martes, 3 de febrero de 2015

La misa

El momento estelar de la semana para un católico es –o debe  ser- la misa. Sin embargo, desde el punto de vista de la comunicación, esta celebración tiene mucho que mejorar. En principio no hay más que ver dos hechos incuestionables. El primero es que cada vez va menos gente a misa. El segundo, y más preocupante para un comunicador, es que la mayoría de las personas que acuden a misa van por obligación y entran y salen serios de la iglesia.

Analicemos estas primeras consideraciones. El número de personas que acuden a una celebración reciben el nombre de audiencia y en el mundo de la comunicación son los índices de audiencia quienes marcan el éxito o fracaso de la acción ejecutada. Por consiguiente, en términos simplemente numéricos sería deseable que la audiencia de la misa aumentase en vez de disminuir. Para ello hay que analizar los errores de comunicación que se hayan producido y a continuación ponerles remedio ejecutando las acciones pertinentes en el ámbito de la comunicación. Es más, la evolución de los índices de audiencia serán el indicador más claro de si se están haciendo bien o no las cosas desde este punto de vista.

La iglesia católica es evangélica, lo cual quiere decir que su misión es predicar el Evangelio, ganar adeptos y mantenerlos. El paralelismo con cualquier campaña de comunicación no puede ser más fidedigno: dar a conocer el producto o servicio, captar clientes y finalmente fidelizarlos. Por consiguiente la iglesia católica, para propagar la palabra de Dios, tendría que captar cada vez más personas (clientes) que acudiesen a la misa y posteriormente conseguir que esas personas quedasen satisfechas con lo que allí se les ofreciese y se convirtiesen en feligreses habituales, es decir, clientes fieles.

Hay, pues, una necesidad clara de captar personas que acudan a misa, y de eso vamos a hablar en las páginas siguientes, dando a conocer algunas cosas que deberían hacerse para conseguir este objetivo. Pero este no es un objetivo aislado, de una sola vez; como en la buena publicidad no se trata de que nos compren una vez sino que se conviertan en clientes habituales, en este caso, no se persigue que las personas acudan a misa una sola vez por simple curiosidad, sino que esa experiencia les satisfaga tanto como para convertirse en asiduos feligreses.

Hacíamos también referencia al motivo por el cual van a misa una gran mayoría de las personas: por obligación. Esto es algo tan claro que cualquier persona conoce perfectamente cómo los sacerdotes recuerdan constantemente la “obligación” de ir a misa los domingos y fiestas de guardar ya que de no hacerlo cometen pecado mortal. Ante esta tesitura, muchos buenos cristianos agachan la cabeza, se resignan y acuden a misa para cumplir con esa obligación. No pesa en ellos el ánimo de hacerlo por satisfacción personal (la satisfacción que da el encuentro con Dios en una celebración tan especial) sino el temor al pecado o el temor al qué dirán… o quizás incluso lo que les mueve es simplemente la inercia de la rutina.

Y no acaba aquí la cosa, debe considerarse también con qué espíritu acuden, y ese espíritu en muchos de ellos es el de: resignación. Acuden cabizbajos, con tristeza, con pesar, con aburrimiento, con un “no queda más remedio, hay que cumplir”.

Se convierte así la misa en una celebración triste, a la que cada vez acude menos gente, en donde la edad media de los asistentes supera los 60 años y el porcentaje de mujeres supera el 70 por ciento, en donde se entra con cara seria, se permanece con cara serie y se sale con cara seria, cuando no aliviados al ver que por fin ya ha concluido esa obligación.

Y es que, lo queramos o no, lo que se hace por obligación causa un innato rechazo en el ser humano. Si nos obligan a reciclar y nos ponen multas por no hacerlo, trataremos de evitarlo siempre que podamos, y cuando no podamos evitarlo lo haremos de mala gana, por obligación, para no pagar la multa correspondiente. Sin embargo, si nos enseñan la necesidad de una naturaleza limpia para disfrute de todos y lo fácil que resulta aportar nuestro granito de arena para mantener limpia la ciudad, lo haremos con agrado. El que recicla por temor a que lo multen, lo hace con gesto serio y él mismo se siente contrariado; por el contrario, el que recicla por su amor a la naturaleza, lo hace con semblante feliz y siente en su interior una gran satisfacción.

Pues eso es, ni más ni menos, lo que debería conseguirse con relación a la misa dominical. La gente debería acudir feliz, debería estar toda la semana impaciente porque llegase al fin el domingo o festivo y poder participar en esa ceremonia, una vez allí estaría alegre y participativo, y al salir mantendría esa sonrisa y la divulgaría a los cuatro vientos, y cada vez que tuviese oportunidad hablaría a otros sobre lo feliz que se siente cuando va a misa.

Para empezar, pues, este análisis, la iglesia debería suprimir la palabra “obligación” y hacer una serie de cambios y de acciones que llevasen a los ciudadanos el anhelo de acudir porque aquello les va a resultar satisfactorio. Este es un axioma en publicidad: no tratar nunca de imponer, no decir nunca “compre esto”; por el contrario debe sugerirse sutilmente la satisfacción que el cliente va a obtener comprando ese producto o servicio de tal forma que sea él mismo quien se diga “voy a comprarlo porque esto satisface esa necesidad que yo tenía y no sabía cómo cubrirla”. Lo que uno decide por sí mismo tiene mucho más valor y mucha más fuerza que aquello que nos obligan a hacer, y si a través de una buena comunicación se hacen llegar a los ciudadanos los beneficios de ser buenos católicos e ir a misa sin imposiciones ni amenazas, serán muchos los que deseen experimentar esa felicidad y lo harán convencidos ya que nadie les obliga sino que son ellos mismos quienes toman esa decisión por iniciativa propia. Esa es la magia de la buena comunicación y de la buena publicidad: inducir sutilmente para que el cliente tome por sí mismo la decisión que nosotros queremos que tome.

2 comentarios:

lashistoriasdelbuho dijo...

En Octubre, en Aguadulce, en Almería, me llevó mi mujer a una iglesia, la Parroquia del Carmen. Qué diferencia, el sacerdote no era un chico joven, era de una mediana edad. en la iglesia no cavía un alfiler,muchos de los fieles estaban alojados en el mismo hotel que nosotros, pero hablando con el señor que estaba al lado me dijo que allí estaba medio pueblo, cuando salimos, me fui hacia el cura, creo que el parroco y le di las gracias por lo bien que me lo había pasado. Si entran por internet en Parroquia de Aguadulce, Almería, quizás vean lo que les digo. No soy de los que van a misa por obligación.

Vicente Fisac dijo...

Afortunadamente hay excepciones. También en Madrid hay una iglesia (Santa Angela de la Cruz) y una misa (la de 11 h.) en donde el cura habla como las personas normales, se pasa toda la misa sonriendo y nos hace pasarlo bien y salir contentos. Pero como digo, son excepciones.