Ataviados de piratas,
manejando con soltura
las cazuelas, las cucharas,
las verduras y otras cosas
que mezclaban en la olla,
en medio de aquella fiesta
donde tú fuiste la música
y mirabas y sentías
la alegría contagiosa,
sin saber que aquella historia
vería luego la luz
transformada en un poema...
¡Caracoles! ¡Qué caramba!
No esperabas encontrar
esa sorpresa como plato principal
en la velada.
Pero ¡qué importa! ¡La vida sigue!
Y empezaste a bailar
como siempre, entusiasmada,
y me hiciste sonreír
con tu mirada.
Aquella fiesta nos unió,
sin saberlo,
en la distancia.
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