Ayer vi en Antena 3 el segundo y último capítulo de la miniserie de TV “Marco”. Era una rara avis. Entre tanta violencia, entre tanta maldad, entre tantas infidelidades, entre tantos engaños, entre tantos políticos de mierda, entre tanta ansia de poder y dinero, entre tanta superficialidad, entre tanto consumismo... ya digo, era una rara avis contemplar una historia limpia e inocente, pero al mismo tiempo divertida, interesante, bien contada, bien interpretada, bien fotografiada, emocionante, tierna, con valores humanos, e incluso bien razonada puesto que era difícil comprender cómo un par de niños pueden viajar solos a otras ciudades e incluso al otro lado del Atlántico, y sin embargo con sólo un poquito de condescendencia se podía aceptar como lógico el devenir de los acontecimientos.
Pero sólo hubo un borrón. Al final de la película, cuando los dos hermanos están esperando la llegada del barco después de un año deambulando por ahí como vagabundos, se sientan en el suelo y entonces... se les ve la suela de los zapatos: blancas, inmaculadas, de zapatos recién estrenados. ¡Qué pena! Con lo fácil que hubiera sido ponerles unos zapatos viejos para esa escena... Ese fallo me recordó que todo era una farsa, que simplemente se trataba de una película y que la realidad que nos rodea es otra mucho más gris. Sin embargo prefiero cerrar los ojos como el pequeño de los hermanos y soñar con un mundo mejor, en donde puedes recorrer el mundo sin desgastar la suela de los zapatos y vivir las más apasionantes aventuras tan sólo con el poder de tu imaginación...
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