Cuando tenía unos seis años y aún vivía en Daimiel
(Ciudad Real) me daban clases particulares como adelanto de lo que sería
después (a los nueve años) la enseñanza obligatoria que recibiría en las
Escuelas Pías de San Fernando, en Madrid. Este profesor me ponía deberes y
entre ellos uno que me gustaba mucho: “poner lo contrario de…”. Por ejemplo, me mandaba escribir una lista de
cosas y yo debía escribir después sus contrarios: blanco-negro;
abierto-cerrado; arriba-abajo; día-noche; policía-ladrón; etc.
Un día, sin embargo, fui yo quien le dio una lección a mi
profesor. Una de aquellas palabras a las que debía poner el contrario fue
“nacer”. Instintivamente me salió como su contrario: “no nacer”. Cuando el
profesor corrigió el ejercicio me dijo que aquello estaba mal, que lo contrario
de “nacer” era “morir”. Pero yo le repliqué con el mayor de los convencimientos y le razoné así: “Lo
contrario de ‘nacer’ es ‘no nacer’ porque ‘morir’ es una consecuencia de nacer,
no su contrario”. El profesor quedó sorprendido por aquél razonamiento que le
hacía un niño de siete años e inmediatamente rectificó y le puso un “bien” a mi
respuesta.
Y es que yo nací con una imaginación desbordante y un
afán desmedido por la escritura. Así podréis seguir comprobándolo en esta
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que voy publicando en Amazon.
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