Hoy
no he soñado contigo.
Perdóname,
pero no debió ser así.
Y
lo siento más que tú, pues ha sido una noche en la que mi espíritu ha muerto:
no estabas para hacerlo renacer.
Oscuridad,
silencio, vacío que ahogaba mis incipientes deseos. Dormido, todo estaba
dormido.
No
sé si lograrás comprenderme; siempre me fue difícil amoldarme a tu cuerpo aunque
tu espíritu latiese en mis entrañas.
Sí,
tal vez porque me has mantenido distante, te he deseado todos los días y te he
olvidado por las noches.
En
el fondo me alegro, has permanecido intacta a todos mis pensamientos.
No
han existido las obras, todo ha sido distancia.
¿Dónde
estabas cuando mi cuerpo te llamaba? No, será que mi cuerpo nunca te ha
buscado, sólo lo ha hecho mi alma.
Y
mi alma ha sido impotente al no tener hechos tangibles en que apoyarse.
No
te lo reprocho, al contrario, me alegro. Pero se va acercando el tiempo y mis
manos no te han visto renacer.
Atrás
queda un encuentro lejano, perdido en la nostalgia de un día triste.
¿Qué
hemos hecho en este tiempo?
Nada
sé; es la ausencia.
Necesito
protección, necesito amparo.
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