Ya
casi no llaman la atención –por lo frecuentes que son- los debates encendidos
entre nuestros políticos, insultándose unos a otros. Pero ¿os habéis preguntado
alguna vez por qué hacen esto? ¿Están discutiendo de verdad o están
representando una farsa?... Os lo diré: más bien lo segundo.
Resulta
que la crispación se traslada siempre y de forma natural a la audiencia, es
decir, a todos nosotros. Esa crispación hace que “tomemos partido” y al hacerlo
se desvanece nuestro criterio, nuestra imparcialidad, nuestra capacidad de
sereno raciocinio.
Cuando
vemos esas peleas nos decantamos por uno de los contendientes y a la hora de
las elecciones, a la hora de depositar nuestro voto en la urna (que es lo único
que quieren de nosotros, aparte claro está del dinero que nos sacan a base de
impuestos) votaremos no en función de quien pensamos puede hacerlo mejor, sino
en función del odio que le tengamos a los rivales.
Traducido:
“Voy a votar a este partido aunque sea corrupto, aunque lo haga mal, aunque
sean unos incompetentes… con tal de que no gobiernen los otros que son todo eso
y más”,
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