lunes, 18 de junio de 2018

En el país del amor (2)

Por la noche, Miguel regresó al hotel y allí no estaba su padre. Sonrió. “Parece que le están saliendo bien las cosas”. Hizo un intento de acostarse pero se encontraba inquieto y no tenía sueño. “Si a mi padre con sus cuarenta y cinco años le están saliendo bien las cosas ¿por qué no a mí?”, se dijo. “Todo consiste en encontrar el lugar adecuado”. De nuevo salió a la calle en busca de la parte vieja de la ciudad. Se adentró en la oscura frialdad de las calles tortuosas. Su paso era decidido y buscaba inquieto esa luz roja que le detuviera. En ese momento percibió el resplandor de un neón teñido de rojo. “Hoeck Club”, leyó. “Probemos aquí”, se dijo. Abrió la vieja puerta de madera. Descorrió una gran cortina de terciopelo raído. Bajó una escalera chirriante mientras escuchaba una potente música y unas bocanadas de humo filtrándose a través de un enrejado. Una mujer se le acercó, con un pitillo en los labios pintados de escandaloso rojo. Mientras se le acercaba se fijó en su ajustada falda y en el muslo derecho que lucía.
- Hallo, lieve wat denkt u te nemen? –preguntó la mujer.
- Perdone, pero no entiendo bien su idioma... –dándose cuenta que aún entendería peor el español, trató de dirigirse a ella en su propio idioma- Excuseer me, maar begrijp niet uw taal.
La mujer comprendió que iba a ser imposible entenderse con el recién llegado, así que volvió la cabeza hacia la barra e hizo un gesto con la mano. Miró sonriendo a Miguel, con cierto aire de ternura, mientras él estaba confuso ante lo lúgubre del local al que había ido a parar y el ambiente de bajos fondos que allí se respiraba, muy distinto de lo que había imaginado al entrar.

Vio acercarse hacia ellos a una joven rubia. Lucía un sencillo traje de cuadros verdes y blancos, con algunos encajes, en el estilo tradicional de aquél país. La fina tela dejaba intuir todas sus formas y del amplio escote asomaban incipientemente sus senos. Al llegar junto a ellos, la mujer dijo a la joven algo que Miguel no entendió.
- Bye –se despidió la mujer, dejándolos solos a ellos dos, mientras se alejaba con un exagerado movimiento de caderas que atraía todas las miradas.
Miguel, sin decir nada, miraba a la joven rubia y se recreaba en su rostro perfecto.
- Hola, me llamo Gunvor. Ella no habla tu idioma, por eso me ha llamado.
- Me llamo Miguel.
- ¿Llevas mucho tiempo en la ciudad?
- Una semana.
- ¿Te gusta?
- Sí, mucho, pero aún no conozco todo.
- ¿Qué quieres tomar?
- Dame un vodka con limón.

Gunvor se acercó a la barra en donde un individuo gordo y calvo le preparó la bebida. Ella la llevó en su bandeja, junto con un aperitivo, al rincón en donde se había sentado Miguel. Aquél local estaba lleno de rincones y en cada uno de ellos una mesa en la penumbra, muchas de ellas con parejas deseosas de anonimato; con razón se llamaba “Hoeck” que significa “rincón”.
- ¿Vas a quedarte mucho tiempo? –le preguntó Gunvor.
-No sé, depende.
- ¿De qué?
- De lo que mi padre y yo encontremos.
- ¿Has venido con tu padre?
- Sí, quiere olvidarse de la tristeza de su reciente divorcio.
- ...Lo siento...
- ...Gracias...
- No te preocupes, aquí podrá rehacer su vida. Pero ¿y tú? ¿Qué te ha traído hasta aquí?
- He venido buscando lo mismo.
Miguel miró los ojos azules de Gunvor y así siguieron hablando durante mucho tiempo –a excepción de los breves intervalos en que debía atender otras mesas- y sintieron cómo una especial complicidad iba surgiendo entre los dos. Ella le explicó que trabajaba allí como camarera y que veían bien que diese conversación a los clientes extranjeros ya que eso hacía aumentar el número de consumiciones. Miguel, bajando la vista, miró las manos de Gunvor, un poco enrojecidas por el trabajo. No eran, desde luego, las manos de una oficinista.
- ¿Es duro el trabajo? –le preguntó Miguel.
- Un poco.
- No deberías hacerlo, te estás estropeando las manos.
- Hay trabajos peores.
Miguel bebió un trago largo de su bebida. Algunas parejas salieron a bailar a una pequeña pista. Miguel y Gunvor se miraron a los ojos. Por unos momentos permanecieron silenciosos, escuchando la música, temiendo romper con sus palabras ese primer silencio que se había colado entre los dos. Finalmente retomaron su conversación:
- ¿Cómo se te ha ocurrido venir a este local apartado? –preguntó Gunvor.
- Llegué al hotel y no estaba mi padre. Entonces salí a la calle a pasear en busca de un lugar no como este... pero en busca de una mujer... como tú.
- ¡Qué tonterías! ¿Y qué sabes de mí? Apenas si hemos intercambiado unas cuantas frases desde que has llegado hace una hora.
- Creo que sé cuanto me hace falta.
- Cuando salgas por esa puerta, ya no te acordarás ni de este lugar ni de mi.
- No es cierto; yo soy distinto a todos. Y si quieres comprobarlo puedes hacerlo ahora mismo; deja esto y vente conmigo. Ahí pone que se cierra dentro de diez minutos.
- Eso no va a ser posible.
- ¿Acaso no quieres? ¿Prefieres seguir aquí?
- No, claro que no; pero es que no me van a dejar.
- ¿Quién lo va a impedir?
- No quiero que tengas problemas por mi culpa.
- Espérame.
Miguel se acercó a la barra. Allí depositó un billete que el encargado acogió con agrado. Después tomó de la mano a Gunvor y se dirigieron a la escalera de salida.
- Wanneer je denkt dat je gaat? –gritó una voz ronca.
Miguel se volvió. El hombre, dándole un manotazo en el pecho, lo tiró al suelo y acto seguido agarró a Gunvor que se resistía llorando. Miguel se levantó.
- ¡Suéltela! –gritó sin poder contener una sublevación interior.
Se abalanzó sobre aquél hombre. Cayeron al suelo. El hombre dio un puñetazo a Miguel, haciéndole sangrar el labio. Después sintió una tremenda lluvia de golpes en todo su cuerpo, quedando exhausto sobre las sillas, ya rotas, en un rincón. Moviendo su cuerpo a impulsos de coraje, Miguel le enganchó un pie y el hombre cayó de bruces al suelo. Cuando vio que se incorporaba de nuevo, le dio una patada en pleno rostro con todas sus ganas. La música había cesado y toda la gente, escondida, miraba inquieta. El hombre, con un pómulo descarnado, se incorporó y, vacilante, retrocedió unos pasos. Se inclinó y cogió la pata de una de las sillas rotas.
- Dom, I 'm gonna kill!-le dijo, sonriendo y sofocado de cólera.
Se fue acercando lentamente. Miguel cogió una botella y de un golpe en la barra, la partió. Los puntiagudos cristales se enfrentaron a la sólida estaca. Miguel, entonces, sólo sintió un tremendo golpe en su hombro izquierdo e instintivamente se lanzó sobre la mole que se le cernía. Rodaron por el suelo, asestándose golpes. Una mesa cayó golpeando al hombre en la cabeza y dejándolo sin sentido. Miguel se levantó temblando y dejando caer al suelo unos cuantos cristales que se iban desprendiendo de su mano. Tenía el cuerpo dolorido y ensangrentado. Dio media vuelta y se acercó a Gunvor.
- Vámonos.
Y se alejaron, escaleras arriba. Mientras la gente aún permanecía inmóvil. Al salir a la calle, el frío lo despejó y le hizo quejarse de las heridas.
- Te llevaré a casa –le dijo Gunvor.
Al llegar allí se tendió en el lecho, se despojó como pudo de su camisa y esperó paciente los cuidados de Gunvor.
- Hemos tenido suerte, mucha suerte... gracias –le confesó ella.
Miguel sonrió sin fuerzas y quedó dormido.

-oOo-


Gunvor descorrió la cortina y la fuerte luz despertó a Miguel.
- ¿Cómo te encuentras?
- ¡Ah, muy bien!
- Te he preparado el desayuno ¿lo quieres aquí?
- No hace falta, gracias, puedo levantarme.
Fue al aseo y allí comprobó todos los rasguños y hematomas de la pelea. Aún sentía dolorido todo su cuerpo.
- Tendré que darte otra camisa –le dijo ella al tiempo que le mostraba una.
Se la puso y se sentaron a desayunar. Mientras desayunaban, ahora en silencio, se cruzaron sus miradas y comprendieron que se despertaba entre ellos una entrañable complicidad.
- ¿Qué vamos a hacer ahora? -preguntó Gunvor.
- Vendrás conmigo al hotel.
- Espera un poco, no vayas tan deprisa, primero conviene que hablemos.
- Tú dirás.
- Me gustas mucho y te agradezco lo que hiciste ayer por mí; pero te puedes imaginar la clase de vida que he llevado. Tú no puedes quererme así, voy a ser una carga y al final me lo reprocharás.
- A mí sólo me importas tú y no la clase de vida que hayas podido llevar, eso es algo que se puede cambiar.
- Pero no sabes nada de mí.
- ¿Qué quieres que sepa?
- La clase de vida que he llevado... por qué he estado trabajando en un lugar como aquél.
- Sólo me importa lo que hagas de ahora en adelante, no en el pasado.
- Pero yo quiero contártelo.
- Dime pues...
- No me dedico al alterne, pero tengo que trabajar allí como camarera para saldar una antigua deuda. Hace tiempo caí en las drogas y ya sabes que eso requiere mucho dinero. Ese hombre me lo prestó y como no podía devolvérselo tuve que aceptar ese trabajo hasta que salde mi deuda. ¿Lo comprendes? No es un trabajo que pueda dejar cuando yo quiera. Él va a buscarme y no me dejará marchar así como así.
- Me da igual. Tú vendrás conmigo... bueno, si quieres, claro.
- No está en querer o no; después de lo que ha pasado debo marcharme cuanto antes de esta ciudad.
- Nos marcharemos ahora mismo... Nu onmiddellijk! –repitió en su idioma.
- Veo que vas aprendiendo nuestro idioma –le dijo Gunvor sonriendo- ¡Vamos!

Salieron después de recoger unos cuantos enseres personales y guardarlos en una bolsa. Pronto llegaron al hotel. Al abrir la puerta encontraron a Carlos y a una mujer rubia y hermosa, sentados tranquilamente.
- ¡Qué te ha pasado! –gritó Carlos al ver el rostro de Miguel.
- No ha sido nada; una pequeña pelea.
- ¿Cómo fue?
- Déjalo, papá, ya está olvidado.
- Te dije que tuvieras ciudado... –entonces reparó en la presencia de aquella bella joven junto a su hijo.
- Papá, esta es Gunvor. Nos vamos a ir a otra ciudad.
Carlos y la propia Gunvor se sobresaltaron al escuchar esas palabras.
- Pero ¿cómo es eso?
Miguel la abrazó.
- Queremos intentar una nueva vida.

Entonces Carlos, lejos de mostrar enojo, soltó una carcajada mientras abrazaba a la mujer rubia que estaba a su lado y procedía a presentársela.
- Esta es Anna y sí, también nosotros vamos  intentar emprender una nueva vida.

A Miguel ya no podía extrañarle nada de lo que ocurriese en aquél extraño país donde las cosas sucedían tan deprisa. Para él ya no existía el asombro después de experimentar tal cúmulo de sensaciones atropelladas desde el primer día que llegó.
- Miguel –dijo Anna- quiero que antes de marcharos conozcáis a mi familia.
(Continuará...)

No hay comentarios: