En el edificio Mirasierra, en donde estaba la sede de la
compañía de agroquímicos donde trabajaba, había una cafetería a la que
acudíamos muchos días para comer. Era bastante amplia y luminosa, con unas
cristaleras que daban a un gran patio interior perfectamente ajardinado. Nos
sentábamos en alguna de aquellas mesas junto a las ventanas que daban al jardín
interior y comíamos el menú del día. Algunas veces el primer plato eran
espaguetis, y solía pedirlos hasta que un día, mientras comía se me ocurrió
fijarme en el jardín.
Sobre el verde césped, revoloteaban todo tipo de pajarillos,
entre ellos algunos mirlos que caminaban sigilosamente sobre el césped y de
repente se paraban y quedaban inmóviles. Entonces lanzaban su pico clavándolo
con fuerza en el suelo y cuado lo retiraban de allí, podía ver cómo llevaban en
el mismo una lombriz que tragaban con entusiasmo... al mismo tiempo que yo
tragaba mis espaguetis... cada vez con menos entusiasmo.
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