lunes, 21 de mayo de 2018

Pájaros grises de hoy

Junto a la gran plaza se levantaban las dos nuevas torres, aún sin completar su vuelo, cual dos pájaros grises que se hubieran quedado quietos, perdida la esperanza, contemplando un mundo que quisieron abarcar con ambición y sin poder hacerlo. Algunas personas pasaban junto a ellas criticándolas, aunque posiblemente en el fondo de su mente lamentasen su mutilación al contemplar esa obra inacabada que mostraba en su final la desnudez del esqueleto... otra obra muerta. Pretendía ser aquella construcción como una nueva torre de Babel en cuyos lujosos ascensores se podría huir de infierno circundante. Pero no pudo ser, otra vez habían cerrado el camino a la esperanza. Todo tenía que ser mediocre.

En esto y otras cosas iba pensando Miguel mientras las torres condenadas se difuminaban, atrás, en la neblina –contaminación más bien- del ambiente. En su lento andar, masticaba el tiempo, como siempre, quizás debido a su exagerado amor a la puntualidad. Abandonó la acera y decidió seguir su camino por el paseo central para ejercitar sus pupilas con las contracciones y dilataciones rápidas consecuencia de los constantes sol y sombra que los árboles producían. Aún era pronto y muy pocas personas se habían sentado en las mesas de la cafetería que había en el paseo. No pudo evitar una sonrisa al pasar junto a una mesa ahora vacía. Hacía poco tiempo de aquello; sentados los dos, Miguel y Marga, en un juego de preguntas difíciles, hubieron de ceder a sus barreras preventivas. Los dos sabían que aquello era un amor sin nombre y tenían miedo a quedarse desnudos, sin posibilidad de reaccionar o defenderse, miedo –en fin- a lo desconocido. Por eso, quizás en un inútil y postrer esfuerzo por escapar de las preguntas comprometidas, ella dio una patada a la mesa que estuvo a punto de tirar al suelo las bebidas y que sirvió –en cambio- para dar una nueva dimensión más cercana a su relación. Atrás quedaron ya, desde aquél momento, los titubeos iniciales y se abrió la puerta a lo más sincero. Miguel se había propuesto borrar todo el pasado y la melancolía que aún arrastraba Marga. No iba a ser fácil, mas era el único camino para sentirse plenos. “Es hermoso sentir un cuerpo ajeno junto al tuyo, es hermoso sentir un cuerpo ajeno un poco tuyo”, había escrito Miguel en uno de sus poemas.

Concluyó el paseo en el mismo instante en que su reloj señalaba un margen de tres minutos para llegar a la cita; lo suficiente. Ya en el portal consultó de nuevo el reloj y se sintió satisfecho de sus ochenta y cuatro segundos se adelanto. Marga no tardó en aparecer. Al principio, unos momentos de duda, después, ya decididos, atravesaron el paseo en el que antes volase la imaginación de Miguel. El autobús se retrasó en su forma habitual. Sus manos, unidas, preparaban, sin saber, el camino nuevo que iba a comenzar unas horas después.

Ya en el autobús miraron en silencio aquellas torres, pájaros impotentes. El viento mecía y esparcía lejos de su cauce el agua que se elevaba por los surtidores de la fuente de la rotonda central. Ambos pensaban muchas cosas, sin decirlas, sin darse cuenta que aquellas sonrisas o esos ligeros apretones de sus manos, expresaban más que un libro de quinientas páginas.

Nuevamente, al bajar del autobús, el reloj señalaba media hora de adelanto.
- Hay tiempo, podemos dar un paseo –dijo Miguel.
Era un barrio distinto, agradable, posiblemente el barrio más representativo de esa ciudad tan anacrónica. La recta geometría de las calles, la discreta ambición de sus edificios olvidando un poco la guerra de la ostentación... “Aquí nadie pretende llegar más lejos que sus posibilidades, tal vez por esto me guste”, pensaba Miguel.
Marga lo invitó a un café para comenzar la tarde y Miguel aceptó encantado. Notaba cómo en esa relación todo se había vuelto simple, sencillo, natural. “Las complicaciones, al igual que los protozoos, surgen en las mentes turbulentas”, pensó Miguel.
- Ya deben haber abierto –dijo Marga.
- Venga, vamos –dijo Miguel.

Entraron los primeros y cogieron el mejor sitio. Por delante tenían una tarde inmensa en la que irse conociendo, en la que irse abriendo y amoldando para encajar un proyecto común, un futuro... que ya no sería incierto.

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