sábado, 13 de diciembre de 2025

Sigue esperando… (13)

De repente, Juan, que miraba a su alrededor sin fijarse realmente en nada, detuvo su mirada. Una figura destacaba como una nota discordante en la sinfonía estridente de la discoteca. Era una joven, sentada sola en una mesa apartada, bajo la luz suave de una lámpara de pared. En sus manos sostenía un libro, y leía con una concentración que parecía desafiar el caos a su alrededor. Su cabello, largo y oscuro, caía sobre sus hombros, y vestía un sencillo vestido azul que contrastaba con los atuendos ostentosos de las demás chicas. Había algo en su postura, en la forma en que sus dedos pasaban las páginas, que hablaba de una calma profunda, casi subversiva en un lugar como aquél.
 
Juan la estaba observando fascinado cuando, de repente, vio cómo Néstor se acercaba a ella, con su sonrisa de galán y le decía algo que no llegó a escuchar. La joven levantó la vista, le respondió algo breve, y Néstor se retiró, encogiéndose de hombros con una mezcla de diversión y derrota. Minutos después, Rafael intentó probar suerte, pero también regresó con las manos vacías, riendo como si el rechazo fuera parte del juego.  “¡Increíble!”, pensó Juan, con una chispa de curiosidad encendida en su pecho. “Los dos grandes seductores, rechazados. Esa chica no es como las demás”.
 
Y sin saber muy bien a qué obedecía aquél impulso repentino que sentía, se levantó como si estuviese diciéndose “Es mi turno”. Sintió cómo su corazón se aceleraba, con una extraña mezcla de nerviosismo y determinación. Cruzó la pista, sorteando cuerpos que se movían al compás de la música, hasta llegar a la mesa de la joven. Ella no se había dado cuenta de nada, tan entusiasmada como estaba con la lectura de aquél libro en medio del caos de la discoteca. Fue la voz de Juan la que la sacó de su ensimismamiento…
- ¿Qué lees?  -le preguntó.
 

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viernes, 12 de diciembre de 2025

Sigue esperando… (12)

El regreso de Néstor y Rafael lo sacó de su ensimismamiento. Llegaron riendo, con nuevas bebidas en la mano y el rostro iluminado por la euforia de la “cacería”.
- ¡Eh, escritor, despierta! -dijo Néstor, dando un golpe juguetón en el hombro de Juan.
- ¿Qué pasa? -preguntó Juan, con un dejo de fastidio. 
Rafael se dejó caer en la silla, con una sonrisa que parecía demasiado grande para su rostro.
- ¡No veas cómo están esas chicas! 
Néstor guiñó un ojo, con aire conspirador.
- Suave, suave... 
- Ya me lo imagino -respondió Juan, con desdén, mirando hacia otro lado. 
Rafael no se dio por vencido.
- Venga, Juan, únete a nuestro “safari”. Hay una “tigresa” que... 
- Hoy no —cortó Juan, con un tono seco que sorprendió a sus amigos- Prefiero quedarme aquí. 
Néstor repitió su tic habitual, encogiéndose de hombros, como si la negativa de Juan fuera un capricho sin importancia.
- Allá tú. –le respondió.
- ¿Vamos? -dijo Rafael, ya de pie, con la energía de quien sabe que la noche aún tiene mucho que ofrecer.
- ¡Adelante! -respondió Néstor, y ambos se alejaron de nuevo, entre risas cómplices, perdiéndose en el caos de la pista. 
 
Juan volvió a hundirse en sus pensamientos, con la mirada vagando por la sala. “Míralos, tan contentos, así, sin más”, pensó. “Y sin embargo cuando están solos y te fijas en ellos, y los ves enmudecidos, con la mirada baja y una copa en la mano, parecen seres tristes, parece incluso como si fueran capaces de pensar”.
 

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jueves, 11 de diciembre de 2025

Sigue esperando… (11)

Rafael, siguiendo la mirada de un grupo de mujeres que acababan de entrar, se inclinó hacia Néstor con un brillo travieso en los ojos.
- ¡Guau! ¡Mira qué bellezas acaban de llegar! ¿Vamos? 
Néstor guiñó un ojo, como si el mundo entero estuviera conspirando a su favor.
- ¡Eres un lince, Rafael! -Se volvió hacia Juan, con una sonrisa que destilaba complicidad-. ¿Vienes? 
Juan negó con la cabeza, su mirada perdida en el borde de su vaso.
- No, gracias. 
Néstor se encogió de hombros, imperturbable.
- Tú te lo pierdes. –y dirigiéndose a Rafael le gritó- ¡Al ataque! 
 
Los dos jóvenes se levantaron y se perdieron entre la multitud y sus risas se entremezclaron con la música y el griterío ensordecedor de todos cuantos se apretujaban en la pista de baile y sus aledaños.
 
Juan se quedó solo, y al cabo de unos minutos le pareció que el bullicio de la discoteca se desvanecía y sólo quedaba latente como un tenue murmullo muy lejano. Las luces centelleantes parecieron ralentizarse, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para dejarlo a solas con sus pensamientos. 
“¿Esto es todo?”, pensó, con la mirada fija en la pista de baile. “Ríen, hablan, coquetean. Si no oyera sus palabras, creería que son felices. Pero su felicidad es efímera, un flirteo superficial”. Se reclinó en la silla, sintiendo el peso de la noche sobre sus hombros. “Quizás tengan razón. El mundo agota, y ellos lo combaten con sus propias armas: superficialidad contra superficialidad. Viven el instante, sin pasado ni futuro. ¿De qué sirve ser profundo en un mundo que premia lo banal?”. Sus dedos tamborilearon sobre la mesa, un gesto nervioso que reflejaba su inquietud interior. “Podría escribir novelas vacías, como las que compran por esnobismo, y tendría éxito. Pero ¿y después? Un cuerpo puede darme una noche de placer, pero mi alma... mi alma necesita más. Busco el amor, no una conquista..”
 

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miércoles, 10 de diciembre de 2025

Sigue esperando… (10)

El aire en la discoteca estaba cargado de humo, un velo denso que se arremolinaba bajo las luces estroboscópicas, pintando destellos de neón sobre los rostros sudorosos de la multitud. La Gran Vía de Madrid vibraba con una energía febril y una larga fila de jóvenes esperaba su turno para entrar en la discoteca El Paraíso, un templo del hedonismo, un lugar donde los jóvenes escapaban del gris cotidiano para sumergirse en un torbellino de música, risas y coqueteos efímeros. La pista de baile palpitaba al ritmo de los Shocking Blue con su melodía pegajosa que hacía ondear los cuerpos como si fueran banderas en una tormenta. Jóvenes con pantalones de campana y camisas de colores chillones se mezclaban con chicas de vestidos ajustados y zapatos de plataforma, todos moviéndose bajo un cielo artificial de luces que parpadeaban como estrellas fugaces.
 
Juan estaba sentado en una mesa abarrotada de vasos vacíos, con el respaldo de la silla hundiéndose en su espalda como un reproche. A su lado, Néstor y Rafael reían con una despreocupación que a Juan le parecía tan ajena como el brillo de las lentejuelas que adornaban la pista. Néstor, con su cabello engominado y una camisa verde esmeralda desabotonada hasta el pecho, fanfarroneaba con una voz que competía con la música.
 
- Este verano conocí a una alemana en Torremolinos. ¡Estaba forrada! -dijo, alzando su vaso de cubalibre con un gesto teatral-. Alquiló un yate para fiestas todas las noches. ¡Menudo verano! 
Rafael, con una sonrisa pícara y un cigarrillo Mencey colgando de los labios, asintió con entusiasmo. Su chaqueta de pana marrón estaba ligeramente arrugada, pero había en él un aire de confianza, como si supiera que el mundo siempre le sonreiría.
- No está mal, Néstor. Pero yo no me quejo. Estoy con una actriz que empieza en el teatro. ¡Y qué mujer! 
Néstor soltó una carcajada, dando una palmada en la mesa que hizo temblar los vasos.
- ¡Eso sí que es un buen plan! ¡Mira qué calladito te lo tenías, eh, bribón! Ya sabes cómo son las del teatro... 
 
Juan apenas escuchaba. Sus ojos vagaban por la sala, atrapando fragmentos de la escena: Una pareja que se besaba con urgencia en un rincón, un grupo de chicas riendo mientras sus pendientes dorados destellaban, el camarero sorteando la multitud con una bandeja llena de copas. Todo le parecía un espectáculo vacío, una coreografía de cuerpos sin alma. Tomó un sorbo de su bebida preferida, un vodka con limón, y se preguntó cómo había terminado allí, en un lugar que lo hacía sentir como un extranjero en su propia ciudad.
 

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martes, 9 de diciembre de 2025

Sigue esperando (9)

El aire en la habitación pareció cambiar. La luz de la lámpara se volvió más tenue, como si el mundo entero se hubiera detenido para escuchar. Afuera, el rumor de Madrid -los cláxones, las risas lejanas, el eco de una canción de Nino Bravo que alguien ponía a todo volumen en un balcón cercano- se desvaneció. Juan se quedó mirando el suelo, perdido en un recuerdo que parecía quemarle por dentro.
 
Juan no llegó a terminar su frase, pero el silencio fue más elocuente que cualquier palabra. Había algo en su tono, en la forma en que sus manos temblaban ligeramente al sostener el vaso de vino, que hablaba de una transformación profunda, de un encuentro con algo -o alguien- que lo había cambiado para siempre. Carlos, con su vida ordenada y su pragmatismo, no podía entenderlo aún, pero sintió un escalofrío, como si intuyera que su amigo estaba al borde de un abismo que no podía nombrar.
 
El apartamento, con su desorden y su calidez, era más que un refugio para Juan. Era un campo de batalla donde luchaba contra sí mismo, contra las expectativas del mundo y contra esa “noche” que lo había engullido y escupido de vuelta, que lo había cambiado. Aquél Madrid de 1975, con sus cafés llenos de humo, sus cines abarrotados y sus calles donde la libertad empezaba a susurrarse en voz baja, era el telón de fondo de una historia que apenas comenzaba a desplegarse.
 
Pero la noche, con su carga mágica, y la sincera amistad que Juan y Carlos se profesaban desde hacía muchos años, hizo que por fin Juan comenzase a relatarle todo lo sucedido…
 

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