Un místico genuino es aquél que vive de acuerdo con unos
principios elevados, sintiéndose parte integral de Dios. Porque podríamos decir
que “Dios” es como la energía eléctrica y nosotros somos las “bombillas”
(energía encerrada en un cuerpo). Aun cuando la bombilla se funda o rompa, la
electricidad que contenía no se pierde sino que sigue fluyendo. Así somos
nosotros.
Pero el místico no es un ermitaño, ni un mojigato; sino una
persona que disfruta de la vida y disfruta repartiendo bondad allá donde se
encuentre. Al verdadero místico le importa un bledo conseguir o no el éxito en
sus experimentos místicos y meditaciones, porque le basta y sobra con la
satisfacción que logra haciendo el bien, repartiendo alegría, y recibiendo
energía en sus pequeños ratos de meditación.
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