Yo tuve un tío que se llamaba Casio... o casi lo tuve porque
murió antes que yo naciera. El caso es que vi unas fotos y dije “qué tío” y
resultó ser mi tío Casio. Y me asombré al ver sus patillas, las patillas del
tío Casio, que no las tenía debajo de la cadera, sino al lado de las orejas y
muy bien pobladas (las patillas, no las orejas). ¡Qué tío este Casio, el caso es
que casi me dejo sus patillas! “¡Si es que eres un caso!”, me decían, pero no,
yo no era caso ni Casio, así que no les hice ni caso... o casi. El caso es que
tanto me influyó la imagen de mi tío Casio que me dejé sus patillas (quiero
decir, unas iguales a las suyas) y me compré un Casio... no un clon suyo sino
un reloj Casio; pero ese reloj aunque fuera Casio no era suyo sino mío. Así
comprendí que Casio y yo éramos de la misma familia aunque casi no nos
hubiésemos conocido y aunque yo no le hubiera hecho antes mucho caso. Pero al
discurrir el tiempo (en mi reloj Casio) casi caí en la cuenta de que yo también
era familia de Casio (no mi tío sino la empresa Casio) y vi que esta tenía
muchos productos, incluso musicales, así que por si acaso o por si Casio, me
voy ya con la música a otra parte. O casi o...
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