viernes, 24 de diciembre de 2021

El maestro

Siempre tuve la suerte de contar con la ayuda de algún maestro que guiase mi camino en las diferentes etapas de la vida: infancia, adolescencia y juventud. A la edad de 16 años coincidí con otro profesor que había entrado provisionalmente en el colegio de los Escolapios para hacer una sustitución. Como iba mal en aquella asignatura, “Historia”, y él se había ofrecido a los alumnos para dar clases particulares a quien lo necesitase, yo trasladé ese ofrecimiento a mis padres y estos aceptaron. Hay que aclarar que si iba mal en “Historia” era porque en aquella época la “Historia” era algo que había que aprender de memoria; sin embargo, con la llegada de este profesor, Manuel Prieto Peromingo, el panorama cambió: contaba los acontecimientos de la Historia como si de una película se tratase, nos hacía vivir y comprender cómo era la época, cuáles las costumbres… nos ponía en situación y así “comprendíamos” qué y por qué había sucedido en esos años concretos.
 
Para sorpresa de ambos, al poco de haber iniciado nuestras clases particulares (sólo había transcurrido un mes) le comenté que yo escribía poesías y le enseñé algunas. Él me confesó que también escribía poesías y unos días después me entregó un acróstico, ese que veis en la fotografía, en donde reflejó lo que veía en mi a través de esos versos cuya primera letra construía en vertical mi nombre y apellido. Con título “Un mes… y tú tranquilo”, decía así:
 
Vas sudando la lucha serena,
intranquila del tiempo
con las manos abiertas al mundo,
estrenando la vida y la sangre
nacida de la luz tan de repente,
trampa abierta en tu paz,
entre tu asombro de joven que renace.
 
Fuego que hiela las entrañas niñas,
inútiles aún, a punto siempre,
siempre esperando,
acaso sin saberlo,
con los ojos, alegre, un primer llanto.
 
Y tras ello, la dedicatoria: “A Vicente, al mes de conocer que también hace poesías. 11-V-64”.
 
A partir de aquél momento nuestra relación cambió radicalmente. Las clases particulares abarcaron todas las materias, no sólo Historia, y cada día dedicaba unos minutos a revisar mis escritos y a ponerme ejercicios para que me fuese fogueando en los diferentes estilos: narración, diálogos, ensayos, poesía… Sorprendentemente, mis notas mejoraron. Y cuando aquellas clases ya no fueron necesarias, seguimos en contacto muchos años más, a través de las cartas y de algún contacto personal esporádico. Pero aquellas cartas que intercambiábamos no eran cartas “normales” del tipo “¿Qué tal estás? ¿Dónde has estado? ¿Qué has hecho?” sino que se convertían en plataformas para expresar mis sentimientos y mis inquietudes y para que él me orientase dándome así unas clases de lo más importante que debe uno aprender: “la vida”.
 
Hace poco, Manuel Prieto nos dejó, pero no ha muerto, no al menos hasta que yo también me vaya porque no hay un solo día en que no lo tenga presente en mi memoria; y buena parte de todo lo que he sido como periodista y escritor ha sido gracias a él.
 
Así que, a partir de ahora, en esta “Biblioteca Fisac” virtual, iré hablando de los libros que he escrito y compartiré igualmente fragmentos de todos ellos así como otros textos inéditos o recién escritos porque, mientras tenga un hálito de vida… seguiré escribiendo.

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