Una
historia de amor contada a través de las frases de sus protagonistas: Pilar o
el materialismo
Él (el soñador):
No temas adentrarte conmigo en la selva secreta de los sueños. Deja que la brisa del verano desordene tu cabello, libre, sin ataduras. Te llamo, pájaro azul, desde las ramas que susurran misterios, para que alces el vuelo a mi lado. Conozco la jaula que nubla tus ojos al horizonte infinito. Yo soy libre. ¿Por qué no vuelas conmigo? Estás atrapada entre el rumor frío de hierros y máquinas, ajena al canto del viento en las praderas. Escombros y sombras te rodean, un aliento de muerte acorta tus días. Vives atrapada en la luz fugaz del instante, sin alcanzar el infinito. Pájaro mío, ¿por qué tiemblas ante la idea de escapar? Yo soy libre, ¿lo ves? En mi alma danzan los colores del campo, el eco de su vida. Nunca he dudado de mi alegría. Pero tú tiemblas. La hora se acerca, y el aire junto a tu jaula me ahoga. Ven conmigo.
Ella (Pilar, la
pragmática):
Dices que vives libre porque vuelas donde te lleva el capricho, pero estás ciego, sin saberlo. ¿Acaso el pan de hoy te asegura el mañana? Me hablas de sueños que no alcanzo, de un cielo sin fin que no entiendo. Yo no vivo en nubes; mis pies pisan firme, tejiendo un presente que construye el futuro. ¿Cómo seguirte? Tus palabras de libertad son guirnaldas que se deshacen al alba. En tu vagar sin rumbo, confías en un porvenir que podría desvanecerse. Y aun así, vacilo. Quiero que veas el peso de tus sueños, que comprendas que no todos pueden volar. Pero te seguiré, aunque sea para mostrarte el error de vivir en un mundo que no existe.
Él (tras
mostrarle la libertad)…
Has visto cómo el día exhala sus últimos brillos, y un temblor te recorre al no sentir cerca las rejas que te protegían. Tus ojos, poco a poco, se llenan de soles lejanos. Tienes miedo de no reconocerte, de estar soñando mis plegarias. Pero sonríes al ver las riberas blancas que brillan bajo la luna, donde ayer solo había polvo. Frente a dos piedras —una redonda, abierta a la luz; otra oscura, informe— murmuras: “Esa soy yo ahora; aquella fui”. El viento de la noche nos envuelve, y acurrucada como en un nido de invierno, entiendes, por fin, el sentido de la risa y los sueños.
Ella (en su
duda):
Él pasará por mi puerta, con su ramo de flores en la mano, y no sabré qué decirle. ¿Cómo confesarle este miedo que me paraliza, este deseo de esperar, de entender? Su voz me llama otra vez, y no quiero hacerlo esperar. Pero no hoy. No quiero apagar la luz de su tarde. Otro día, quizá, encontraré las palabras. Otro día será.
Él (en su
desolación):
Soy feliz esta tarde, porque has respondido al canto de mis cerezos. En tus ojos, nidos de amor que presiento, guardaré recuerdos eternos. Pero, mujer, ¿por qué te detienes? Te he abierto las puertas de mi jardín, y sigues lejos, inmóvil, en silencio. ¿Qué sombra cruel te retiene? ¿Qué dudas te han quebrado? Eres un misterio que no descifro. Ya no caminas por mi senda como ayer. No tengo un muro donde apoyar mi hiedra, ni flores que mueran felices a tus pies. ¡Ay, mujer distante, ya no eres mía! Has elegido subir en ascensores, vagar entre edificios de acero, antes que reír en mis ventanas. No has entendido. ¿Qué razones te atan? Solo ves lo que tus ojos alcanzan, caminas donde tu mente te guía. ¿Dónde escondiste tu espíritu? ¿Por qué cerraste la jaula que yo abrí?
Él (en la
pérdida final):
Veo tus labios sonreír junto a otro, cruzando la alameda. Sentados en un banco solitario, susurran palabras que no alcanzo. Los domingos, al salir de la iglesia, nadie sigue tu sendero. ¿A dónde vas? Serás de otro. No puedo creerlo. Solo queda tu sombra errante sobre el asfalto negro, una silueta perdida en ascensores de hierro. El azul de tu vida se ha desvanecido. ¿Qué hiciste con el pájaro azul que liberé una mañana? Dime, ¿dónde lo encerraste?
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Tu último viaje”: https://amzn.eu/d/1zzOpM6
No temas adentrarte conmigo en la selva secreta de los sueños. Deja que la brisa del verano desordene tu cabello, libre, sin ataduras. Te llamo, pájaro azul, desde las ramas que susurran misterios, para que alces el vuelo a mi lado. Conozco la jaula que nubla tus ojos al horizonte infinito. Yo soy libre. ¿Por qué no vuelas conmigo? Estás atrapada entre el rumor frío de hierros y máquinas, ajena al canto del viento en las praderas. Escombros y sombras te rodean, un aliento de muerte acorta tus días. Vives atrapada en la luz fugaz del instante, sin alcanzar el infinito. Pájaro mío, ¿por qué tiemblas ante la idea de escapar? Yo soy libre, ¿lo ves? En mi alma danzan los colores del campo, el eco de su vida. Nunca he dudado de mi alegría. Pero tú tiemblas. La hora se acerca, y el aire junto a tu jaula me ahoga. Ven conmigo.
Dices que vives libre porque vuelas donde te lleva el capricho, pero estás ciego, sin saberlo. ¿Acaso el pan de hoy te asegura el mañana? Me hablas de sueños que no alcanzo, de un cielo sin fin que no entiendo. Yo no vivo en nubes; mis pies pisan firme, tejiendo un presente que construye el futuro. ¿Cómo seguirte? Tus palabras de libertad son guirnaldas que se deshacen al alba. En tu vagar sin rumbo, confías en un porvenir que podría desvanecerse. Y aun así, vacilo. Quiero que veas el peso de tus sueños, que comprendas que no todos pueden volar. Pero te seguiré, aunque sea para mostrarte el error de vivir en un mundo que no existe.
Has visto cómo el día exhala sus últimos brillos, y un temblor te recorre al no sentir cerca las rejas que te protegían. Tus ojos, poco a poco, se llenan de soles lejanos. Tienes miedo de no reconocerte, de estar soñando mis plegarias. Pero sonríes al ver las riberas blancas que brillan bajo la luna, donde ayer solo había polvo. Frente a dos piedras —una redonda, abierta a la luz; otra oscura, informe— murmuras: “Esa soy yo ahora; aquella fui”. El viento de la noche nos envuelve, y acurrucada como en un nido de invierno, entiendes, por fin, el sentido de la risa y los sueños.
Él pasará por mi puerta, con su ramo de flores en la mano, y no sabré qué decirle. ¿Cómo confesarle este miedo que me paraliza, este deseo de esperar, de entender? Su voz me llama otra vez, y no quiero hacerlo esperar. Pero no hoy. No quiero apagar la luz de su tarde. Otro día, quizá, encontraré las palabras. Otro día será.
Soy feliz esta tarde, porque has respondido al canto de mis cerezos. En tus ojos, nidos de amor que presiento, guardaré recuerdos eternos. Pero, mujer, ¿por qué te detienes? Te he abierto las puertas de mi jardín, y sigues lejos, inmóvil, en silencio. ¿Qué sombra cruel te retiene? ¿Qué dudas te han quebrado? Eres un misterio que no descifro. Ya no caminas por mi senda como ayer. No tengo un muro donde apoyar mi hiedra, ni flores que mueran felices a tus pies. ¡Ay, mujer distante, ya no eres mía! Has elegido subir en ascensores, vagar entre edificios de acero, antes que reír en mis ventanas. No has entendido. ¿Qué razones te atan? Solo ves lo que tus ojos alcanzan, caminas donde tu mente te guía. ¿Dónde escondiste tu espíritu? ¿Por qué cerraste la jaula que yo abrí?
Veo tus labios sonreír junto a otro, cruzando la alameda. Sentados en un banco solitario, susurran palabras que no alcanzo. Los domingos, al salir de la iglesia, nadie sigue tu sendero. ¿A dónde vas? Serás de otro. No puedo creerlo. Solo queda tu sombra errante sobre el asfalto negro, una silueta perdida en ascensores de hierro. El azul de tu vida se ha desvanecido. ¿Qué hiciste con el pájaro azul que liberé una mañana? Dime, ¿dónde lo encerraste?
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
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