Muchas fueron
las anécdotas de nuestras correrías. Mi amigo Adolfo, el comunista, y yo,
fuimos grandes amigos. Cierto es que nuestros puntos de vista sobre muchas
cuestiones religiosas y políticas (fundamentalmente) eran distintas; sin
embargo cada uno respetaba la opinión del otro. El hecho cierto es que
congeniábamos muy bien, quizás porque los dos necesitábamos ese amigo diferente
que pusiese contrapunto en nuestras vidas. He aquí recogidas algunas de esas anécdotas:
Sacamos entradas
de los más barato para ir a ver en el Palacio de los Deportes el espectáculo
“Carnaval en Río”. Comenzamos en nuestras butacas, situadas en lo más alto y
fuimos colándonos poco a poco hacia abajo. Al final acabamos en el patio de
butacas y sólo nos faltó salir a bailar al escenario.
De Adolfo
también recuerdo, firmemente grabada, una excursión a Manzanares en Real. Tuvo
lugar al final del invierno y estuvimos una semana en el chalet de Jorge (amigo
de Adolfo), los tres solos. Por el día jugábamos en el campo, entre los enormes
peñascos, y prácticamente todo el tiempo a indios y vaqueros. ¿Por qué? La
razón era muy sencilla y plenamente justificada: allí estaban abandonados los
restos del plató de exteriores de una película del Oeste. Allí en el Rancho
organizamos tremendas peleas, dejando más maltrechos aún los restos del
decorado. Tal vez sirviesen para una co-producción muy mala que después vi en
el cine y de la que me quedó grabada una escena: unos vaqueros vagan sedientos entre
las rocas del desierto mientas en un plano aparece detrás de ellos... el
embalse de Manzanares el Real repletito de agua. Por la noche, junto al fuego
de la chimenea, largas partidas de cartas; el reposo de los guerreros.
Pero quizás lo
más memorable de nuestras diversiones fueran las simulaciones reales que
hicimos de aquél famoso programa de televisión que se llamaba “Objetivo
indiscreto”. Recordemos tres de aquellas puestas en escena...
1.- Salió a
pasear por la calle con una camisa de Boy Scout que yo le dejé, y con un...
¡paraguas abierto!... y era una agradable y despejada noche de verano. La gente
lo miraba, se reía, hacían comentarios; y él, muy digno y sin inmutarse
continuaba caminando muy serio con su paraguas abierto mientras yo iba detrás,
a cierta distancia, observando todo y partiéndome de risa.
2.- Se puso una
piel de conejo en la cabeza, a modo de peluca, y un sombrero de paja encima.
Nos fuimos a una cervecería, yo pedí un tinto y él un tinto con... leche. El
camarero, sorprendido y sin saber cómo reaccionar ante ese loco o gamberro, le
contestó que no tenían leche. “Pues un tinto solo”, pidió Adolfo. Cuando se lo
hubieron servido, cogió el vaso, lo elevó y comenzó a olerlo y a mirarlo al
trasluz, ante la mirada sorprendida de todos.
4.- Pero el
mayor éxito de todos fue este: Iba vestido con un impermeable de plástico, de
color azul marino; una prenda de vestir muy normal en aquella época. En un bar
compró un pan gallego, redondo, de 40 cms. de diámetro... enorme. Yo me aparté
y me situé a unos 100 metros de la escena para que nadie nos relacionase y
pudiese pensar que se trataba de una gamberrada. Se dirigió a un banco junto a
la salida del metro de la plaza de Quevedo, se sentó y empezó... a comerse ese
enorme pan a bocados. Inmediatamente la gente se fijó en él y se reían,
comentaban algo y seguían su camino; hasta que al cabo de tan solo tres o
cuatro minutos, alguien se paró a
mirar.
A partir de se
momento empezó a detenerse más gente y se fue formando un corrillo a su
alrededor, todos riendo y comentando aquella insólita escena, mientras Adolfo,
ignorando todo lo que sucedía a su alrededor, continuaba pegándole bocados a
aquél enorme pan. El corrillo fue creciendo y creciendo. La gente empezó a
decirle cosas como: “¿Qué, hay hambre? ¿Está bueno? ¿Llevas mucho tiempo sin
comer?”, etc. Él, sin inmutarse, respondía escuetamente a aquellas preguntas y
continuaba a lo suyo. Una señora salió del bar que había enfrente y le dio un
vaso de vino para que pudiese beber algo y no se atragantase. Alguna voz decía:
“Mira, eso debe ser del ‘Objetivo indiscreto’”. Tanta gente se fue congregando
a su alrededor que la acera quedó totalmente colapsada y la gente que salía del
metro ya no podía avanzar por la acera.
Llegó entonces
un policía y, mientras ordenaba a la gente que circulase y no se quedase
ahí mirando y obstruyendo el paso, le
preguntó a Adolfo que qué era lo que hacía. Adolfo, con la mayor caradura y
sangre fría del mundo, respondió: “Nada, tenía hambre y me he sentado aquí a
comer”. “Pues vete a comer a otro sitio que mira la que has organizao”, le dijo
el policía, mientras le confesaba que “te advierto que he estao un rato mirando
en los alrededores por si veía la camioneta de televisión, porque me creía que
era eso del ‘Objetivo indiscreto’, pero como no la he visto he tenido que venir
aquí a despejar esto”. Adolfo se fue tranquilamente andando, con su enorme pan
debajo del brazo, y yo me reuní con él. La risa todavía me dura al recordarlo.
¡Hay que ver qué pareja: mis ideas y su caradura!