lunes, 28 de mayo de 2018

Niña ¡qué atrás se ha quedado el tiempo!

Realidad, sueños, anhelos... Para Miguel la vida era un puzzle compuesto por miles de estas tres piezas y él era incapaz de distinguir cuáles correspondían a un sueño, a un anhelo o a la realidad; era como esas piezas de los puzzles donde solo se ve el color del cielo y por lo tanto no sabes en qué lugar exacto colocarlas.

Por las mañanas, nada más levantarse, se ponía a escribir lo que había soñado (¿o era quizás lo que había vivido y lo que ahora empezaba era un sueño?) y algunas veces también lo hacía por la tarde o por la noche. Solía acompañarse de una música melódica que ponía en su tocadiscos y recurría también a veces a un cigarrillo que deleitaba con parsimonia –aun a sabiendas que el tabaco no es bueno para la salud- y un cuba libre o un vodka con limón. Al adormecer así un poco sus sentidos externos, dejaba salir con mayor facilidad sus sentidos internos.

Un día, escribió esto:

Niña ¡qué atrás se ha quedado el tiempo! ¿Recuerdas? No, ya no recuerdas nada. Los días vacíos han borrado tus entrañas. Un chalet en las afueras, un suelo verde con baldosas blancas, unos árboles pequeños, una piscina dormida. Es la tarde, y al más leve movimiento, surge el sudor. El aire adormece.
- ¿Te gusta? – te pregunto.
- ...Sí... – respondes tímida y sonríes.

Allí sentados, fuera del tiempo, te enseñaba poesía.
- ¿Qué es? – preguntaste.
- Es sentir, es la vida.
- No lo comprendo del todo; esto no tiene metro ni rima.
- ¿La tiene la vida acaso? No, ¿verdad? Por eso mi verso es como la vida: libre, sin reglas, siguiendo un ritmo, escrito al impulso de mis venas. ¿Lo ves ahora un poco mejor?
- Un poco.
- Esto es más que un papel con signos. Es profundo y hondo, con un relieve palpable al ultrasentido. Tócalo.
Así tu mano, por primera vez, rozó con temor e intriga esos signos. Te estremeciste un poco.
- Esto vibra – dijiste trémula.
- Es que quiere sentir tus dedos y decirte muchas cosas.
Y tu mano siguió el camino y, a veces, rozó la mía.
- Ha despertado tu ultrasentido –te dije.

Entusiasmada, como estabas, no detuviste tu camino. Me alegraba verte así, dominados tus instintos. Estabas abierta, tus músculos habían sido dormidos por tu mente. Quizás en aquellos instantes no funcionaba el reloj. El “¡Párate, oh, Sol!” de antaño lo habíamos logrado sin saberlo.
- Es maravilloso sentir algo que no vemos. Palpar ideas y sentirlas en toda su plenitud. Has logrado algo grande –me dijiste.
- Me alegran tus palabras, pero aún más el que las sientas. Todo ha de ser así, como tú has dicho: Palpar los sentimientos. ¿Comprendes ahora el por qué de estos versos? ¿Comprendes ahora su balanceo?
- Sí, lo siento – me respondiste.

La tarde, con su lenta monotonía, fue desgranándose y difuminando de rojo el cielo. Una voz te llamó y te perdiste. ¿No recuerdas aquella tarde? ¿Por qué no vuelves? ¿Acaso volvió a dormirse, ausente de mis manos, el ultrasentido que en una tarde perdida hice renacer? ¿Dónde se ha dormido tu esperanza? ¿Dónde se olvidaron tus recuerdos?

Niña, ¡qué atrás se ha quedado el tiempo!



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