Para comenzar el año con una sonrisa poética, quiero
compartir con todos vosotros esta carta que un hijo, Saturnino, dirigió a su
padre en el año 1886. Y mañana publicaré la respuesta que le dio su padre,
Sebastián.
Como no quiero más honores que los de mi buena suerte al
encontrar estos magníficos versos en el fondo de la Hemeroteca, debo dar el
nombre de su autor, un tal Luis Royo Villanova, quien 130 años después, ha
conseguido el milagro, otra vez, de mantener viva la sonrisa.
Documento bien extraño.
Carta en que pinta su daño
y su rabia y su despecho,
un alumno de cuarto año
de Derecho.
Es Zaragoza y 8 del mes de junio.
Mi querido papá:
Rendido y agobiado de infortunio
mi corazón está.
Tengo ya unas ojeras que dan miedo;
y, con este dolor que a mi alma abruma,
yo no se cómo puedo
ni sostener la pluma.
Sin dormir ni un minuto
he pasado seguida una semana;
estudiando en los libros como un bruto
tarde, noche y mañana.
Y cuando yo pensaba
que iba a sacar “Notable” por lo menos,
y cuando yo, infeliz, me figuraba
que era mi profesor de aquellos buenos
que hacen justicia y que, por consiguiente,
siempre me dan a mi “Sobrealiente”,
me he llevado el petardo más gigante
que se puede llevar un estudiante.
Cada vez que lo pienso
no sé lo que me pasa.
¡Si me han dado un “Suspenso”
más grande que una casa!
Si viera usted, papá, lo que lloraba
al ver mi remalísima fortuna...
Y es que de tres clases que llevaba
he salido suspenso solo en una
(verdad es que en las demás, este es el día
que no me he presentado todavía).
Pero el caso es que estoy desesperado
y que estoy medio loco
y que, papá, si no me he suicidado
le ha faltado muy poco;
porque si no me agarran con presteza
de aquí, del pantalón,
me arrojo de cabeza
desde la barandilla de un balcón.
Pero esto así no queda, vaya, vaya,
de ninguna manera, lo aseguro;
porque esto, padre, pasa de la raya
y de castaño oscuro.
Lo que conmigo han hecho
ha sido una injusticia, sí señor;
suspenderme en Derecho,
¡donde iba yo mejor...!
Esto son ganas,ya , de fastidiarme,
y esos señores ¿qué?
¿creen que voy a aguantarme?
Pues no me aguantaré...
Y es que se creen, papá, que estoy en Babia
y el tonto de la clase me hacen ser...
No sé por qué me tienen una rabia
que no me pueden ver.
Yo les aguanto mucho, pero tanto
vamos, que no lo aguanto,
y pues que quieren ¡sea!
¡fuera ya el disimulo!
al primer catedrático que vea
lo cojo y lo estrangulo;
que ya me importa un pito,
lo digo y lo repito,
de toda la carrera
entera y verdadera.
A un chico como yo, tan aplicado,
a un chico como yo, tan estudioso,
¡no darle ni siquiera un aprobado!
padre, eso es horroroso.
Y en este mismo instante
salgo, cojo el sombrero,
y me encamino a paso de gigante
a la calle del Pez, 20, 3º
donde vive lo mismo que un señor
mi “querido y amado” profesor;
y allí le pediré satisfacciones
de la mala partida que me han hecho,
y como sus razones
no me dejen del todo satisfecho,
la emprendo a puñetazos
hasta que ya no pueda con los brazos;
y después de ponerlo como un higo
saldré de aquella casa,
me iré enseguida en busca de un amigo
que sabe lo que pasa
(y a quien también, no sé por qué locuras,
lo han suspendido en dos asignaturas)
nos unimos y luego,
sin perder un minuto,
les prenderemos fuego
a la Universidad y al Instituto.
Y ¡vaya si lo haremos!
Nada que me enfurezcan y veremos...
Con que adiós, papá mío,
que se cuide usted mucho,
y muchas expresiones a mi tío
y a mi primo y al chucho.
Todo lo que usted quiera a mi mamá,
ruegue usted a Dios que cambie mi destino,
y sabe cuanto le ama, buen papá,
su hijo que le adora. Saturnino.
Post data: Mándame cincuenta duros,
pues, con estos exámenes,
he tenido, papá, muchos apuros,
y he tenido vejámenes;
vejámenes y apuros que me han
obligado a coger mi buen gabán,
y un par de tenedores y un anillo,
y un reloj de bolsillo,
y una silla de paja,
y un sombrero de copa con su caja,
y un pantalón rayado...
y así, como entre sueños,
todo me lo he llevado
a la casa de empeños.
Necesito mil reales,
mándamelos justitos y cabales.
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