lunes, 15 de diciembre de 2025

Sigue esperando… (15)

Rieron juntos, y por un instante, el bullicio de la discoteca se desvaneció, como si el mundo entero se hubiera reducido al pequeño espacio de ellos dos en aquella mesa.
- También me gusta la música clásica -añadió ella, con un tono casi confesional-. Menos mal, porque mis padres siempre me llevan a conciertos. ¡Imagínate si no me gustara! 
Juan arqueó una ceja, intrigado.
- Pero si estás tan “atada” a ellos, ¿qué haces aquí?
- Vine con una amiga que no paraba de insistir hasta que me convenció, quizás le dije que sí para darle gusto una vez y que ya me dejara en paz con su obsesión por venir a estos sitios que no van conmigo para nada. ¿Y tú?
- Lo mismo, tampoco me han gustado nunca estos sitios, pero mis amigos me arrastraron. Pero este lugar, fíjate… -Hizo un gesto hacia la pista, en donde podía verse una marabunta de cuerpos moviéndose como marionetas bajo las luces- Mucho ruido, poca luz, y demasiada superficialidad. 
 
Ella siguió su mirada, y sus labios se curvaron en una sonrisa cómplice.
- Cuerpos vacíos, ¿verdad?  -dictaminó ella.
- Exacto –reafirmó Juan, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, alguien entendía lo que llevaba meses intentando expresar.
- Ojalá nunca seamos así, como ellos, como cuerpos vacíos... ¿A ti te gusta bailar? -preguntó de repente ella, con un tono juguetón que tomó a Juan por sorpresa.
- No, lo encuentro absurdo. Pero a veces hay que hacer cosas absurdas, ¿verdad?
Y, sorpresivamente, como impulsados por un mágico resorte, ambos se levantaron y se dirigieron a la pista a bailar una de esas piezas lentas que de vez en cuando ponían en las discotecas para dar un pequeño descanso a los frenéticos espasmos del rock and roll.
 
La música de “Noches de blanco satén”, de los Moddy Blues, los envolvió y poco a poco fueron estrechando sus cuerpos y sus almas. Él dijo que se llamaba Juan y ella que se llamaba Clara, pero ninguno dio más detalles que permitiesen identificarlos porque lo que cada uno buscaba era el interior del otro, no su envoltura ni sus circunstancias.   
 

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domingo, 14 de diciembre de 2025

Sigue esperando… (14)

Ella alzó los ojos, sorprendida, y Juan sintió una vibración especial que recorrió todo su cuerpo. Sus ojos, de un castaño cálido, tenían una profundidad que parecía invitar a perderse en ellos.
- “Noches de Sing-Sing”, de Harry Stephen Skiller -respondió, con una voz suave pero firme, como si no tuviera nada que demostrar. 
Juan sonrió, genuinamente intrigado.
- No lo conozco, y eso que leo mucho. ¿Me dejas anotar el autor? -Sacó una pequeña libreta y un bolígrafo del bolsillo de su chaqueta. Ella sostuvo el libro abierto para él, con un gesto natural que desarmó la timidez de Juan. 
- Claro -dijo, con una sonrisa que era más una invitación que una cortesía. 
- Harry... Stephen... Skiller -murmuró Juan mientras escribía, con una caligrafía apresurada pero legible-. Listo. Yo también soy escritor, aunque no de best sellers, por supuesto. ¿Tanto te gusta leer que vienes a un sitio como este? 
Ella rio suavemente, una risa cálida y cristalina que se alzó por encima del murmullo de la discoteca como un acorde perfecto.
- Cualquier lugar es bueno para leer un libro… si es un buen libro, claro. Pero en este caso prefiero leer a estar aquí, esa es la verdad. 
- ¿Qué lees normalmente? -preguntó Juan, sentándose frente a ella sin pedir permiso, como si supiera que no necesitaba hacerlo.
- De todo, pero me pierden los franceses: Camus, Sartre, Colette. ¿Y tú? 
- Poesía y prosa poética, ya sean libros de poemas, novelas o teatro. No sé, por ejemplo Tagore, Casona… -Hizo una pausa, como si evaluara si valía la pena sincerarse-. Estoy escribiendo unas novelas para una editorial, pero no las típicas que todos compran y nadie lee. En las mías, el argumento es secundario; lo importante es el alma de los personajes, sus reflexiones. 
Ella lo miró con un brillo de interés genuino.
- Eso es lo que realmente importa. ¿Has leído “La dueña de las nubes”?
- No. ¿Y tú “Amanecer de otro día”? 
- No -respondió ella, con una sonrisa que se ensanchó- ¿Y “El príncipe de Hamburgo”?
- Tampoco.
 

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sábado, 13 de diciembre de 2025

Sigue esperando… (13)

De repente, Juan, que miraba a su alrededor sin fijarse realmente en nada, detuvo su mirada. Una figura destacaba como una nota discordante en la sinfonía estridente de la discoteca. Era una joven, sentada sola en una mesa apartada, bajo la luz suave de una lámpara de pared. En sus manos sostenía un libro, y leía con una concentración que parecía desafiar el caos a su alrededor. Su cabello, largo y oscuro, caía sobre sus hombros, y vestía un sencillo vestido azul que contrastaba con los atuendos ostentosos de las demás chicas. Había algo en su postura, en la forma en que sus dedos pasaban las páginas, que hablaba de una calma profunda, casi subversiva en un lugar como aquél.
 
Juan la estaba observando fascinado cuando, de repente, vio cómo Néstor se acercaba a ella, con su sonrisa de galán y le decía algo que no llegó a escuchar. La joven levantó la vista, le respondió algo breve, y Néstor se retiró, encogiéndose de hombros con una mezcla de diversión y derrota. Minutos después, Rafael intentó probar suerte, pero también regresó con las manos vacías, riendo como si el rechazo fuera parte del juego.  “¡Increíble!”, pensó Juan, con una chispa de curiosidad encendida en su pecho. “Los dos grandes seductores, rechazados. Esa chica no es como las demás”.
 
Y sin saber muy bien a qué obedecía aquél impulso repentino que sentía, se levantó como si estuviese diciéndose “Es mi turno”. Sintió cómo su corazón se aceleraba, con una extraña mezcla de nerviosismo y determinación. Cruzó la pista, sorteando cuerpos que se movían al compás de la música, hasta llegar a la mesa de la joven. Ella no se había dado cuenta de nada, tan entusiasmada como estaba con la lectura de aquél libro en medio del caos de la discoteca. Fue la voz de Juan la que la sacó de su ensimismamiento…
- ¿Qué lees?  -le preguntó.
 

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viernes, 12 de diciembre de 2025

Sigue esperando… (12)

El regreso de Néstor y Rafael lo sacó de su ensimismamiento. Llegaron riendo, con nuevas bebidas en la mano y el rostro iluminado por la euforia de la “cacería”.
- ¡Eh, escritor, despierta! -dijo Néstor, dando un golpe juguetón en el hombro de Juan.
- ¿Qué pasa? -preguntó Juan, con un dejo de fastidio. 
Rafael se dejó caer en la silla, con una sonrisa que parecía demasiado grande para su rostro.
- ¡No veas cómo están esas chicas! 
Néstor guiñó un ojo, con aire conspirador.
- Suave, suave... 
- Ya me lo imagino -respondió Juan, con desdén, mirando hacia otro lado. 
Rafael no se dio por vencido.
- Venga, Juan, únete a nuestro “safari”. Hay una “tigresa” que... 
- Hoy no —cortó Juan, con un tono seco que sorprendió a sus amigos- Prefiero quedarme aquí. 
Néstor repitió su tic habitual, encogiéndose de hombros, como si la negativa de Juan fuera un capricho sin importancia.
- Allá tú. –le respondió.
- ¿Vamos? -dijo Rafael, ya de pie, con la energía de quien sabe que la noche aún tiene mucho que ofrecer.
- ¡Adelante! -respondió Néstor, y ambos se alejaron de nuevo, entre risas cómplices, perdiéndose en el caos de la pista. 
 
Juan volvió a hundirse en sus pensamientos, con la mirada vagando por la sala. “Míralos, tan contentos, así, sin más”, pensó. “Y sin embargo cuando están solos y te fijas en ellos, y los ves enmudecidos, con la mirada baja y una copa en la mano, parecen seres tristes, parece incluso como si fueran capaces de pensar”.
 

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jueves, 11 de diciembre de 2025

Sigue esperando… (11)

Rafael, siguiendo la mirada de un grupo de mujeres que acababan de entrar, se inclinó hacia Néstor con un brillo travieso en los ojos.
- ¡Guau! ¡Mira qué bellezas acaban de llegar! ¿Vamos? 
Néstor guiñó un ojo, como si el mundo entero estuviera conspirando a su favor.
- ¡Eres un lince, Rafael! -Se volvió hacia Juan, con una sonrisa que destilaba complicidad-. ¿Vienes? 
Juan negó con la cabeza, su mirada perdida en el borde de su vaso.
- No, gracias. 
Néstor se encogió de hombros, imperturbable.
- Tú te lo pierdes. –y dirigiéndose a Rafael le gritó- ¡Al ataque! 
 
Los dos jóvenes se levantaron y se perdieron entre la multitud y sus risas se entremezclaron con la música y el griterío ensordecedor de todos cuantos se apretujaban en la pista de baile y sus aledaños.
 
Juan se quedó solo, y al cabo de unos minutos le pareció que el bullicio de la discoteca se desvanecía y sólo quedaba latente como un tenue murmullo muy lejano. Las luces centelleantes parecieron ralentizarse, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para dejarlo a solas con sus pensamientos. 
“¿Esto es todo?”, pensó, con la mirada fija en la pista de baile. “Ríen, hablan, coquetean. Si no oyera sus palabras, creería que son felices. Pero su felicidad es efímera, un flirteo superficial”. Se reclinó en la silla, sintiendo el peso de la noche sobre sus hombros. “Quizás tengan razón. El mundo agota, y ellos lo combaten con sus propias armas: superficialidad contra superficialidad. Viven el instante, sin pasado ni futuro. ¿De qué sirve ser profundo en un mundo que premia lo banal?”. Sus dedos tamborilearon sobre la mesa, un gesto nervioso que reflejaba su inquietud interior. “Podría escribir novelas vacías, como las que compran por esnobismo, y tendría éxito. Pero ¿y después? Un cuerpo puede darme una noche de placer, pero mi alma... mi alma necesita más. Busco el amor, no una conquista..”
 

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