Rieron
juntos, y por un instante, el bullicio de la discoteca se desvaneció, como si
el mundo entero se hubiera reducido al pequeño espacio de ellos dos en aquella
mesa.
- También me
gusta la música clásica -añadió ella, con un tono casi confesional-. Menos mal,
porque mis padres siempre me llevan a conciertos. ¡Imagínate si no me
gustara!
Juan arqueó
una ceja, intrigado.
- Pero si estás
tan “atada” a ellos, ¿qué haces aquí?
- Vine con
una amiga que no paraba de insistir hasta que me convenció, quizás le dije que
sí para darle gusto una vez y que ya me dejara en paz con su obsesión por venir
a estos sitios que no van conmigo para nada. ¿Y tú?
- Lo mismo, tampoco
me han gustado nunca estos sitios, pero mis amigos me arrastraron. Pero este
lugar, fíjate… -Hizo un gesto hacia la pista, en donde podía verse una
marabunta de cuerpos moviéndose como marionetas bajo las luces- Mucho ruido, poca
luz, y demasiada superficialidad.
Ella siguió
su mirada, y sus labios se curvaron en una sonrisa cómplice.
- Cuerpos
vacíos, ¿verdad? -dictaminó ella.
- Exacto –reafirmó
Juan, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, alguien entendía lo que
llevaba meses intentando expresar.
- Ojalá
nunca seamos así, como ellos, como cuerpos vacíos... ¿A ti te gusta bailar? -preguntó
de repente ella, con un tono juguetón que tomó a Juan por sorpresa.
- No, lo
encuentro absurdo. Pero a veces hay que hacer cosas absurdas, ¿verdad?
Y, sorpresivamente,
como impulsados por un mágico resorte, ambos se levantaron y se dirigieron a la
pista a bailar una de esas piezas lentas que de vez en cuando ponían en las
discotecas para dar un pequeño descanso a los frenéticos espasmos del rock and
roll.
La música de
“Noches de blanco satén”, de los Moddy Blues, los envolvió y poco a poco fueron
estrechando sus cuerpos y sus almas. Él dijo que se llamaba Juan y ella que se
llamaba Clara, pero ninguno dio más detalles que permitiesen identificarlos
porque lo que cada uno buscaba era el interior del otro, no su envoltura ni sus
circunstancias.
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Ella alzó
los ojos, sorprendida, y Juan sintió una vibración especial que recorrió todo
su cuerpo. Sus ojos, de un castaño cálido, tenían una profundidad que parecía
invitar a perderse en ellos.
- “Noches de
Sing-Sing”, de Harry Stephen Skiller -respondió, con una voz suave pero firme,
como si no tuviera nada que demostrar.
Juan sonrió,
genuinamente intrigado.
- No lo
conozco, y eso que leo mucho. ¿Me dejas anotar el autor? -Sacó una pequeña
libreta y un bolígrafo del bolsillo de su chaqueta. Ella sostuvo el libro
abierto para él, con un gesto natural que desarmó la timidez de Juan.
- Claro -dijo,
con una sonrisa que era más una invitación que una cortesía.
- Harry...
Stephen... Skiller -murmuró Juan mientras escribía, con una caligrafía
apresurada pero legible-. Listo. Yo también soy escritor, aunque no de best sellers,
por supuesto. ¿Tanto te gusta leer que vienes a un sitio como este?
Ella rio
suavemente, una risa cálida y cristalina que se alzó por encima del murmullo de
la discoteca como un acorde perfecto.
- Cualquier
lugar es bueno para leer un libro… si es un buen libro, claro. Pero en este
caso prefiero leer a estar aquí, esa es la verdad.
- ¿Qué lees
normalmente? -preguntó Juan, sentándose frente a ella sin pedir permiso, como
si supiera que no necesitaba hacerlo.
- De todo,
pero me pierden los franceses: Camus, Sartre, Colette. ¿Y tú?
- Poesía y
prosa poética, ya sean libros de poemas, novelas o teatro. No sé, por ejemplo
Tagore, Casona… -Hizo una pausa, como si evaluara si valía la pena sincerarse-.
Estoy escribiendo unas novelas para una editorial, pero no las típicas que
todos compran y nadie lee. En las mías, el argumento es secundario; lo
importante es el alma de los personajes, sus reflexiones.
Ella lo miró
con un brillo de interés genuino.
- Eso es lo
que realmente importa. ¿Has leído “La dueña de las nubes”?
- No. ¿Y tú “Amanecer
de otro día”?
- No -respondió
ella, con una sonrisa que se ensanchó- ¿Y “El príncipe de Hamburgo”?
- Tampoco.
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De repente,
Juan, que miraba a su alrededor sin fijarse realmente en nada, detuvo su
mirada. Una figura destacaba como una nota discordante en la sinfonía
estridente de la discoteca. Era una joven, sentada sola en una mesa apartada,
bajo la luz suave de una lámpara de pared. En sus manos sostenía un libro, y
leía con una concentración que parecía desafiar el caos a su alrededor. Su
cabello, largo y oscuro, caía sobre sus hombros, y vestía un sencillo vestido
azul que contrastaba con los atuendos ostentosos de las demás chicas. Había
algo en su postura, en la forma en que sus dedos pasaban las páginas, que
hablaba de una calma profunda, casi subversiva en un lugar como aquél.
Juan la estaba
observando fascinado cuando, de repente, vio cómo Néstor se acercaba a ella,
con su sonrisa de galán y le decía algo que no llegó a escuchar. La joven
levantó la vista, le respondió algo breve, y Néstor se retiró, encogiéndose de
hombros con una mezcla de diversión y derrota. Minutos después, Rafael intentó
probar suerte, pero también regresó con las manos vacías, riendo como si el
rechazo fuera parte del juego. “¡Increíble!”,
pensó Juan, con una chispa de curiosidad encendida en su pecho. “Los dos
grandes seductores, rechazados. Esa chica no es como las demás”.
Y sin saber
muy bien a qué obedecía aquél impulso repentino que sentía, se levantó como si
estuviese diciéndose “Es mi turno”. Sintió cómo su corazón se aceleraba, con
una extraña mezcla de nerviosismo y determinación. Cruzó la pista, sorteando
cuerpos que se movían al compás de la música, hasta llegar a la mesa de la
joven. Ella no se había dado cuenta de nada, tan entusiasmada como estaba con
la lectura de aquél libro en medio del caos de la discoteca. Fue la voz de Juan
la que la sacó de su ensimismamiento…
- ¿Qué
lees? -le preguntó.
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El regreso
de Néstor y Rafael lo sacó de su ensimismamiento. Llegaron riendo, con nuevas
bebidas en la mano y el rostro iluminado por la euforia de la “cacería”.
- ¡Eh,
escritor, despierta! -dijo Néstor, dando un golpe juguetón en el hombro de
Juan.
- ¿Qué pasa?
-preguntó Juan, con un dejo de fastidio.
Rafael se
dejó caer en la silla, con una sonrisa que parecía demasiado grande para su
rostro.
- ¡No veas
cómo están esas chicas!
Néstor guiñó
un ojo, con aire conspirador.
- Suave,
suave...
- Ya me lo
imagino -respondió Juan, con desdén, mirando hacia otro lado.
Rafael no se
dio por vencido.
- Venga, Juan,
únete a nuestro “safari”. Hay una “tigresa” que...
- Hoy no
—cortó Juan, con un tono seco que sorprendió a sus amigos- Prefiero quedarme
aquí.
Néstor repitió
su tic habitual, encogiéndose de hombros, como si la negativa de Juan fuera un
capricho sin importancia.
- Allá tú. –le
respondió.
- ¿Vamos? -dijo
Rafael, ya de pie, con la energía de quien sabe que la noche aún tiene mucho
que ofrecer.
- ¡Adelante!
-respondió Néstor, y ambos se alejaron de nuevo, entre risas cómplices, perdiéndose
en el caos de la pista.
Juan volvió
a hundirse en sus pensamientos, con la mirada vagando por la sala. “Míralos,
tan contentos, así, sin más”, pensó. “Y sin embargo cuando están solos y te
fijas en ellos, y los ves enmudecidos, con la mirada baja y una copa en la
mano, parecen seres tristes, parece incluso como si fueran capaces de pensar”.
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Rafael,
siguiendo la mirada de un grupo de mujeres que acababan de entrar, se inclinó
hacia Néstor con un brillo travieso en los ojos.
- ¡Guau!
¡Mira qué bellezas acaban de llegar! ¿Vamos?
Néstor guiñó
un ojo, como si el mundo entero estuviera conspirando a su favor.
- ¡Eres un
lince, Rafael! -Se volvió hacia Juan, con una sonrisa que destilaba complicidad-.
¿Vienes?
Juan negó
con la cabeza, su mirada perdida en el borde de su vaso.
- No,
gracias.
Néstor se
encogió de hombros, imperturbable.
- Tú te lo
pierdes. –y dirigiéndose a Rafael le gritó- ¡Al ataque!
Los dos
jóvenes se levantaron y se perdieron entre la multitud y sus risas se
entremezclaron con la música y el griterío ensordecedor de todos cuantos se
apretujaban en la pista de baile y sus aledaños.
Juan se
quedó solo, y al cabo de unos minutos le pareció que el bullicio de la discoteca
se desvanecía y sólo quedaba latente como un tenue murmullo muy lejano. Las
luces centelleantes parecieron ralentizarse, como si el tiempo mismo se hubiera
detenido para dejarlo a solas con sus pensamientos.
“¿Esto es
todo?”, pensó, con la mirada fija en la pista de baile. “Ríen, hablan,
coquetean. Si no oyera sus palabras, creería que son felices. Pero su felicidad
es efímera, un flirteo superficial”. Se reclinó en la silla, sintiendo el peso
de la noche sobre sus hombros. “Quizás tengan razón. El mundo agota, y ellos lo
combaten con sus propias armas: superficialidad contra superficialidad. Viven
el instante, sin pasado ni futuro. ¿De qué sirve ser profundo en un mundo que
premia lo banal?”. Sus dedos tamborilearon sobre la mesa, un gesto nervioso que
reflejaba su inquietud interior. “Podría escribir novelas vacías, como las que
compran por esnobismo, y tendría éxito. Pero ¿y después? Un cuerpo puede darme
una noche de placer, pero mi alma... mi alma necesita más. Busco el amor, no
una conquista..”
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El aire en
la discoteca estaba cargado de humo, un velo denso que se arremolinaba bajo las
luces estroboscópicas, pintando destellos de neón sobre los rostros sudorosos
de la multitud. La Gran Vía de Madrid vibraba con una energía febril y una
larga fila de jóvenes esperaba su turno para entrar en la discoteca El Paraíso,
un templo del hedonismo, un lugar donde los jóvenes escapaban del gris
cotidiano para sumergirse en un torbellino de música, risas y coqueteos
efímeros. La pista de baile palpitaba al ritmo de los Shocking Blue con su
melodía pegajosa que hacía ondear los cuerpos como si fueran banderas en una
tormenta. Jóvenes con pantalones de campana y camisas de colores chillones se
mezclaban con chicas de vestidos ajustados y zapatos de plataforma, todos
moviéndose bajo un cielo artificial de luces que parpadeaban como estrellas
fugaces.
Juan estaba
sentado en una mesa abarrotada de vasos vacíos, con el respaldo de la silla
hundiéndose en su espalda como un reproche. A su lado, Néstor y Rafael reían
con una despreocupación que a Juan le parecía tan ajena como el brillo de las
lentejuelas que adornaban la pista. Néstor, con su cabello engominado y una
camisa verde esmeralda desabotonada hasta el pecho, fanfarroneaba con una voz
que competía con la música.
- Este
verano conocí a una alemana en Torremolinos. ¡Estaba forrada! -dijo, alzando su
vaso de cubalibre con un gesto teatral-. Alquiló un yate para fiestas todas las
noches. ¡Menudo verano!
Rafael, con
una sonrisa pícara y un cigarrillo Mencey colgando de los labios, asintió con
entusiasmo. Su chaqueta de pana marrón estaba ligeramente arrugada, pero había
en él un aire de confianza, como si supiera que el mundo siempre le sonreiría.
- No está
mal, Néstor. Pero yo no me quejo. Estoy con una actriz que empieza en el
teatro. ¡Y qué mujer!
Néstor soltó
una carcajada, dando una palmada en la mesa que hizo temblar los vasos.
- ¡Eso sí
que es un buen plan! ¡Mira qué calladito te lo tenías, eh, bribón! Ya sabes
cómo son las del teatro...
Juan apenas
escuchaba. Sus ojos vagaban por la sala, atrapando fragmentos de la escena: Una
pareja que se besaba con urgencia en un rincón, un grupo de chicas riendo
mientras sus pendientes dorados destellaban, el camarero sorteando la multitud
con una bandeja llena de copas. Todo le parecía un espectáculo vacío, una
coreografía de cuerpos sin alma. Tomó un sorbo de su bebida preferida, un vodka
con limón, y se preguntó cómo había terminado allí, en un lugar que lo hacía
sentir como un extranjero en su propia ciudad.
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El aire en
la habitación pareció cambiar. La luz de la lámpara se volvió más tenue, como
si el mundo entero se hubiera detenido para escuchar. Afuera, el rumor de Madrid
-los cláxones, las risas lejanas, el eco de una canción de Nino Bravo que
alguien ponía a todo volumen en un balcón cercano- se desvaneció. Juan se quedó
mirando el suelo, perdido en un recuerdo que parecía quemarle por dentro.
Juan no llegó
a terminar su frase, pero el silencio fue más elocuente que cualquier palabra.
Había algo en su tono, en la forma en que sus manos temblaban ligeramente al
sostener el vaso de vino, que hablaba de una transformación profunda, de un
encuentro con algo -o alguien- que lo había cambiado para siempre. Carlos, con
su vida ordenada y su pragmatismo, no podía entenderlo aún, pero sintió un
escalofrío, como si intuyera que su amigo estaba al borde de un abismo que no
podía nombrar.
El
apartamento, con su desorden y su calidez, era más que un refugio para Juan.
Era un campo de batalla donde luchaba contra sí mismo, contra las expectativas
del mundo y contra esa “noche” que lo había engullido y escupido de vuelta, que
lo había cambiado. Aquél Madrid de 1975, con sus cafés llenos de humo, sus
cines abarrotados y sus calles donde la libertad empezaba a susurrarse en voz
baja, era el telón de fondo de una historia que apenas comenzaba a desplegarse.
Pero la
noche, con su carga mágica, y la sincera amistad que Juan y Carlos se profesaban
desde hacía muchos años, hizo que por fin Juan comenzase a relatarle todo lo
sucedido…
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Carlos se
inclinó hacia adelante, con una intensidad que hizo que Juan se removiera en el
sillón.
-¿Cuándo fue
la última vez que saliste? Y no me digas que al bar de la esquina a por un
bocadillo.
- Hace unas
horas... -respondió Juan, evasivo, mirando hacia la ventana donde las luces de
Madrid
parpadeaban en la distancia.
- ¡No te
vayas por las ramas! -Carlos alzó la voz, exasperado, pero había una genuina
preocupación en sus ojos-. Mira, Juan, te lo digo porque te aprecio. Mi vida es
normal: me levanto a las ocho, desayuno con mi mujer y los niños, voy a la
oficina hasta las dos, como en casa, vuelvo al trabajo hasta las cinco y media.
Luego, cine, paseos, o lo que surja. Los fines de semana nos escapamos de
Madrid, a Segovia o Toledo, para cambiar de aires. ¿Y tú?
Juan se
encogió de hombros, como si la pregunta fuera una carga que no quería sostener.
- ¿Qué
quieres que haga?
Carlos se
inclinó aún más, con una pasión que llenó la habitación.
- ¡Por Dios,
Juan! ¡Estoy harto de verte encerrado entre estas cuatro paredes! Estás
pudriendo los mejores años de tu vida. ¡Sal, diviértete, conoce gente!
Juan guardó
silencio, y por un instante, el aire entre ellos se volvió denso, cargado de
algo no dicho. Finalmente, levantó la mirada, y sus ojos tenían una sombra que
Carlos no había visto antes.
- No lo
sabes, ¿verdad?
Carlos
frunció el ceño.
- ¿El qué?
- Hace tres
meses que no nos vemos. Han pasado cosas.
- ¿Qué
cosas? -preguntó Carlos, con una mezcla de curiosidad y cautela-. En tus cartas
todo parecía igual de aburrido… -Carlos titubeó, lamentando haber pronunciado
la palabra “aburrido” porque no quería herir sus sentimientos.
Juan no se
inmutó por ello y, con la mirada baja, como si las palabras fueran un peso que
no estaba seguro de querer soltar, se dispuso a revelarle un secreto.
- He
descubierto “la noche”. –le susurró Juan
con una mezcla de tristeza y desencanto.
Carlos parpadeó,
sorprendido.
- ¿La noche?
¿Tú, de juerga? ¿Bailando en discotecas con luces de neón y música de Los
Brincos?
Juan
asintió, con una expresión que oscilaba entre la nostalgia y el cansancio.
- Un mes
entero saliendo todas las noches. Gasté mis ahorros, mis energías... casi
pierdo mis sentimientos. Pero un día...
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Carlos sacó
el paquete de Ducados y lo agitó frente a Juan.
- ¿Un
pitillo?
- No,
gracias. Lo he dejado -respondió Juan, con una firmeza que sorprendió a
ambos.
Carlos
arqueó una ceja, incrédulo.
- ¿Tú? ¿Sin
tus cigarrillos? No me lo creo.
Juan señaló
un montón de papeles en el escritorio, donde un manuscrito sobresalía entre el
caos.
- Me he
identificado demasiado con el protagonista de mi nueva novela. Ahí tienes a mi
pobre Juan… hasta le he puesto mi mismo nombre al protagonista.
Carlos se levantó,
curioso, y tomó el manuscrito. Hojeó las páginas, con el ceño fruncido.
- ¿Este?
¿Qué le pasa a este Juan?
Juan soltó
una risa amarga, teñida de ironía.
- Te vas a
reír. Decidió dejar de fumar porque se asfixiaba en cuanto corría un poco,
parecía como si sus pulmones hubiesen perdido elasticidad y ya no fueran
capaces de insuflarle todo el oxígeno necesario, pero sus amigos lo
convencieron para que probara una nueva marca. Dijo: “mi último cigarrillo”.
Pero cada día tenía un “último cigarrillo” en sus labios. Ahora, en la segunda
parte, está enfermo de cáncer de pulmón, arrepintiéndose de no haber tenido
fuerza de voluntad. Por eso, si ahora acepto tu cigarrillo me sentiré como
él.
Carlos soltó
una carcajada, dejando el manuscrito sobre el escritorio.
- Eres
imposible. Siempre viviendo en tus historias con tanta intensidad que a veces
me pregunto si no son tan reales esas historias como tu propia vida, porque
parece que las dos, tus historias y tu vida son tan reales la una como la otra.
-Hizo una pausa, y su expresión se volvió más seria- Oye, ¿cuántos años tienes?
- Veinticinco.
¿A qué viene eso?
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Se acomodaron
en los sillones, que crujieron bajo su peso. Carlos descorchó la botella de
vino con un movimiento experto y sirvió dos vasos, el líquido rojo brillando
bajo la luz cálida de la lámpara.
- ¿Y qué hay
de ese libro que ibas a publicar? -preguntó, pasándole un vaso a Juan- Me
dijiste que era tu gran momento.
Juan tomó el
vaso, pero no bebió. Sus dedos juguetearon con el borde, como si buscara una
excusa para no responder. Finalmente, suspiró, un sonido pesado que parecía
llevar el peso de meses de frustración.
- Cosas de
la vida. La editorial dice que es bueno, que tiene potencial... pero quieren
más. Tres o cuatro novelas de la misma calidad para “respaldar” la inversión.
¡Dinero, siempre dinero!
Carlos
frunció el ceño, dejando el vaso sobre una mesita abarrotada de revistas.
- ¡Qué
descaro! ¿Y tú qué les dijiste?
- Accedí -admitió
Juan, con la mirada baja, como si confesara un pecado.
- ¿Qué? ¿Te
has vendido? -Carlos se inclinó hacia adelante, con una mezcla de incredulidad
y reproche-. ¿Dejas que te expriman así? Si no confían en tu talento, que
busquen a otro.
Juan alzó la
vista, con un destello de desafío en los ojos.
- ¿Y qué
quieres que haga, Carlos? Necesito comer, pagar el alquiler. Ya he pasado
demasiados apuros para seguir jugando al idealista puro.
Carlos
suavizó el tono, como si temiera haber apretado una herida abierta.
- Bueno,
quizás tengas razón. La vida... la existencia, como tú dices, no es fácil. -Hizo
una pausa, estudiando el rostro de su amigo-. Pero confío en que ese idealista
que conozco sigua ahí dentro, aunque lo disfraces.
Juan esbozó
una sonrisa melancólica, apenas un movimiento de labios que no alcanzó a
iluminar su rostro.
- Eso
espero. Pero a veces temo enterrarlo tanto que no lo encuentre nunca más.
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Un golpe en
la puerta rompió el silencio, tan brusco que Juan dio un respingo, como si lo
hubieran sorprendido en un delito.
- ¿Quién es?
-preguntó, con la voz áspera por el desuso.
- ¡Soy yo,
Carlos! ¿Vas a abrir o sigo tocando la serenata?
La voz al
otro lado era cálida, con un toque de sorna que solo un viejo amigo podía
permitirse. Juan se levantó, apartando
una pila de papeles que amenazaba con desplomarse, y abrió la puerta. Carlos
entró como una ráfaga de aire fresco, trayendo consigo el olor a colonia barata
y el bullicio de la calle. Llevaba un traje gris de corte recto, típico de un
oficinista de clase media en aquél Madrid de los setenta, con una camisa blanca
impecable y una corbata de rayas que parecía gritar estabilidad. En la mano
derecha sostenía una botella de vino tinto, con la etiqueta medio despegada, y
en la izquierda, un paquete de cigarrillos Ducados que asomaba del bolsillo de
su chaqueta.
- ¡Hombre,
qué sorpresa! No esperaba verte hoy -dijo Juan, forzando una sonrisa que no
llegó a sus ojos. Carlos lo miró de
arriba abajo, arqueando una ceja.
- ¿Qué tal,
soñador? Siempre encerrado con tus palabras.
Carlos recorrió
la habitación con la mirada, deteniéndose en el desorden de libros y papeles.
- Este lugar
parece una biblioteca en ruinas. ¿No te cansas de vivir entre papeles?
Juan se
encogió de hombros y señaló dos sillones gastados, tapizados en un terciopelo
verde que había visto mejores días.
- Es mi
refugio. Siéntate, hombre.
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corazón
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El aire en
el apartamento de Juan olía a papel viejo y a café recalentado, con un leve
rastro de cera quemada de las velas que usaba cuando la lámpara de pie, con su
pantalla torcida, no bastaba para iluminar sus noches de escritura. Era 1975, y
Madrid vibraba fuera de aquellas paredes con un pulso inquieto, atrapada entre
la rigidez política de aquellos años y la promesa de algo nuevo, indefinido,
que flotaba en las conversaciones susurradas en los bares y en las canciones de
la radio. Pero dentro de aquel apartamento en la calle Argumosa, en el corazón
del barrio de Lavapiés, el mundo parecía detenerse.
Las
estanterías, abarrotadas de libros con lomos desgastados -desde Lorca hasta Camus-,
se alzaban como murallas alrededor de un escritorio donde una vieja máquina de
escribir Olivetti Lettera 22 reinaba entre montones de papeles arrugados y
tazas manchadas de café.
Juan, de
veinticinco años, estaba encorvado sobre el escritorio, con los dedos
suspendidos sobre las teclas, como si dudara de cada palabra antes de dejarla
caer sobre el papel. Su cabello, castaño y desordenado, le caía sobre la
frente, y sus ojos, de un verde apagado, reflejaban una mezcla de cansancio y
anhelo. Vestía una camisa de franela a medio abotonar, con las mangas
remangadas, como si estuviera en una batalla constante contra el calor de su
propia mente. Era un hombre fuera de lugar, un novelista atrapado en un mundo
que exigía más de lo que él estaba dispuesto a dar. Quería escribir historias
que rasgaran el alma, pero las expectativas -las de los editores, las de la
sociedad, las de sí mismo- lo tenían acorralado.
Novelas con
corazón
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El periodista y escritor Vicente Fisac ha escrito a lo
largo de su vida muchos libros (más de cuarenta, disponibles todos ellos en
Amazon, tanto en edición digital como en edición impresa) y de ellos, algunas
novelas y relatos cortos. Ahora, toda esa producción narrativa se ha reunido en
tres tomos, “Novelas escogidas”, “Novelas con corazón” y “Novelas con aire
nórdico”. Un total de once novelas que te permitirán conocer el universo de
este original autor y te brindarán unas horas de lectura entretenida llena de
sorpresas.
NOVELAS CON AIRE NÓRDICO
En “La joven rubia de Glommen”, seguiremos paso a paso la
vida y las emociones de Erika Nissen (1845-1903), pianista y auténtica
superestrella del siglo XIX. Su carácter firme e independiente, en una sociedad
donde la mujer estaba supeditada al hombre, su compromiso social especialmente
con las clases más desfavorecidas, y su defensa de los derechos de las mujeres,
chocó con la sociedad de su tiempo… y sin embargo, cuando la escuchaban tocar
esa música que llegaba al corazón, le perdonaron todo.
En “Huyendo hacia el silencio” nos trasladamos a la época
actual en España. Allí, un experto publicitario ya jubilado nos cuenta la
historia de un joven cantante al que la fama ha sobrepasado y busca un poco de
paz y anonimato en su vida. Un encuentro casual dará un giro completo a la vida
de estos dos personajes y se sucederán toda una serie de persecuciones,
intrigas e incluso actos heroicos que nos revelarán una personalidad a contracorriente,
la de un joven que lejos de seguir las modas y las normas él sigue las suyas,
pero sin imponerlas a nadie, simplemente predicando con el ejemplo.
NOVELAS CON CORAZÓN
En “Caminos de fuego” nos adentramos en una novela actual
de amor y de aventuras en el corazón de África. Pero esta historia de amor se
verá amenazada no sólo por el fuego de un volcán y los peligros dela selva,
sino también por el asedio de los medios de comunicación que, cuando ven una
presa capaz de llenar portadas, se vuelven implacables. Sin embargo, esta
novela nos enseñará también que cuando el amor es fuerte y verdadero, se puede
combatir ese asedio con inteligencia y transformar los inconvenientes en
ventajas.
En “Deuda de vida”, damos un salto atrás en el tiempo y
nos trasladamos a la Grecia clásica de hace 2.600 años en vísperas de la
celebración de unos Juegos Olímpicos que reviviremos en directo y conoceremos
cómo era la vida normal y diaria en aquellos tiempos. Es una novela inspirada
en hechos históricos, en donde el amor, la amistad y el honor son puestos a
prueba y en donde se nos demuestra que hubo un tiempo en que una palabra dada,
un apretón de manos, valía más que cualquier contrato.
NOVELAS ESCOGIDAS
En “EL ECO DE OTRO MUNDO”, se aborda el mundo del teatro
y este nos introduce en el mundo de la familia, padres e hijos.
En “LA ESPERA SIN FIN”, un joven escritor descubre el
amor en el lugar más insospechado. Una lucha entre la esperanza y el
abatimiento.
En “UNA BODA Y UN ARMARIO”, pasamos a la más pura
diversión; sin más aspiraciones…que ya es bastante.
En “ADIÓS EN AZUL” viviremos una historia de amor y
distancia, por los intrincados caminos del destino.
En “EL CÍRCULO DE HADAS” nos vamos siglos atrás, al mundo
mágico de las leyendas, la fantasía y los misterios.
En “LA SOMBRA EN EL ASFALTO” se cuenta una historia
íntima sobre el paso del tiempo y cómo el destino nos devuelve nuestra propia
imagen.
En “PUZZLE” iremos reuniendo piezas sueltas de un puzzle
cuyo resultado final sólo se podrá contemplar cuando lo hayamos completado.
Disponibles en Amazon en tres ediciones: tapa dura, tapa
blando y eBook:
Novelas con aire nórdico
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Novelas con corazón
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Novelas escogidas
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Si mirásemos
al Madrid de los años 70, con las luces de neón parpadeando en las calles al
anochecer, quizás escucharíamos aquella canción de Camilo Sesto que tanto se
clavó en el alma de nuestro protagonista…
Un adiós sin
razones
Unos años
sin valor
Me
acostumbré
A tus besos
y a tu piel color de miel
A la espiga
de tu cuerpo
A tu risa y
a tu ser
Mi voz se
quiebra
Cuando te
llamo
Y tu nombre
Se vuelve
hiedra
Que me
abraza
Y entre sus
ramas
Ella esconde
mí tristeza
Algo de mí,
algo de mí, algo de mí
Se va
muriendo
Quiero vivir,
quiero vivir
Saber por
qué
Te vas, amor
Te vas, amor
Pero te
quedas
Porque
formas parte de mí
Y en mi casa
Y en mi alma
Hay un sitio
para ti
Se que
mañana
Al
despertarme
No hallare
A quien
hallaba
Y en su
sitio
Habrá un
vacío
Grande y
muro como el alma
Algo de mí,
algo de mí, algo de mí
Se va
muriendo
Quiero
vivir, quiero vivir
Saber por
qué
Te vas, amor
Te vas, amor
Pero te
quedas
Porque
formas parte de mí
Y en mi casa
Y en mi alma
Hay un sitio
para ti
Algo de mí,
algo de mí, algo de mí
Se va muriendo
Quiero
vivir, quiero vivir
Saber por
qué
Te vas, amor
Algo de mí,
algo de mí, algo de mí
Se va
muriendo, quiero vivir, quiero vivir
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corazón
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En este volumen titulado “Novelas con aire nórdico”, se
ofrecen dos novelas muy diferentes, de Vicente Fisac, en donde Noruega es también protagonista y
el autor nos conducirá por aspectos desconocidos de este país…
No es ningún secreto que al periodista y escritor Vicente
Fisac siempre le ha atraído de una manera muy especial Noruega, por eso no es
de extrañar que este país forme parte de alguna de sus novelas. En este libro,
en concreto, se incluyen dos novelas ambientadas –en todo o en parte- en
Noruega. La primera, es una biografía de una superestrella de su tiempo de la que,
sin embrago, apenas nadie recuerda, y cuya apasionante vida ha sido ahora
rememorada. La segunda novela comienza en España pero, por caprichos del
destino, sus personajes emprenderán una huida que les llevará hasta Noruega y
allí conocerán cómo son las gentes de este país y el contraste entre la
sociedad española y la sociedad noruega.
En “La joven rubia de Glommen”, seguiremos paso a paso la
vida y las emociones de Erika Nissen (1845-1903), pianista y auténtica
superestrella del siglo XIX. Su carácter firme e independiente, en una sociedad
donde la mujer estaba supeditada al hombre, su compromiso social especialmente
con las clases más desfavorecidas, y su defensa de los derechos de las mujeres,
chocó con la sociedad de su tiempo… y sin embargo, cuando la escuchaban tocar
esa música que llegaba al corazón, le perdonaron todo.
En “Huyendo hacia el silencio” nos trasladamos a la época
actual en España. Allí, un experto publicitario ya jubilado nos cuenta la
historia de un joven cantante al que la fama ha sobrepasado y busca un poco de
paz y anonimato en su vida. Un encuentro casual dará un giro completo a la vida
de estos dos personajes y se sucederán toda una serie de persecuciones,
intrigas e incluso actos heroicos que nos revelarán una personalidad a
contracorriente, la de un joven que lejos de seguir las modas y las normas él sigue
las suyas, pero sin imponerlas a nadie, simplemente predicando con el ejemplo.
“Novelas con aire nórdico”, de Vicente Fisac
Disponible en Amazon, en tres ediciones: tapa dura, tapa
blanda y eBook:
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Madrid,
1975. La noche era un lienzo de contradicciones. Las calles, iluminadas por
letreros de neón que parpadeaban como promesas rotas, vibraban con el rumor de
una ciudad que no sabía si aferrarse al pasado o lanzarse al abismo de un
futuro incierto. Era una época de susurros y sombras, de cafés llenos de humo
donde se hablaba de libertad en voz baja, de cines abarrotados donde las
pantallas ofrecían un escape momentáneo, de discotecas que palpitaban con
ritmos disco y el eco de canciones como las de Raphael o Nino Bravo, que
parecían capturar el anhelo colectivo de algo más. España estaba al borde de un
cambio, con el régimen de Franco tambaleándose y una generación joven que
soñaba con nuevos horizontes, aunque aún no supiera cómo.
En medio de
este torbellino vivía Juan, un joven de veinticinco años con el alma de un
poeta y el corazón de un buscador. No era como los demás. Mientras sus
contemporáneos se perdían en la efervescencia de la noche, en risas que
ocultaban vacíos y en coqueteos que duraban lo que una canción, Juan anhelaba
algo más profundo: una conexión que trascendiera lo superficial, un amor que no
se desvaneciera con la luz del amanecer. Sus días los pasaba entre libros y una
vieja máquina de escribir, tejiendo historias que intentaban capturar las
verdades que no se atrevía a pronunciar en voz alta.
Pero la
noche, esa fuerza magnética que atraía a todos, también lo había atrapado,
llevándolo a un mundo de luces estroboscópicas y promesas vacías donde buscaba,
sin saberlo, un destello de eternidad.
Novelas con
corazón
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