lunes, 17 de noviembre de 2025

El círculo de hadas (16)

Al cabo de un rato —horas que se estiraron como siglos—, Arne agachó la cabeza con resignación, mesándose los cabellos grises. Lágrimas silenciosas surcaron sus mejillas curtidas por los años y encendidas ahora por la desesperación. La única forma de poner algo de luz en todo aquel caos era volver al bosque, al claro donde todo comenzó. Encontrar de nuevo el círculo de setas —o lo que quedaba de él: un anillo de muñones cercenados por su navaja curva, tierra herida y micelio roto—. Esa puerta profanada quizás fuese la única forma de volver a su mundo, a su tiempo, a la cabaña donde el fuego aún ardía en la chimenea. "Debo intentarlo", dijo, levantándose con piernas temblorosas. "Solo, si es preciso".
 
Se despidió del viejo con un apretón de manos calloso —el anciano le entregó un saquito de bellotas encantadas como talismán, murmurando bendiciones incomprensibles— y de Lirael con una inclinación torpe, la cesta de setas marchitas colgada del hombro como una cruz.
 
Emprendió el camino de regreso bajo un cielo tachonado de estrellas desconocidas, más brillantes y numerosas que en Eldenwood, como si el firmamento mismo hubiera cambiado. El sendero serpenteaba entre campos plateados por la luna, el aire cargado de un silencio opresivo roto solo por el ulular de búhos invisibles. Pero antes de perderse en la noche, una voz lo detuvo como un conjuro: “¡Espera!”.
 
Se giró, y allí estaba Lirael, corriendo tras él con el vestido violeta ondeando como alas de cuervo, el cello envuelto en una manta sobre la espalda y una mochila de cuero al hombro. Su rostro, iluminado por la luna, ardía con determinación. “Iré contigo”, añadió, sin resuello pero sin vacilación. “Conozco el bosque mejor que nadie; fui yo quien vio al viajero antiguo. Y... no puedo dejarte solo en esto. El círculo me debe una deuda; testifiqué su magia, y ahora la romperé contigo si es posible”.
 
Arne la miró, atónito, un nudo de gratitud y temor en la garganta. ¿Por qué arriesgarse por un extraño milenario, un profanador de portales? Pero en sus ojos vio un reflejo de su propia pérdida: quizás Lirael cargaba sus propios exilios, sus propios círculos rotos. “¿Y si no hay vuelta atrás?”, preguntó él.
“Entonces forjaremos uno nuevo”, respondió ella, con una sonrisa feroz que disipaba las sombras. “O moriremos intentándolo”.
 
Y así, los dos comenzaron ese camino en busca del círculo de setas en el corazón del bosque. Arne, el leñador envejecido por siglos invisibles; Lirael, la cellista de secretos ancestrales. Avanzaban bajo la luna plateada, el bosque cerrándose a su alrededor como un laberinto vivo, en espera de quién sabe qué: un portal restaurado, un vórtice de luz devoradora, un abismo eterno. Quién sabe dónde, quién sabe cuándo... Solo el susurro de las hojas prometía respuestas, y el viento llevaba ecos de setas que aún sangraban magia rota.
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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