Conforme se me acercaba la soñada edad de la jubilación,
pensaba en las cosas positivas que ofrecía esta nueva etapa de la vida. Lo
principal y más llamativo era el tiempo libre para hacer todo lo que quisiera;
después, una por una todas las actividades y hobbies a las que podría dedicar
ese tiempo libre (y os aseguro que me gusta hacer tantas cosas que incluso así
me falta tiempo para todas y tengo que priorizar).
Sin embargo, para una persona que como yo sigue ejerciendo
el periodismo aunque sea de manera personal por puro placer, gracias a todas
las posibilidades que ofrece Internet, hay un placer de la jubilación muy
superior a todos los demás: puedo escribir lo que me de la gana, cuando quiera,
como quiera, y sin necesidad de ser políticamente correcto.
Todos los que seáis periodistas y comunicadores, pero
también todos aquellos que tenéis un trabajo, sabéis bien que no podéis decir
muchas cosas porque eso perjudicaría vuestro futuro profesional. Cuando
trabajaba en la Organización Médica Colegial no podía –aunque fuera en mis
blogs personales- criticar a los médicos; cuando trabajaba en AstraZéneca, no
podía criticar a mi empresa ni a los laboratorios farmacéuticos; e incluso en
uno y otro caso, tampoco podía meterme nunca con el Gobierno, o con las
instituciones públicas, o hacer chistes políticamente incorrectos, o escribir
simples gansadas...
En fin, chicos y chicas, no sabéis el placer que da opinar
lo que me de la gana sin cortarme un pelo, porque un jubilado tiene su puesto
de trabajo asegurado hasta que la muerte le abra las puertas a la vida
definitiva. Y os aseguro que allí al otro lado, también hay mucho sentido del
humor. Afortunadamente.
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