Por primera vez, este 7 de julio no hubo encierros en
las universalmente conocidas fiestas de San Fermín, en Pamplona. Pero estas
fiestas, que ahora recordaremos, eran agotadoras no sólo para quienes
participaban en ellas –incluidos los toros- sino también… para el santo. Y es
que en esos días miles de jóvenes (y no tan jóvenes) de Pamplona (y de otras
partes del mundo) cometían la insensatez de colocarse en el camino de unos
toros como una “tradicional” forma de festejar al santo patrón.
Lógicamente San Fermín, que es agradecido, siempre ha
tratado de impedir que los susodichos individuos mueran o sufran graves
percances en su encuentro buscado con los astados. Pero claro, San Fermín sólo
es un santo, no es Superman, y tanto trabajo a destajo le causa tal agotamiento
que lógicamente se producen algunos incidentes graves que el pobre santo no
puede evitar.
Cuando una persona va por el campo, y un toro que se ha
escapado lo ve y le embiste... mala suerte. Pero si esa misma persona se mete
en el redil del toro, le cita, y el toro le embiste y le coge... eso no es mala
suerte; es que se lo ha buscado.
Así son las fiestas de San Fermín, los jóvenes (y no tan
jóvenes), buscan el peligro... y lo encuentran. Por suerte para ellos (o para
casi todos ellos) allí tienen a San Fermín haciendo milagros... aunque no
imposibles. Menos mal que este año, gracias a la pandemia del coronavirus, el
pobre santo se va a tomar un merecido descanso.
PD.- En la imagen, uno de los peligrosos astados a los
que yo me enfrenté cuando era joven. En aquella ocasión, como no estaba en
Pamplona, no pude recibir la ayuda de San Fermín, pero os aseguro que mis
piernas corrieron más deprisa que mi voluntad y aquí estoy para contarlo. Yo
también fui un insensato... con suerte.
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