Para los niños, el mundo y todo lo que hay en él es algo
nuevo, algo que provoca el asombro. Los filósofos y los niños comparte esa
importante capacidad: la del asombro y la de formularse preguntas
constantemente.
En cambio en los adultos, y por diversas razones, la
mayoría se aferra tanto a lo cotidiano, a lo material, que el propio asombro
por la vida queda relegado a un segundo plano. Quizás sea algo que tenga que
ver con el hábito, con la costumbre. A fuerza de ver las cosas (siempre con la
misma perspectiva) nos habituamos a las mismas y dejan de causarnos asombro. Es
triste comprobar cómo –según nos vamos haciendo mayores- nos habituamos al
mundo que nos rodea y dejamos de hacernos preguntas. Es como si durante el
crecimiento fuésemos perdiendo la capacidad de dejarnos sorprender por el
mundo.
Así es, y esto supone que vayamos perdiendo algo
esencial, algo que sólo los filósofos intentan despertar en nosotros: la
capacidad de asombro, la capacidad de hacernos preguntas y tratar de encontrar
por nosotros mismos esas respuestas. Porque eso que intentan despertar en
nosotros los filósofos es algo que tenemos dentro, un algo que nos dice que la
vida en sí misma, es un gran misterio.
Si consigues despertar en ti esa llama interior y
comienzas el viaje, y comienzas a explorar ese nuevo mundo que se encuentra más
allá de lo material, tal vez algún día llegues a encontrarte contigo mismo y en
ese momento comenzarás a ver la vida de una forma completamente nueva.
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
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