martes, 10 de marzo de 2015

Adolfo, el comunista

Muchas fueron las anécdotas de nuestras correrías. Mi amigo Adolfo, el comunista, y yo, fuimos grandes amigos. Cierto es que nuestros puntos de vista sobre muchas cuestiones religiosas y políticas (fundamentalmente) eran distintas; sin embargo cada uno respetaba la opinión del otro. El hecho cierto es que congeniábamos muy bien, quizás porque los dos necesitábamos ese amigo diferente que pusiese contrapunto en nuestras vidas. He aquí recogidas algunas de esas anécdotas:

Sacamos entradas de los más barato para ir a ver en el Palacio de los Deportes el espectáculo “Carnaval en Río”. Comenzamos en nuestras butacas, situadas en lo más alto y fuimos colándonos poco a poco hacia abajo. Al final acabamos en el patio de butacas y sólo nos faltó salir a bailar al escenario.

De Adolfo también recuerdo, firmemente grabada, una excursión a Manzanares en Real. Tuvo lugar al final del invierno y estuvimos una semana en el chalet de Jorge (amigo de Adolfo), los tres solos. Por el día jugábamos en el campo, entre los enormes peñascos, y prácticamente todo el tiempo a indios y vaqueros. ¿Por qué? La razón era muy sencilla y plenamente justificada: allí estaban abandonados los restos del plató de exteriores de una película del Oeste. Allí en el Rancho organizamos tremendas peleas, dejando más maltrechos aún los restos del decorado. Tal vez sirviesen para una co-producción muy mala que después vi en el cine y de la que me quedó grabada una escena: unos vaqueros vagan sedientos entre las rocas del desierto mientas en un plano aparece detrás de ellos... el embalse de Manzanares el Real repletito de agua. Por la noche, junto al fuego de la chimenea, largas partidas de cartas; el reposo de los guerreros.

Pero quizás lo más memorable de nuestras diversiones fueran las simulaciones reales que hicimos de aquél famoso programa de televisión que se llamaba “Objetivo indiscreto”. Recordemos tres de aquellas puestas en escena...

1.- Salió a pasear por la calle con una camisa de Boy Scout que yo le dejé, y con un... ¡paraguas abierto!... y era una agradable y despejada noche de verano. La gente lo miraba, se reía, hacían comentarios; y él, muy digno y sin inmutarse continuaba caminando muy serio con su paraguas abierto mientras yo iba detrás, a cierta distancia, observando todo y partiéndome de risa.

2.- Se puso una piel de conejo en la cabeza, a modo de peluca, y un sombrero de paja encima. Nos fuimos a una cervecería, yo pedí un tinto y él un tinto con... leche. El camarero, sorprendido y sin saber cómo reaccionar ante ese loco o gamberro, le contestó que no tenían leche. “Pues un tinto solo”, pidió Adolfo. Cuando se lo hubieron servido, cogió el vaso, lo elevó y comenzó a olerlo y a mirarlo al trasluz, ante la mirada sorprendida de todos.

4.- Pero el mayor éxito de todos fue este: Iba vestido con un impermeable de plástico, de color azul marino; una prenda de vestir muy normal en aquella época. En un bar compró un pan gallego, redondo, de 40 cms. de diámetro... enorme. Yo me aparté y me situé a unos 100 metros de la escena para que nadie nos relacionase y pudiese pensar que se trataba de una gamberrada. Se dirigió a un banco junto a la salida del metro de la plaza de Quevedo, se sentó y empezó... a comerse ese enorme pan a bocados. Inmediatamente la gente se fijó en él y se reían, comentaban algo y seguían su camino; hasta que al cabo de tan solo tres o cuatro minutos,  alguien se paró a mirar. 

A partir de se momento empezó a detenerse más gente y se fue formando un corrillo a su alrededor, todos riendo y comentando aquella insólita escena, mientras Adolfo, ignorando todo lo que sucedía a su alrededor, continuaba pegándole bocados a aquél enorme pan. El corrillo fue creciendo y creciendo. La gente empezó a decirle cosas como: “¿Qué, hay hambre? ¿Está bueno? ¿Llevas mucho tiempo sin comer?”, etc. Él, sin inmutarse, respondía escuetamente a aquellas preguntas y continuaba a lo suyo. Una señora salió del bar que había enfrente y le dio un vaso de vino para que pudiese beber algo y no se atragantase. Alguna voz decía: “Mira, eso debe ser del ‘Objetivo indiscreto’”. Tanta gente se fue congregando a su alrededor que la acera quedó totalmente colapsada y la gente que salía del metro ya no podía avanzar por la acera.

Llegó entonces un policía y, mientras ordenaba a la gente que circulase y no se quedase ahí  mirando y obstruyendo el paso, le preguntó a Adolfo que qué era lo que hacía. Adolfo, con la mayor caradura y sangre fría del mundo, respondió: “Nada, tenía hambre y me he sentado aquí a comer”. “Pues vete a comer a otro sitio que mira la que has organizao”, le dijo el policía, mientras le confesaba que “te advierto que he estao un rato mirando en los alrededores por si veía la camioneta de televisión, porque me creía que era eso del ‘Objetivo indiscreto’, pero como no la he visto he tenido que venir aquí a despejar esto”. Adolfo se fue tranquilamente andando, con su enorme pan debajo del brazo, y yo me reuní con él. La risa todavía me dura al recordarlo. ¡Hay que ver qué pareja: mis ideas y su caradura!

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