El momento estelar de la semana
para un católico es –o debe ser- la
misa. Sin embargo, desde el punto de vista de la comunicación, esta celebración
tiene mucho que mejorar. En principio no hay más que ver dos hechos
incuestionables. El primero es que cada vez va menos gente a misa. El segundo,
y más preocupante para un comunicador, es que la mayoría de las personas que acuden
a misa van por obligación y entran y salen serios de la iglesia.
Analicemos estas primeras
consideraciones. El número de personas que acuden a una celebración reciben el
nombre de audiencia y en el mundo de la comunicación son los índices de audiencia
quienes marcan el éxito o fracaso de la acción ejecutada. Por consiguiente, en
términos simplemente numéricos sería deseable que la audiencia de la misa
aumentase en vez de disminuir. Para ello hay que analizar los errores de
comunicación que se hayan producido y a continuación ponerles remedio
ejecutando las acciones pertinentes en el ámbito de la comunicación. Es más, la
evolución de los índices de audiencia serán el indicador más claro de si se
están haciendo bien o no las cosas desde este punto de vista.
La iglesia católica es
evangélica, lo cual quiere decir que su misión es predicar el Evangelio, ganar
adeptos y mantenerlos. El paralelismo con cualquier campaña de comunicación no
puede ser más fidedigno: dar a conocer el producto o servicio, captar clientes
y finalmente fidelizarlos. Por consiguiente la iglesia católica, para propagar
la palabra de Dios, tendría que captar cada vez más personas (clientes) que
acudiesen a la misa y posteriormente conseguir que esas personas quedasen
satisfechas con lo que allí se les ofreciese y se convirtiesen en feligreses
habituales, es decir, clientes fieles.
Hay, pues, una necesidad clara de
captar personas que acudan a misa, y de eso vamos a hablar en las páginas
siguientes, dando a conocer algunas cosas que deberían hacerse para conseguir
este objetivo. Pero este no es un objetivo aislado, de una sola vez; como en la
buena publicidad no se trata de que nos compren una vez sino que se conviertan
en clientes habituales, en este caso, no se persigue que las personas acudan a
misa una sola vez por simple curiosidad, sino que esa experiencia les satisfaga
tanto como para convertirse en asiduos feligreses.
Hacíamos también referencia al
motivo por el cual van a misa una gran mayoría de las personas: por obligación.
Esto es algo tan claro que cualquier persona conoce perfectamente cómo los
sacerdotes recuerdan constantemente la “obligación” de ir a misa los domingos y
fiestas de guardar ya que de no hacerlo cometen pecado mortal. Ante esta
tesitura, muchos buenos cristianos agachan la cabeza, se resignan y acuden a
misa para cumplir con esa obligación. No pesa en ellos el ánimo de hacerlo por
satisfacción personal (la satisfacción que da el encuentro con Dios en una
celebración tan especial) sino el temor al pecado o el temor al qué dirán… o
quizás incluso lo que les mueve es simplemente la inercia de la rutina.
Y no acaba aquí la cosa, debe
considerarse también con qué espíritu acuden, y ese espíritu en muchos de ellos
es el de: resignación. Acuden cabizbajos, con tristeza, con pesar, con
aburrimiento, con un “no queda más remedio, hay que cumplir”.
Se convierte así la misa en una
celebración triste, a la que cada vez acude menos gente, en donde la edad media
de los asistentes supera los 60 años y el porcentaje de mujeres supera el 70
por ciento, en donde se entra con cara seria, se permanece con cara serie y se
sale con cara seria, cuando no aliviados al ver que por fin ya ha concluido esa
obligación.
Y es que, lo queramos o no, lo
que se hace por obligación causa un innato rechazo en el ser humano. Si nos
obligan a reciclar y nos ponen multas por no hacerlo, trataremos de evitarlo
siempre que podamos, y cuando no podamos evitarlo lo haremos de mala gana, por
obligación, para no pagar la multa correspondiente. Sin embargo, si nos enseñan
la necesidad de una naturaleza limpia para disfrute de todos y lo fácil que
resulta aportar nuestro granito de arena para mantener limpia la ciudad, lo
haremos con agrado. El que recicla por temor a que lo multen, lo hace con gesto
serio y él mismo se siente contrariado; por el contrario, el que recicla por su
amor a la naturaleza, lo hace con semblante feliz y siente en su interior una
gran satisfacción.
Pues eso es, ni más ni menos, lo
que debería conseguirse con relación a la misa dominical. La gente debería
acudir feliz, debería estar toda la semana impaciente porque llegase al fin el
domingo o festivo y poder participar en esa ceremonia, una vez allí estaría
alegre y participativo, y al salir mantendría esa sonrisa y la divulgaría a los
cuatro vientos, y cada vez que tuviese oportunidad hablaría a otros sobre lo
feliz que se siente cuando va a misa.
Para empezar, pues, este
análisis, la iglesia debería suprimir la palabra “obligación” y hacer una serie
de cambios y de acciones que llevasen a los ciudadanos el anhelo de acudir
porque aquello les va a resultar satisfactorio. Este es un axioma en
publicidad: no tratar nunca de imponer, no decir nunca “compre esto”; por el
contrario debe sugerirse sutilmente la satisfacción que el cliente va a obtener
comprando ese producto o servicio de tal forma que sea él mismo quien se diga
“voy a comprarlo porque esto satisface esa necesidad que yo tenía y no sabía
cómo cubrirla”. Lo que uno decide por sí mismo tiene mucho más valor y mucha
más fuerza que aquello que nos obligan a hacer, y si a través de una buena
comunicación se hacen llegar a los ciudadanos los beneficios de ser buenos
católicos e ir a misa sin imposiciones ni amenazas, serán muchos los que deseen
experimentar esa felicidad y lo harán convencidos ya que nadie les obliga sino
que son ellos mismos quienes toman esa decisión por iniciativa propia. Esa es
la magia de la buena comunicación y de la buena publicidad: inducir sutilmente
para que el cliente tome por sí mismo la decisión que nosotros queremos que
tome.
2 comentarios:
En Octubre, en Aguadulce, en Almería, me llevó mi mujer a una iglesia, la Parroquia del Carmen. Qué diferencia, el sacerdote no era un chico joven, era de una mediana edad. en la iglesia no cavía un alfiler,muchos de los fieles estaban alojados en el mismo hotel que nosotros, pero hablando con el señor que estaba al lado me dijo que allí estaba medio pueblo, cuando salimos, me fui hacia el cura, creo que el parroco y le di las gracias por lo bien que me lo había pasado. Si entran por internet en Parroquia de Aguadulce, Almería, quizás vean lo que les digo. No soy de los que van a misa por obligación.
Afortunadamente hay excepciones. También en Madrid hay una iglesia (Santa Angela de la Cruz) y una misa (la de 11 h.) en donde el cura habla como las personas normales, se pasa toda la misa sonriendo y nos hace pasarlo bien y salir contentos. Pero como digo, son excepciones.
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