En nuestro interior reside un “maestro”, un principio o
poder que tiene capacidad para “hacer cosas” de una forma independiente de
nuestro ser externo. En el momento en que seamos capaces de aceptar que nuestro
“ser interno” es mucho más importante que nuestro “ser externo”, y lo aceptemos
y consideremos como la parte superior e imperecedera de nosotros mismos, será
entonces cuando dejaremos abierta la puerta de nuestra alma y de nuestra
conciencia para entablar una comunicación fructífera con la parte espiritual
que reside en nosotros y que, en realidad, es nuestro verdadero yo.
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