jueves, 21 de enero de 2016

Por tierras de Portugal y de España (y 3)

Dura aún en él, el pesimismo causado por Portugal. Así, al visitar Barcelona sólo habla de la vanidad de los barceloneses y de su orgullo egoísta.

Deja atrás Barcelona y se dirige hacia Guadalupe; y allí, aquél embriagador paisaje le alegra el corazón y le hace exclamar: “Entonaban el corazón de aquellas vastas verdes soledades tendidas al pie de la sierra. En la garganta de la Peña Amarilla cerníanse, trazando lentas espirales, dos águilas. Luego las mil vueltas y revueltas de la carretera, entre frondosidades de árboles; y al fin se nos abrió a la vista la mole ingente del monasterio, rodeado de su pueblo”.

Viaja después a Yuste, y siente nostalgia de la tierra gallega al ver la analogía que existe entre ambos paisajes. Su corazón, entonces, quiere abarcar en un intento a toda España. Recuerda aquél libro titulado “La gloria de Don Ramiro”, y hace un comentario sobre la obra, alegando que es un vivo reflejo del alma de la España del siglo XVI.

Llega después a Ávila, y nos cuenta la historia de la ciudad y de su paisaje a través de los tiempos. Luego nos escribe la belleza de la ciudad y de sus jardines, vista desde una muralla, diciendo: “Yo he contemplado con una cierta mezcla de arrobamiento y temor uno de esos jardines misteriosos y enjaulados, sumergidos en tenebroso y perfumado silencio”; y prosigue “he pasado horas enteras de adoración pura, horas de eternidad y de silencio, contemplando el suntuoso misterio de los astros”.

Para Unamuno nada hay más hermoso que las excursiones. Le gusta admirar la belleza de los paisajes, y se siente hermano de los árboles y de los pequeños animales que pueblan las regiones. Él es feliz contemplando: “Una carretera en que crece la hierba, que serpentea en revueltas al pie del macizo, todo sombra y todo silencio”. Regresa después a su tierra, y más tarde recorre su querida Galicia.

Le gusta conocer y admirar los monasterios, porque para él, la psicología de España se puede conocer a través de sus monasterios. De sus sitios geográficos dice: “Unos en el fondo de los valles, en fragosos desiertos otros, los más en las cumbres”. Le gusta subir a ellos, andando por la ladera, y nos dice de una de sus escaladas a un monasterio: “Subían densos nubarrones desde el valle, en tropel”.

Sigue su camino por Galicia, y se detiene en Begoña. Nos dice de esta ciudad: “En una blanda y riente loma, donde recoge todo el sol que se filtra por las nubes y las lloviznas o irradia en los claros, al pie de una cordillera pelada y suave”.

Hace después un pequeño estudio sobre la psicología y costumbres de las ciudades grandes y pequeñas. Dice que las grandes ciudades nivelan las clases sociales, realzando las medianías. Pero protesta también contra las reuniones d ela alta sociedad. Ama la sencillez y el poder ir por las calles viendo caras conocidas.

Sigue viajando por Galicia y dice de esta que: “Atrae a sus brazos y llama a reclinarse en reposo y a soñar en las haldas de sus montes”. A Unamuno le gusta Galicia y alaba su precioso campo femenino y la belleza de sus montañas angulosas, hoscas y berroqueñas; símbolo de su masculinidad. Esta es la dualidad de Galicia, de la que dice que “es una tierra habitable”.

Se traslada después a Gran canaria, y dice que: “Es un mesón colocado en una gran encrucijada de caminos de los grandes pueblos”. Nuevamente el paisaje que ofrece según él  una visión dantesca con sus “negras murallas de la gran caldera, con sus crestas que parecen almenadas”. Canarias es un pueblo que está empezando a nacer.

Visita después La Laguna, de Tenerife. País de ensueño, como una resurrección de la Atlántida que nos narró Platón. Hace después un comentario sobre la conquista de estas islas por los soldados castellanos.

Regresa después a la península y visita Trujillo. Para llegar hasta allí debe cruzar el Tajo; y al cruzarlo se queda reflexionando, y dice por fin que “el agua es, en efecto, la conciencia del paisaje”.

Y acaba el libro haciendo un resumen de uno de los principales mensajes del mismo. Lo titula “El sentimiento de la naturaleza” y nos dice sobre esta, para despedirse, que “hay que aprender a entenderla y a quererla”.

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