Marlene, escapada del infierno
Esta niña que veis en la foto se llama Marlene y tiene 14 años y medio. Vive en la diócesis de Bangassou (Centroafrica) a donde acaba de volver, escapándose literalmente del infierno. Este infierno es la selva, en la que ha vivido desde que fue raptada de su hogar a los 13 años. Los luciferes de turno son soldados de una guerrilla que se hace llamar la LRA. Cuando Joseph Kony fundó este grupo en el norte de Uganda hacia 1980, parecía un movimiento de liberación. Luego se convirtió en una auténtica pesadilla de crímenes, saqueos y violaciones en masa, raptando miles de niños y niñas, pisoteando los derechos fundamentales de civiles inocentes y matando también al último puñado de mártires de la familia comboniana, todos sacerdotes, entre los años 1980 y 2000. Entonces el ejército regular los expulsó hacia el sur del Sudán, donde tuvieron su santuario algunos años hasta que de allí los expulsaron hacia el parque nacional de Garamba, en el Congo, 12.000 km de sabana arboreada y selva tropical. Varios intentos por firmar la paz resultaron fallidos y Kony se ha vengado de los ataques del ejército ugandés y congolés masacrando civiles indefensos. Es una de las caras más asquerosas del continente africano.
En marzo de 2008, un centenar de soldados entraron en Obo al este de la República Centroafricana, la que fue mi primera misión durante 7 años. Como ya he contado a menudo, aquella noche horrorosa saquearon cientos de graneros, violaron mujeres por turnos de tres o cuatro soldados, en sus propias camas, y sembraron la desesperación, dejando decenas de familias en llanto. Las huellas de las botas embarradas de aquellos brutos mancharon, no solo las sábanas de aquellas familias, sino que mancillaron el honor de toda la población. Aquella noche se llevaron a Marlene. La ataron por la cintura a un rollo de cuerda junto con otros muchos jóvenes de Obo, le pusieron un saco con 25 kilos de mandioca en la cabeza y empezó su calvario con la RLA. En la foto, bajo los delicados moñiclis trenzados en su cabeza, dormirán pesadillas y violencias infames, golpes y agresiones que una niña con trece años no podría digerir. Se tragó 15 días de marcha y también la muerte de algunos secuestrados que no aguantaron el ritmo y los remataron a machetazos, al más puro estilo de “Hotel Ruanda”. Un año y medio de horror, 18 meses dando bandazos por la selva, soñando con la comida de su madre Jeannine, haciendo de muro humano cuando los helicópteros ugandeses lanzaban misiles contra el campamento de Kony sorteando los árboles de Garamba o yaciendo en el suelo atada a un árbol fingiendo dormir mientras alguien abusaba de otra muchacha atada a su mismo árbol. Pero lavando la ropa de los soldados o cuidando de los niños del “boss” de alma metalizada, Marlene resistió, como dice la canción: “para seguir viviendo”. Sobrevivió a transfusiones de muerte viendo a sus compañeros de clase, secuestrados como ella, con una AK-47 en los brazos, entrenándose para la guerra.
Cuando le hice esta foto, le dije que sonriera. Hizo de tripas corazón y sus ojos brillaron. Pero en ellos, detrás de sus pupilas, se esconden 540 días de esclavitud, lejos de casa, noches huérfanas de malarias inclementes que la vaciaban de fuerza desangrando su resistencia. Allí en la selva, rodeada de fanáticos homicidas, empezaron a crecerle los senos, a la vista de todos, en público, pues en la RLA una esclava no podía tener intimidad. Empezó a ser mujer lejos de su madre y tal vez esto fue lo que le dio las luces para intentar la fuga por tercera vez. Volvió a Obo en el mes de Julio pasado, después de caminar 10 días por la selva, llagados los pies pero viva, en estado de shock y desenraizada, con una llaga tropical abierta en el pómulo de su cara. Su madre se desvivió para alimentarla, para abrazarla por las noches cuando gritaba o para consolarla durante sus largos silencios. La RLA llegó a Obo un mes después y empezaron desde cero la cuenta de saqueos, violencias, robos y brutalidades. Aún siguen allí. Hace unos días quemaron con gasolina un coche de una ONG italiana y mataron al chófer africano y a su ayudante. Así el nombre de Obo apareció en Internet, porque era algo relacionado con Italia. Pero Obo y sus alrededores viven así, 15.000 seres hambrientos y asustados, desde hace meses y los muertos son muchos más que los dos desafortunados de la ONG. Tuve que sacar a las monjas de aquel infierno pero los sacerdotes centroafricanos se quedaron para dar ánimo y fortaleza a la población, no huyeron en marzo del 2008 y siguen allí, como columnas de bronce, en octubre del 2009.
Al final Jeannine me escribió para que Marlene viniera a Bangassou, a un centro de chicas estudiantes cerca de la Catedral financiado por unos amigos de Antequera. Llegó de noche, mientras un nuevo grupo de oftalmólogos operaba las últimas cataratas del día. Un mes después, con sus cabellos trenzados y el uniforme negro-amarillo de la escuela de la catedral, Marlene empieza a sonreír, a contar tímidamente sus desventuras y a ser una persona como las demás.
Mons. Juan José Aguirre, obispo de Bangassou
No hay comentarios:
Publicar un comentario