El ser humano tiene opinión sobre todas las cosas, unas
opiniones basadas más en los sentimientos que en la razón o el conocimiento.
Aún así, considera que sus opiniones son las verdaderas, incluso cuando
constata a lo largo de su vida que ahora piensa distinto en algunas cosas a
como lo hacía años atrás.
Pero esas opiniones suyas, además de considerarlas dogmas de
fe, pretende imponerlas a los demás (cada uno tiene siempre la razón y todos
los demás están equivocados) y, por supuesto, rechaza airadamente a quienes le
plantean opiniones diferentes.
¡Qué ideal sería el mundo si todos fuésemos capaces de
escuchar las opiniones de los demás, valorarlas, razonar y exponer después las
nuestras sin pretender imponerlas! Del intercambio respetuoso de opiniones
surge siempre el aprendizaje, y el aprendizaje nos hace mejores.
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