Si tuviera que hacer un ejercicio
de síntesis para resumir muy brevemente mi visión de lo que es y debe ser la
comunicación profesional, el resultado final serían tan sólo seis palabras. Voy
a extenderme un poco más sobre cada una de esas palabras para que podáis
situarlas en su adecuado contexto pero, si os dais cuenta, serán esas seis
palabras, esos seis conceptos, los que han marcado mi trayectoria profesional y
a los que considero como la verdadera esencia de la comunicación.
Esas seis palabras que me
gustaría dejar como legado tras mi paso por el mundo de la comunicación, son
estas: inspiración, cercanía, proactividad, disponibilidad, inmediatez y
continuidad.
Inspiración
Dicen que la verdadera
inspiración es el fruto de la transpiración, es decir, el resultado del trabajo
previo. Y estoy de acuerdo con ello, pero voy a añadir un pequeño truco para
que podáis alimentar y beneficiaros de vuestra inspiración.
Para alcanzar el impacto deseado
con nuestra comunicación es preciso haber acertado con el mensaje, con la forma
de expresarlo, con el medio o los medios de transmitirlo... es decir, nos
vendría muy bien estar tocados por la varita mágica de la inspiración para
obtener el mejor de los resultados. ¿Cómo se logra?
Lo primero, como ya apuntaba
antes, es el trabajo previo. Cuando tengáis que afrontar el hecho de comunicar
algo, lo primero es documentarse. Para ello hay que acudir a cuantas fuentes
fidedignas se nos ocurra e ir haciendo una primera lectura. Cuando consideremos
que ya tenemos material suficiente para poder escribir y plantear lo que
necesitamos comunicar, procederemos a hacer una segunda lectura, esta vez
subrayando aquellos datos, cifras, citas, párrafos, etc., que consideremos de
mayor interés para nuestro propósito. Y cuando hayamos terminado de hacerlo...
entonces... cerraremos la carpeta, cerraremos los ojos, y enviaremos un mensaje
a nuestro subconsciente diciéndole algo así como “yo ya he hecho el trabajo
previo, ahora te toca a ti trabajar, así que yo me voy a dedicar a otras cosas
y ya me avisarás cuando estés listo”. Y, efectivamente, eso es lo que hay que
hacer: estar convencidos de que nuestro subconsciente va a ser capaz de darnos
esa chispa de originalidad y acierto que necesitamos... y dejarle hacer.
A partir de ese momento nos
olvidaremos de todo el trabajo previo que hemos realizado y nos ocuparemos de
otros menesteres. Estad seguros que al cabo de unas horas, o de unos días (el
subconsciente resulta que sí es conciente del plazo real que nos exigen)
sentiremos algo así como una llamada interior, quizás sea una frase, una idea,
o ese titular que podría encabezar nuestro mensaje. Tan pronto como lo
recibamos, hay que escribirlo. Pero claro, esto no siempre es fácil porque ese
momento puede acontecer cuando estamos conduciendo, o cuando estamos en el
servicio, o cuando estamos caminando por la calle, o en mitad de una reunión...
No importa. Siempre hay que tener a mano un papel y un lápiz, y tan pronto
llegue esa idea hay que trasladarla al papel; es tan sólo cuestión de unos
segundos.
Bien, el subconsciente ya nos ha
avisado que está listo, por lo tanto, en cuanto sea posible, lo más rápidamente
posible, hay que apartarse de las demás ocupaciones, coger papel y lápiz (hoy
en día suele ser el ordenador) y ponerse a escribir todo lo que nos salga a
partir de esa idea. Veremos cómo tan pronto comencemos a escribir, las palabras
se van a ir agolpando y a salir una tras otra. Debemos dejarlas que salgan tal
como ellas quieren, sin retoques ni censuras.
Finalmente, cuando se haya
terminado de escribir, será el momento de repasarlo para corregir alguna cosa o
añadir o quitar cualquier otra, pero nos daremos cuenta que el resultado es de
nuestra entera satisfacción.
Para quien no haya practicado
nunca esta técnica hay que recordarle que es muy sencilla pero indudablemente
no tiene por qué salir de forma perfecta a la primera. Lo importante es
acostumbrarse a trabajar sobre una idea, dejarla después reposar en la mente mientras
nos ocupamos de otras cosas, y finalmente dar rienda suelta a todas las ideas
que en un momento dado brotarán de nuestro subconsciente reflejándolas en el
papel.
El trabajo previo siempre es
necesario, pero también lo es el dejar trabajar a la mente para que nos aporte
esa chispa diferenciadora que otorga a unos mensajes la atracción del lector
frente al paso desapercibido de los demás.
Cercanía
Cuando escribamos nuestros
mensajes debemos acostumbrarnos a sentarnos al otro lado de la mesa (en sentido
figurado). Me refiero al hecho de ponerse en el lugar del lector, de nuestro
destinatario. Hay que hablar en su lenguaje, exponer las cosas de tal manera
que le resulten atractivas, que sean interesantes para él. Lo normal, por
desgracia, es escribir pensando en lo que le gustaría a nuestro jefe y no en lo
que de verdad le interesa al lector. “¿Pero cómo no vas a decir eso, con lo
importante que es?”, te dirán en algunas ocasiones. Pues porque eso es
importante para ti, pero no para nuestro destinatario, él está más interesado
en otros aspectos. Y entre esos aspectos juega un papel importante el factor
emocional. Las personas nos movemos por emociones no por sesudos razonamientos;
es más, aunque razonemos, al final las decisiones se toman más por los sentimientos.
Somos humanos, simplemente es eso. Y de ahí que sea tan importante conectar con
ese otro ser humano que va a recibir nuestro mensaje. Hay que hacerle ver que
estamos con él, que hablamos su mismo idioma, que conocemos y comprendemos sus
deseos y necesidades, y de esa forma –en un diálogo entre iguales- hacerle
llegar nuestro mensaje.
Lo que importa siempre no es una
comunicación académica perfecta, un mensaje ortodoxamente elaborado, sino el
resultado que se persigue con dicha comunicación. Es cierto, sorprende muchas
veces cómo una comunicación que ha obviado infinidad de aspectos técnicos, de
detalles importantes, etc., consigue sin embargo “llegar” al público y que éste
la acepte y la haga suya. Se trata de
cercanía, ni más ni menos, tanto en el lenguaje como en la forma de
sentir e interpretar cuanto nos rodea; si no nos hacemos iguales a nuestros
destinatarios no podremos conectar con éxito con ellos.
Proactividad
No podemos esperar a que nos
digan nuestros jefes qué es lo que tenemos que hacer. No podemos esperar a que
el mercado y la competencia nos marquen el camino para entonces reaccionar. En
comunicación hay que ser siempre proactivos, buscar nuevas ideas, nuevos
proyectos, nuevas formas de acercar nuestros posicionamientos hacia nuestro
público.
Cualquier empresa u organización
tiene en su mano las herramientas para crear los escenarios que lo hagan
posible. Se trata de poner en marcha proyectos e iniciativas a través de las
cuales podamos contactar con el público y transmitirle nuestros mensajes.
Desde luego la proactividad no es
para los perezosos, como tampoco lo es para ellos el éxito. Para ser mejores
que la competencia no sólo hay que actuar mejor, también hay que actuar antes y
actuar más. Debemos ser nosotros quienes demos siempre el primer paso, quienes
marquemos el camino, los primeros en organizar determinados actos o en poner en
marcha determinadas acciones. Eso es lo que identifica y diferencia a los
líderes. Eso es lo que marca la diferencia.
Disponibilidad
El mundo de la comunicación, ya
lo hemos dicho, requiere de múltiples fuentes de información. Nosotros (nuestra
empresa, nuestra organización) también somos una de esas fuentes. Por
consiguiente no es de extrañar que el público o que los periodistas quieran
contactar con nosotros para pedirnos cualquier información o simplemente para
conocer nuestra opinión, bien sea sobre algo relacionado con nuestros productos
y actividades o incluso sobre cualquier acontecimiento de actualidad que no
tenga nada que ver con nosotros pero, que considerándonos a nosotros como
líderes, nos dan el privilegio de ser preguntados al respecto. Y esa es una
magnífica oportunidad, un auténtico tesoro que hay que saber aprovechar. Si
nuestro público y/o nuestros periodistas quieren hablar con nosotros... hay que
facilitarles ese contacto.
Sin embargo, y con demasiada
frecuencia, los directivos no son proclives a atender estas peticiones e
incluso se muestran contrariados cuando les llegan requerimientos en este
sentido. “Es que no tengo tiempo, no puedo atenderlos a todos”, dirán muchos de
esos directivos. Y tienen razón; su cargo, sus ocupaciones, no les dejan el
tiempo necesario para dedicarlo a estos menesteres. Pero lo que sí les debe ir
inherente en el cargo es la capacidad de decisión para derivar hacia otros
portavoces cualificados de su organización o empresa la atención de esas
demandas. Aquí puede jugar un papel muy importante el responsable de
comunicación –verdadero nexo de unión entre una organización y su público- para
hacerle ver las características e importancia de cada requerimiento y que así,
en base a ese conocimiento, el directivo pueda decidir si finalmente es él
quien atiende la petición o si bien se le pasa a otros portavoz de la compañía.
Lo que sí será igualmente importante para el éxito es que cada organización
tenga varios portavoces cualificados para atender esas peticiones, pero no sólo
cualificados desde el punto de vista técnico, sino cualificados desde el punto
de vista de la capacidad para comunicar, y para ello existen cursos de
portavoces e incluso responsables de comunicación en su propia empresa: para
formarlos en el difícil arte de “dar la cara” ante la opinión pública.
Inmediatez
Se diría que con lo apuntado en
al apartado anterior ya estaría todo hecho, pero no. Una cosa es “estar
disponible” y otra muy distinta estarlo cuando el peticionario lo necesita; y
esto, en el mundo de la comunicación tiene una palabra que gusta muy poco a los
directivos: inmediatez.
La mayoría de las ocasiones las
peticiones de información, de declaraciones, de entrevistas, de participación
en programas, foros, etc. es de ahora para ahora mismo; como mucho, para dentro
de un par de horas. No queda otro remedio; el mundo de la comunicación es así.
Lo que hoy es noticia... mañana es historia; y los medios de comunicación se
nutren de noticias, no son libros de historia. Así, pues, cuando llegue una
petición hay que derivarla de inmediato al portavoz correspondiente y este
deberá estar preparado para atenderla al momento o como mucho en la próxima
hora (simplemente el plazo de tiempo preciso para poder buscar algunos datos
relevantes y necesarios para atender la petición con la calidad necesaria).
Continuidad
Y para terminar me gustaría
hablar de la sexta palabra: continuidad. Reconozco que la mayoría de las
personas –afortunadamente- tiene grandes ideas, que muchas de ellas presentan
grandes proyectos, que algunas consiguen plasmarlos en brillantes
iniciativas... pero resulta que muy pocas personas son capaces de “mantener”
estas iniciativas, de darles la continuidad necesaria. En mi dilatada
trayectoria por el mundo empresarial, he asistido a múltiples presentaciones, a
espectaculares power points, a la puesta de largo de excelentes proyectos. Sin
embargo cuando al cabo de unos meses volvía a revisarlos ¿qué me encontraba?:
el letargo. Tras un brillante arranque (y una vez los autores se habían colgado
en su pechera las correspondientes medallas) los artífices de aquella flamante
idea se dedicaron a otras cosas y el proyecto se quedó sólo en una fachada, en
un arranque al que no se supo o no se pudo dar continuidad.
Cuando uno se plantea un
proyecto, hay que ser honestos y plantear igualmente qué es lo que se necesita
para mantenerlo, no sólo para ponerlo en marcha. Como esto no se hace y sólo se
habla de la parte bonita, resulta que luego no hay presupuesto o no hay
recursos humanos, o –simplemente- no estaba previsto que fuera tan complicado
su mantenimiento.
Por ello, el reto, el verdadero
reto en el campo de la comunicación, no es sólo presentar iniciativas y
ponerlas en marcha; el verdadero reto es darles continuidad. Porque resulta que
una brillante iniciativa que ha captado con agrado la atención de nuestro
público, se volverá en nuestra contra si ese mismo público, pasado un tiempo,
comprueba que se han frustrado sus expectativas y que todo aquello que
prometíamos ha quedado en nada, en algo paralizado, en algo que pudo ser y no
fue.
Fijaros en la importancia de
esto: el hecho de no plantear al inicio cuáles van a ser las necesidades reales
de recursos y presupuesto para que dicha idea o iniciativa se mantenga viva en
el tiempo, hace que esa iniciativa (con el esfuerzo y presupuesto de su
arranque incluido) se convierta en algo negativo que afecta directamente a
nuestra credibilidad, esto es, un torpedo en la línea de flotación de cualquier
empresa, de cualquier organización y de cualquier persona: la credibilidad.
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