Cuando apenas tenía ocho años y aún no me había
trasladado a vivir a Madrid para empezar mi formación en el colegio de los
Escolapios, me atreví a escribir mi primera novela. Sí, así como suena, aunque
claro, lógicamente a esa edad llamaba novela a una historia más parecida a una
redacción muy larga que a una novela como tal.
Pero el hecho es que aquella “novela” tenía todos los
ingredientes necesarios: un argumento, mucha acción y una sucesión continua de
acontecimientos, reflexiones del protagonista, diálogos (sí habéis leído bien:
con ocho años ya escribía diálogos), gotas de humor, etc. Por supuesto que
tenía muchos fallos (una madre de 91 años que tenía un hijo de 20 años, es
decir, que parió a los 71 años de edad) así como incongruencias en el
desarrollo de los acontecimientos.
Aquella primera novela se titulaba “Federico Barbarroja”
y era algo así como un compendio, bastante revuelto, de las películas de guerra
que había visto en el cine.
Lo que estaba claro es que aquello de las “redacciones”
que me mandaba hacer el profesor, ya se me estaba quedando pequeño y yo quería invadir
el papel con la imaginación y creatividad literaria que me salía a raudales a
tan temprana edad. Estaba claro que fuese lo que fuese de mayor, yo me pasaría
la vida escribiendo. Y así fue, y de ello pude vivir a plena satisfacción
aunque no fuese –durante mi vida profesional- un “novelista” sino un “Dircom”,
es decir, periodista responsable de la Comunicación en importantes compañías y
organizaciones.
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