Siempre tuve la suerte de contar con la ayuda de algún
maestro que guiase mi camino en las diferentes etapas de la vida: infancia,
adolescencia y juventud. A la edad de 16 años coincidí con otro profesor que
había entrado provisionalmente en el colegio de los Escolapios para hacer una
sustitución. Como iba mal en aquella asignatura, “Historia”, y él se había
ofrecido a los alumnos para dar clases particulares a quien lo necesitase, yo
trasladé ese ofrecimiento a mis padres y estos aceptaron. Hay que aclarar que
si iba mal en “Historia” era porque en aquella época la “Historia” era algo que
había que aprender de memoria; sin embargo, con la llegada de este profesor, Manuel
Prieto Peromingo, el panorama cambió: contaba los acontecimientos de la
Historia como si de una película se tratase, nos hacía vivir y comprender cómo
era la época, cuáles las costumbres… nos ponía en situación y así
“comprendíamos” qué y por qué había sucedido en esos años concretos.
Para sorpresa de ambos, al poco de haber iniciado
nuestras clases particulares (sólo había transcurrido un mes) le comenté que yo
escribía poesías y le enseñé algunas. Él me confesó que también escribía
poesías y unos días después me entregó un acróstico, ese que veis en la
fotografía, en donde reflejó lo que veía en mi a través de esos versos cuya primera
letra construía en vertical mi nombre y apellido. Con título “Un mes… y tú
tranquilo”, decía así:
Vas sudando la lucha serena,
intranquila del tiempo
con las manos abiertas al mundo,
estrenando la vida y la sangre
nacida de la luz tan de repente,
trampa abierta en tu paz,
entre tu asombro de joven que renace.
Fuego que hiela las entrañas niñas,
inútiles aún, a punto siempre,
siempre esperando,
acaso sin saberlo,
con los ojos, alegre, un primer llanto.
Y tras ello, la dedicatoria: “A Vicente, al mes de
conocer que también hace poesías. 11-V-64”.
A partir de aquél momento nuestra relación cambió
radicalmente. Las clases particulares abarcaron todas las materias, no sólo Historia,
y cada día dedicaba unos minutos a revisar mis escritos y a ponerme ejercicios
para que me fuese fogueando en los diferentes estilos: narración, diálogos,
ensayos, poesía… Sorprendentemente, mis notas mejoraron. Y cuando aquellas
clases ya no fueron necesarias, seguimos en contacto muchos años más, a través
de las cartas y de algún contacto personal esporádico. Pero aquellas cartas que
intercambiábamos no eran cartas “normales” del tipo “¿Qué tal estás? ¿Dónde has
estado? ¿Qué has hecho?” sino que se convertían en plataformas para expresar
mis sentimientos y mis inquietudes y para que él me orientase dándome así unas
clases de lo más importante que debe uno aprender: “la vida”.
Hace poco, Manuel Prieto nos dejó, pero no ha muerto, no
al menos hasta que yo también me vaya porque no hay un solo día en que no lo tenga
presente en mi memoria; y buena parte de todo lo que he sido como periodista y
escritor ha sido gracias a él.
Así que, a partir de ahora, en esta “Biblioteca Fisac”
virtual, iré hablando de los libros que he escrito y compartiré igualmente
fragmentos de todos ellos así como otros textos inéditos o recién escritos
porque, mientras tenga un hálito de vida… seguiré escribiendo.
intranquila del tiempo
con las manos abiertas al mundo,
estrenando la vida y la sangre
nacida de la luz tan de repente,
trampa abierta en tu paz,
entre tu asombro de joven que renace.
inútiles aún, a punto siempre,
siempre esperando,
acaso sin saberlo,
con los ojos, alegre, un primer llanto.
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