevas de hielo que brillan con luz turquesa. Aparcamos y equipamos al grupo
con crampones –por primera vez, pisan un glaciar–. El viento aúlla, cortante
como cuchillas, pero la sobrecogedora belleza los silencia. Lisa deja caer el
teléfono; Raj toca el hielo con reverencia. "Es como caminar sobre un ser
vivo, antiguo y poderoso", dice Ana. Cascadas internas rugen bajo sus
pies, y el horizonte se funde con el cielo en un blanco infinito.
Para
estos ejecutivos, acostumbrados a controlar el caos corporativo, Islandia
interior es una lección de humildad. Paisajes de otro mundo –usados en
Oblivion, Noah o The Secret Life of Walter Mitty– se convierten en su realidad.
El viento helado les recuerda su fragilidad; las cascadas, la fuerza indomable
de la naturaleza; el glaciar, la eternidad frente a sus vidas efímeras. Regresamos
al todoterreno exhaustos, transformados. "Volveré a la oficina
renovado", promete Marco. En Islandia, el aventura no es solo un viaje; es
un despertar. Y Vatnajökull, con su silencio ensordecedor, guarda el secreto de
por qué tantos directores lo eligen: aquí, la fantasía es solo el comienzo de
lo real.
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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último viaje”: https://amzn.eu/d/1zzOpM6
EPILOGO
La
vida es un libro que ya ha sido escrito en su totalidad con la forma de un
laberinto de infinitas y continuas alternativas. El tiempo no existe. Somos
nosotros, en este plano de consciencia, los que en un acto de voluntad
decidimos con la mirada seguir una trayectoria determinada, eligiendo a cada
instante entre las alternativas que se nos ofrecen, las cuales van configurando
una determinada historia. Pero ese camino elegido, y todos los demás, ya los
hemos vivido al igual que este. Algún día, cuando la muerte nos rescate a la
vida, lo comprenderemos.
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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último viaje”: https://amzn.eu/d/1zzOpM6
Pero
algo era sutilmente distinto: un rótulo nuevo en la taberna del pueblo, la casa
de la esquina parecía recién pintada, personas desconocidas pasaban junto a él
sin dirigirle siquiera una mirada… En plena confusión, una voz le sacó de sus
pensamientos:
—
¡Arne! ¿Por qué te fuiste sin decir nada? ¿Dónde has estado?
—
Fui a recoger setas y me perdí –respondió balbuceante.
—
¿Recoger setas? ¡Pero si llevas fuera del pueblo dos meses!
Arne
se quedó paralizado, sin entender cómo era posible que para él sólo hubiesen
pasado unas horas y para el mundo hubiesen transcurrido dos meses. Sólo pudo
contestar, para salir del paso:
—
Ya te contaré. Es una historia muy larga.
Y
aceleró sus pasos en dirección a su cabaña para empaparse de realidad y pensar
en todo lo que había vivido. Ciertamente era una historia muy larga, pero
quizás fuese mejor no contársela nunca a nadie si no quería que lo tomasen por
loco. Lo más sensato era –pensó- volver a casa y poner en orden todas sus
ideas, y un brillo de esperanza asomó en sus ojos cuando por fin la divisó al
final del sendero. Todo parecía igual… pero las hierbas habían crecido sin
control delante de su puerta. La abrió con precaución, con miedo a lo que
pudiese encontrarse dentro… pero todo estaba igual a como lo dejó esa misma
mañana, sólo que ahora todo estaba cubierto por el polvo… por el polvo de ¡dos
meses!
Se
dirigió a su sillón y se quitó las botas, y al recostarse sobre el respaldo
notó que aún llevaba colgada a su espalda la mochila. La deslizó hasta el suelo
y al abrirla, un olor a podrido lo echó para atrás. Con manos temblorosas la
volcó para sacar su contenido y lo que allí encontró no eran las jugosas setas
que había recolectado esa misma mañana sino un amasijo de hongos putrefactos tras
dos meses de reclusión en el interior de la mochila.
En
su memoria guardaba vívidos todos los recuerdos de su aventura, el río
caudaloso, la ciudad desconocida que visitó, la gente que hablaba un idioma que
no podía entender, el viejo que lo acogió en su casa y le dio de comer, la
joven que tocaba el cello y le acompañó en busca del círculo de setas con la
esperanza de poder regresar a su pueblo y a su tiempo…
Ciertamente
no podía contar todo esto a nadie. Por eso decidió callar, dar evasivas a quien
le preguntara por su ausencia, y escribir en un diario la historia verdadera
para que sólo cuando ya hubiese muerto, alguien pudiera conocerla.
Y
así pasaron los años, con la rutina renovada, el silencio como compañero fiel,
y los recuerdos tan vivos y tan reales como el primer día. Uno de aquellos inviernos
fue más frío de lo habitual y Arne enfermó, muriendo en la soledad de su cabaña
y sus recuerdos. Cuando lo descubrieron, estaba sentado en su sillón, con los
ojos cerrados y expresión serena, sosteniendo en sus manos un diario.
El
joven que lo descubrió no pudo resistir la tentación de mirar qué ponía en
aquél desgastado diario que había sido testigo fiel de las últimas horas del
viejo Arne. Allí mismo se puso a leerlo con los ojos llenos de asombro. “¿Sería
cierto todo lo que contaba?”, se preguntó. Se levantó y corrió al pueblo a dar
la noticia y aquella historia se convirtió en una letanía repetida por todos
los aldeanos que se fue transmitiendo de generación en generación. Nadie se
atrevió a dictaminar si aquello había sido real o inventado… un hombre no
miente cuando la muerte llama a su puerta. Tal vez hubiese algo de verdad en
las palabras de aquél hombre que decía haber viajado más allá del tiempo.
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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Volvió
a mirar a la joven, quizás por última vez, memorizando sus ojos verdes como
musgo, el mechón rubio rebelde sobre su frente, la curva decidida de sus
labios. Extendió la mano y apretó la suya con ternura y agradecimiento
profundo: un roce calloso contra piel suave, un pacto silencioso de deudas
pagadas y caminos divergentes. "Gracias, Lirael. Por tu ayuda, por tu
consuelo, por tu interés", murmuró, la voz ahogada por la emoción. Ella
asintió, apretando sus dedos con fuerza inesperada, una lágrima solitaria
surcando su mejilla. "Vuelve, Arne. Y si no... encuentra la paz en tu
tiempo".
Se
soltó con lentitud, como arrancando una raíz del corazón, y se introdujo de
nuevo en el círculo. Con pies reverentes, evitando las setas nuevas, se situó
en el centro exacto, donde el aire era más cálido, más vivo, cargado de ese
aroma dulzón a miel y tierra primordial. Cerró los ojos, el mundo reduciéndose
al latido de su pulso y un deseo feroz: Vuelve a mi mundo. A mi tiempo. A casa.
Susurró las palabras como un conjuro, imaginando el humo de su chimenea, el
crujir de las hojas conocidas, el peso ligero de una cesta vacía. El zumbido
creció, un vendaval invisible lo envolvió, y una luz cegadora estalló tras sus
párpados —naranja, verde, blanca—, acompañada de un rugido que le sacudió los
huesos.
Cuando
abrió los ojos, el mundo había cambiado de nuevo. La joven ya había
desaparecido, el claro estaba vacío salvo por el círculo —ahora intacto, con
setas adultas en perfecta formación, como si el tiempo hubiera retrocedido un
latido—. Pero ¿dónde estaría? El bosque a su alrededor era... diferente. Los
pinos eran más bajos, familiares, con cortezas rugosas que reconocía de sus
cacerías. El aire olía a humo lejano de chimeneas, no a ozono encantado. Un
arroyo cercano gorgoteaba con la voz del Elden, no del río monstruoso. Y el
sol... el sol estaba bajo, como si solo hubieran pasado minutos desde su salida
matutina.
La
pregunta que se hizo no fue “¿dónde estoy?” sino “¿cuándo estoy”. Y entonces salió
del círculo con piernas temblorosas, tocando los troncos, oliendo la tierra. A
lo lejos, entre la niebla que se disipaba, vislumbró el humo de Eldenwood
subiendo en columnas perezosas. Corrió, el corazón estallando de esperanza y
terror. ¿Había funcionado? ¿O era otro engaño, otro pliegue del tiempo? El
pueblo apareció ante él: casas de madera, la plaza polvorienta, el anciano
herrero avivando su fragua…
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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VII.- El umbral restaurado
La
noche se había fundido con el alba en un tapiz de grises y violetas, y el
bosque los envolvía en un abrazo asfixiante de raíces nudosas y ramas que
susurraban conspiraciones. Llevaban ya varias horas caminando —cinco, quizás
seis, calculaba Arne por el agotamiento que le quemaba los músculos y el hambre
que ahora aceptaba como compañera—, zigzagueando por senderos invisibles que
Lirael parecía leer en las estrellas y el musgo. Ella lideraba con paso seguro,
el cello envuelto a la espalda como un escudo arcano, una linterna de cristal
encantado en la mano que proyectaba un fulgor verde pálido, suficiente para
evitar raíces traidoras pero no para disipar las sombras que acechaban en los
huecos de los árboles. Arne la seguía, con la cesta de setas marchitas colgada
en su espalda y en la mano su navaja curva empuñada no por defensa, sino como
un talismán al que se invocaba la suerte.
Habían
hablado poco: murmullos sobre leyendas de círculos errantes, conjuros
susurrados por Lirael para "llamar al micelio dormido", y silencios
cargados de dudas. El bosque no era el mismo; los pinos eran más altos, con
cortezas que palpitaban como venas vivas, y el aire olía a ozono y tierra
removida, como antes de una tormenta eterna. La desesperanza comenzaba a hacer
acto de presencia, un veneno lento que Arne sentía trepar por sus venas.
"¿Y si el claro se ha movido? ¿Y si la magia se disipó para
siempre?", había murmurado ella una hora antes, deteniéndose para trazar
runas en la tierra con un palo, que brillaron fugazmente antes de apagarse.
Arne no respondió; en su mente, visiones de una vida nueva —o de ninguna vida—
lo atormentaban: ¿aprender el idioma élfico? ¿Tocar el cello junto a Lirael en
la granja? ¿Envejecer mil años más en un mundo de torres flotantes?
Pero
entonces, al doblar un grupo de hayas retorcidas, lo vio: un viejo tronco
caído, cubierto de liquen plateado y marcado por un rayo antiguo, exactamente
como lo recordaba de su llegada. El corazón le dio un vuelco. "¡Ese
tronco! Pasé junto a él cuando la niebla me escupió aquí", exclamó,
corriendo adelante con renovada furia. Y en efecto, poco más allá, en un claro
bañado por los primeros rayos del sol que perforaban el dosel como lanzas
doradas, estaba el círculo. Pero algo había cambiado, un milagro frágil que le
robó el aliento. Allí se veían los muñones cercenados por su navaja —bases
truncadas, oscuras y secas, como lápidas de su pecado—, dispuestas aún en la
circunferencia perfecta de tres metros. Pero junto a cada tronco seccionado
había crecido una o dos pequeñas setas: brotes tiernos, naranjas como el
amanecer, con copas diminutas que temblaban al viento, como si la tierra
hubiera perdonado a medias. No era el anillo imponente de antes, sino un
círculo herido y renacido, un portal a medio sanar que pulsaba con una luz
sutil, un fulgor bioluminiscente que emanaba del micelio subterráneo. El aire
sobre él vibraba, cargado de ozono y un zumbido bajo, como el de un enjambre
invisible.
“¡Este
es!”, gritó Arne emocionado, cayendo de rodillas al borde del círculo, las
manos temblando mientras rozaba una seta diminuta sin atreverse a tocarla. Miró
fijamente a Lirael, que se había detenido a unos pasos, su rostro iluminado por
el amanecer y una expresión de asombro reverente. En esa mirada, Arne quiso
expresar todo: que su obligación era regresar al mundo de donde había venido —a
Eldenwood, a su cabaña solitaria, al otoño de 1247 donde el tiempo aún era
suyo—, o al menos intentarlo. Aunque aquel círculo ya no era igual, un mosaico
de cicatrices y renuevos, no estaba muy seguro de qué podría suceder a partir
de aquel momento: ¿un vórtice benévolo? ¿Un abismo devorador? ¿O la nada
eterna? El riesgo era un fuego que le consumía el alma, pero la alternativa
—quedarse— era una muerte en vida.
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Al
cabo de un rato —horas que se estiraron como siglos—, Arne agachó la cabeza con
resignación, mesándose los cabellos grises. Lágrimas silenciosas surcaron sus
mejillas curtidas por los años y encendidas ahora por la desesperación. La
única forma de poner algo de luz en todo aquel caos era volver al bosque, al
claro donde todo comenzó. Encontrar de nuevo el círculo de setas —o lo que
quedaba de él: un anillo de muñones cercenados por su navaja curva, tierra
herida y micelio roto—. Esa puerta profanada quizás fuese la única forma de
volver a su mundo, a su tiempo, a la cabaña donde el fuego aún ardía en la
chimenea. "Debo intentarlo", dijo, levantándose con piernas
temblorosas. "Solo, si es preciso".
Se
despidió del viejo con un apretón de manos calloso —el anciano le entregó un
saquito de bellotas encantadas como talismán, murmurando bendiciones
incomprensibles— y de Lirael con una inclinación torpe, la cesta de setas
marchitas colgada del hombro como una cruz.
Emprendió
el camino de regreso bajo un cielo tachonado de estrellas desconocidas, más
brillantes y numerosas que en Eldenwood, como si el firmamento mismo hubiera
cambiado. El sendero serpenteaba entre campos plateados por la luna, el aire
cargado de un silencio opresivo roto solo por el ulular de búhos invisibles.
Pero antes de perderse en la noche, una voz lo detuvo como un conjuro:
“¡Espera!”.
Se
giró, y allí estaba Lirael, corriendo tras él con el vestido violeta ondeando
como alas de cuervo, el cello envuelto en una manta sobre la espalda y una
mochila de cuero al hombro. Su rostro, iluminado por la luna, ardía con
determinación. “Iré contigo”, añadió, sin resuello pero sin vacilación.
“Conozco el bosque mejor que nadie; fui yo quien vio al viajero antiguo. Y...
no puedo dejarte solo en esto. El círculo me debe una deuda; testifiqué su
magia, y ahora la romperé contigo si es posible”.
Arne
la miró, atónito, un nudo de gratitud y temor en la garganta. ¿Por qué
arriesgarse por un extraño milenario, un profanador de portales? Pero en sus
ojos vio un reflejo de su propia pérdida: quizás Lirael cargaba sus propios
exilios, sus propios círculos rotos. “¿Y si no hay vuelta atrás?”, preguntó él.
“Entonces
forjaremos uno nuevo”, respondió ella, con una sonrisa feroz que disipaba las
sombras. “O moriremos intentándolo”.
Y
así, los dos comenzaron ese camino en busca del círculo de setas en el corazón del
bosque. Arne, el leñador envejecido por siglos invisibles; Lirael, la cellista
de secretos ancestrales. Avanzaban bajo la luna plateada, el bosque cerrándose
a su alrededor como un laberinto vivo, en espera de quién sabe qué: un portal
restaurado, un vórtice de luz devoradora, un abismo eterno. Quién sabe dónde,
quién sabe cuándo... Solo el susurro de las hojas prometía respuestas, y el
viento llevaba ecos de setas que aún sangraban magia rota.
Vicente
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