martes, 31 de marzo de 2015

Incendios y terremotos o ¡Sálvese quien pueda!

Vivíamos en un octavo piso, con una amplia terraza que daba a una hermosa plaza. Toda la familia al completo, estábamos cenando cuando se escucharon unas voces. Alguien, no recuerdo quién, abrió la puerta de la calle y se asomó por la escalera. Volvió muy nerviosa gritando que había fuego. ¡Sálvese quien pueda! Corrieron y cogieron el dinero, algunas joyas, posiblemente la documentación... y yo también fui a rescatar lo más preciado para mí: mis álbumes de cromos y mi pez. Cuando llegamos al portal, yo con mi pecera y mis álbumes de cormos, todo habían pasado ya, falsa alarma, sólo había sido un pequeño conato de incendio que rápidamente había sido sofocado.

Unos años después, también por la noche, ya estaba acostado y profundamente dormido como era habitual en mí. Sin embargo no dormía solo, ya que compartía la habitación con mi loro Sinforoso, un loro jovencito y parlanchín, que descansaba en su gran percha metálica bajo la cual había una gran plataforma para que cayesen allí sus cacas y sobre la que podía moverse libremente dentro del margen de libertad que le dejaba la cadena que iba sujeta a una de sus patas.

Estaba, como decía, plácidamente dormido cuando me despertó un alboroto inusual. El loro parecía haberse vuelto loco y no paraba de chillar y revolotear ya que, por más que agitase las alas, al estar sujeto por una cadena no podía alejarse de su plataforma. Cuando encendí la luz noté cómo la cama vibraba y la lámpara del techo se balanceaba enérgicamente de un lado a otro. Salté de la cama y me asomé corriendo a la terraza a la que ya habían llegado los demás miembros de mi familia. Un ligero vibrar de los cristales de las ventanas aún se escuchaban mientras las lámparas de los techos se movían ya ligeramente. Desde la terraza vimos cómo algunas personas habían salido a la calle pero, antes que decidiésemos hacer cualquier cosa, el temblor cesó y poco a poco volvió todo a la normalidad.

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