Allí seguía, tumbado en el parque, sobre la tierra aún
húmeda por la reciente lluvia, sin importarle que su gabardina se manchara de
barro y con la vista y el pensamiento perdidos en las estrellas que cada vez
ocupaban más espacio en el cielo conforme las nubes se alejaban. Ya habían
pasado muchos años y ahora él era tan viejo como ese padre al que recordaba con
cariño. Se tocó el rostro y se cercioró de los surcos que la edad le había
dejado como cicatrices del paso de los años. Se llevó la mano a la cabeza y
comprobó cómo de su antigua hermosa y tupida cabellera sólo quedaban ahora unos
pequeños recuerdos. Miró de nuevo al cielo y en el silencio de la noche fue
capaz de escuchar los latidos de su propio corazón: le decían que él estaba
vivo, que su alma era joven e inmadura, que él seguía siendo un niño por mucho
que su cuerpo hubiera envejecido... mas no había allí nadie que le confirmaran
lo que había de cierto o errado en sus pensamientos.
Se levantó lentamente y regresó a su casa. La lluvia era
pasado pero el suelo encharcado le recordaba que todo lo que había sentido y
vivido aquella tarde era real. Pasó de nuevo por la cafetería que ya estaba
cerrada y creyó ver en el cristal del escaparate el reflejo tímido y amable de
la camarera que le había atendido... pero solo fue el reflejo de alguien que
pasó a su lado.
Se detuvo a la luz de una farola y sin poder reprimirlo sacó
de su bolsillo un sobre alargado y extrajo el papel que había en su interior.
Lo leyó aunque ya se lo sabía de memoria y no entendía ni la mitad de las cosas
que allí ponía, aunque sí la conclusión final: ya estaba cerca de su final, así
lo reflejaban los análisis médicos.
Sintió que todo le daba igual. ¿Para qué? ¡Si no tenía a
nadie! Estaba solo. Su mujer había muerto hacía ya unos cuantos años y no tenía
ningún familiar cercano, al menos ninguno que estuviese próximo a su corazón. ¿A
quién le iba a importar que muriera? Nadie lo iba a extrañar. Nadie lo echaría
de menos. Nadie lo recordaría.
Guardó el papel en el sobre y siguió caminando hacia su
casa. Al llegar al portal sacó las llaves mientras su imagen se reflejaba ahora
en el cristal de la puerta. Se veía allí, con su larga gabardina que, entre el
cuello subido y el sombrero inclinado hacia delante apenas dejaba vislumbrar su
rostro. Pero entonces sintió algo que le hizo estremecer: ¡Esa imagen que
acababa de contemplar en el cristal de su portal le resultaba extrañamente
familiar! Era algo así como verse a sí mismo desde el exterior, como un
espectador de sí mismo. Pero tampoco era eso. Algo se encendió en su interior y
le hizo retroceder unos pasos. Junto al portal de su casa había una librería en
la que solía abastecerse de lectura. Se acercó a su escaparate y miró con
detenimiento los libros que se exponían para la venta. Y entonces surgió la
sorpresa: allí había un libro que se titulaba “El hombre de las sombras”, de
una tal Neus B.G. ¡Pero la fotografía que aparecía en la portada, la figura de
un hombre con una larga gabardina con el cuello subido y un sombrero tapándole
el rostro, mientras caminaba bajo la lluvia, eran él mismo, eran él mismo
aquella misma noche!!!
Fue entonces cuando sintió que ya no estaría sólo, que
cuando se hubiese ido de este mundo, habría muchas personas que le recordarían
y mantendrían viva su memoria: todos los lectores de aquél libro.
PD.- Para el que quiera conocer el comienzo de esta historia, este es el enlace:
https://mimundoymisideas.blogspot.com.es/2016/07/el-hombre-de-las-sombras.html
PD.- Para el que quiera conocer el comienzo de esta historia, este es el enlace:
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