El
escenario sigue siendo el apartamento de Alberto en Madrid, 1970. La atmósfera
está cargada de un caos apenas contenido. El armario, aún humeante, vibra
ligeramente como si tuviera vida propia. Hay una mesa con papeles desordenados,
copas a medio beber y un cenicero a rebosar. La música suave sigue sonando en
el tocadiscos, pero ahora parece irónicamente romántica para la situación.
Alberto, visiblemente nervioso pero intentando mantener la compostura, se alisa
la camisa y se dirige a la puerta tras encerrar a Benjamín y Juan en el
armario. Suena un tercer timbrazo, más insistente.
Alberto
abre la puerta y entra Carmen, una mujer extravagante con un sombrero de plumas
que parece haber escapado de un cabaret. Lleva un bolso enorme y un perfume que
invade la habitación. Habla con un tono teatral y gesticula exageradamente.
Alberto queda atónito, paralizado, incapaz de reaccionar porque no esperaba esa
visita. ¡Esta no era su abogada sino una amiga un tanto loca y disparatada con
la que corrió muchas juergas!
CARMEN.-
¡Querido, queridísimo Alberto! ¡Por fin te encuentro! (Se lanza a abrazarlo,
casi derribándolo. Alberto, sorprendido, intenta zafarse sin perder la sonrisa)
¿No me digas que olvidaste nuestra cita? ¡Tres meses planeándola, tres meses!
ALBERTO.- (Desconcertado, improvisando) ¿Carmen? ¡Carmen, qué alegría! No, no, cómo iba a olvidarte, pero… verás, estoy en medio de… un experimento sociológico.
CARMEN.- (Ignorándolo, entra como si fuera la dueña del lugar y se quita el sombrero, dejándolo caer sobre la mesa) ¡Oh, un experimento! Me encanta, me encanta. ¿Es sobre el amor? ¿La pasión? ¿La libertad del alma? (Se sienta en el sofá, cruzando las piernas con dramatismo) Cuéntame todo, que soy toda oídos… y corazón.
ALBERTO.- (Mirando nervioso hacia el armario, porque Benjamín y Juan no paran de moverse dentro y hacer ruido) Bueno, es… complicado. Digamos que estoy explorando… las dinámicas del compromiso humano. (Se acerca al tocadiscos y sube el volumen para disimular los ruidos) ¿Una copita?
CARMEN.- (Entusiasmada.) ¡Ay, sí, por favor! Algo fuerte, que me despierte el espíritu. (Se pone a tararear la música y a mover los hombros como si estuviera en un club) Entonces, ¿es verdad lo que me contaste en la plaza Mayor? ¿Que buscabas una musa para tu vida?
ALBERTO.- (Sirviendo una copa con manos temblorosas, claramente sin recordar esa conversación) ¿La plaza Mayor? ¡Oh, claro, claro! Fue… una noche mágica, ¿verdad? Pero, Carmen, hoy estoy un poco… ocupado. ¿Te importa si lo dejamos para otro día?
(En ese momento, se escucha un estornudo estruendoso desde el armario. Carmen se queda paralizada a mitad de un sorbo. Alberto tose exageradamente para cubrir el ruido)
CARMEN.- (Entrecerrando los ojos) ¿Qué ha sido eso? ¿Tienes un gato? ¿Un perro? ¿Un amante escondido? (Se levanta y camina hacia el armario con curiosidad felina)
ALBERTO.- (Interponiéndose a toda velocidad) ¡No, no, nada de eso! Es… el vecino. Sí, el vecino. Tiene alergia al incienso que tengo en el armario. (Señala vagamente al armario) Ya sabes, estas paredes son de papel.
CARMEN.- (No muy convencida, pero distraída por su propia narrativa) Bueno, da igual. Hablemos de nosotros. (Lo agarra del brazo y lo sienta a su lado en el sofá) Alberto, no puedes seguir viviendo como un bohemio solitario. Necesitas una mujer como yo: vibrante, apasionada, una tempestad de emociones. (Se abanica con la mano) ¿No lo sientes? ¡Es el destino!
ALBERTO.- (Sudando, mirando de reojo la puerta del baño por donde salió Ana) Carmen, eres… un huracán, sin duda. Pero, verás, estoy en un momento de… introspección. Necesito tiempo para…
(La puerta del baño se abre de golpe y aparece Ana, con el pelo ligeramente despeinado y una expresión de confusión. Lleva los papeles del compromiso en la mano. Al ver a Carmen, se detiene en seco)
ANA.- (Frunciendo el ceño) ¿Alberto? ¿Quién es esta… señora?
CARMEN.- (Levantándose como un resorte, ofendida) ¿Señora? ¡Oye, pequeña, que soy una artista, una diosa del escenario! (Se gira hacia Alberto) ¿Y esta quién es? ¿Otra de tus “musas”?
ALBERTO.- (Pálido, levantando las manos como si pudiera detener el caos) ¡Tranquilas, tranquilas! Esto es un malentendido. Ana, ella es Carmen, una… amiga de la infancia. Carmen, ella es Ana, mi… (duda) …mi… asesora poética.
ANA.- (Cruzándose de brazos, blandiendo los papeles) ¿Asesora poética? ¡Acabas de pedirme matrimonio, Alberto!
CARMEN.- (Dramática, llevándose una mano al pecho) ¿Matrimonio? ¡Esto es una traición! ¡Me juraste amor eterno bajo el reloj de la Puerta del Sol!
ALBERTO.- (Desesperado) ¡Yo no juré nada! Carmen, por favor, no fue en la Puerta del Sol, fue… en un sueño. ¡Un sueño que tuviste tú!
(El armario empieza a temblar violentamente. Se escucha un “¡Atchís!” seguido de un “¡Cállate, Juan!” apenas disimulado. Ana y Carmen se giran hacia el armario al mismo tiempo)
ANA.- (Acusadora.) ¿Y ahora qué? ¿Un coro griego en el armario?
CARMEN.- (Intrigada, acercándose al armario) ¡Esto es fascinante! ¿Es parte del experimento? ¿Un happening teatral? (Intenta abrir la puerta, pero está cerrada con llave.
Alberto, en pánico, se lanza a bloquear el armario)
ALBERTO.- ¡No, no, no! Es… un armario experimental. Muy frágil. No se toca. (Se guarda la llave en el otro bolsillo, nervioso) ¿Sabéis qué? Vamos a sentarnos y a charlar como adultos. (Intenta guiarlas al sofá, pero ninguna se mueve)
(De repente, se escucha el timbre de la puerta. Todos quedan paralizados. Ana y Carmen miran a Alberto, esperando una explicación)
ANA.- ¿Y ahora quién es?
CARMEN.- (Con sarcasmo) ¿Otra candidata al “experimento”?
ALBERTO.- (Al borde del colapso, mirando al armario, a la puerta y a las mujeres) ¡Esto es un malentendido cósmico! (Corre hacia la puerta, murmurando) Solo un segundo…
(Abre la puerta y entra Dolores, una mujer con gafas de bibliotecaria, cargada con un maletín lleno de documentos y un aire de eficiencia implacable)
DOLORES.- Señor Vargas, vengo por lo del contrato de matrimonio. He revisado los términos y tengo varias enmiendas porque no se puede hacer tal como me había indicado. (Mira a Ana y Carmen, sin inmutarse.) ¿Son las testigos?
(El armario emite un crujido ominoso. Se escucha un “¡No aguanto más!” seguido de un golpe. Ana, Carmen y Dolores miran al armario. Benjamín y Juan, no aguantando más gritan como Pedro Picapiedra: “¡Alberto, ábrenos la puerta!”. Alberto se desmaya dramáticamente en el suelo)
Fin de la segunda escena. Se oscurece el escenario.
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Sigue esperando”: https://www.amazon.es/dp/1705805434
ALBERTO.- (Desconcertado, improvisando) ¿Carmen? ¡Carmen, qué alegría! No, no, cómo iba a olvidarte, pero… verás, estoy en medio de… un experimento sociológico.
CARMEN.- (Ignorándolo, entra como si fuera la dueña del lugar y se quita el sombrero, dejándolo caer sobre la mesa) ¡Oh, un experimento! Me encanta, me encanta. ¿Es sobre el amor? ¿La pasión? ¿La libertad del alma? (Se sienta en el sofá, cruzando las piernas con dramatismo) Cuéntame todo, que soy toda oídos… y corazón.
ALBERTO.- (Mirando nervioso hacia el armario, porque Benjamín y Juan no paran de moverse dentro y hacer ruido) Bueno, es… complicado. Digamos que estoy explorando… las dinámicas del compromiso humano. (Se acerca al tocadiscos y sube el volumen para disimular los ruidos) ¿Una copita?
CARMEN.- (Entusiasmada.) ¡Ay, sí, por favor! Algo fuerte, que me despierte el espíritu. (Se pone a tararear la música y a mover los hombros como si estuviera en un club) Entonces, ¿es verdad lo que me contaste en la plaza Mayor? ¿Que buscabas una musa para tu vida?
ALBERTO.- (Sirviendo una copa con manos temblorosas, claramente sin recordar esa conversación) ¿La plaza Mayor? ¡Oh, claro, claro! Fue… una noche mágica, ¿verdad? Pero, Carmen, hoy estoy un poco… ocupado. ¿Te importa si lo dejamos para otro día?
(En ese momento, se escucha un estornudo estruendoso desde el armario. Carmen se queda paralizada a mitad de un sorbo. Alberto tose exageradamente para cubrir el ruido)
CARMEN.- (Entrecerrando los ojos) ¿Qué ha sido eso? ¿Tienes un gato? ¿Un perro? ¿Un amante escondido? (Se levanta y camina hacia el armario con curiosidad felina)
ALBERTO.- (Interponiéndose a toda velocidad) ¡No, no, nada de eso! Es… el vecino. Sí, el vecino. Tiene alergia al incienso que tengo en el armario. (Señala vagamente al armario) Ya sabes, estas paredes son de papel.
CARMEN.- (No muy convencida, pero distraída por su propia narrativa) Bueno, da igual. Hablemos de nosotros. (Lo agarra del brazo y lo sienta a su lado en el sofá) Alberto, no puedes seguir viviendo como un bohemio solitario. Necesitas una mujer como yo: vibrante, apasionada, una tempestad de emociones. (Se abanica con la mano) ¿No lo sientes? ¡Es el destino!
ALBERTO.- (Sudando, mirando de reojo la puerta del baño por donde salió Ana) Carmen, eres… un huracán, sin duda. Pero, verás, estoy en un momento de… introspección. Necesito tiempo para…
(La puerta del baño se abre de golpe y aparece Ana, con el pelo ligeramente despeinado y una expresión de confusión. Lleva los papeles del compromiso en la mano. Al ver a Carmen, se detiene en seco)
ANA.- (Frunciendo el ceño) ¿Alberto? ¿Quién es esta… señora?
CARMEN.- (Levantándose como un resorte, ofendida) ¿Señora? ¡Oye, pequeña, que soy una artista, una diosa del escenario! (Se gira hacia Alberto) ¿Y esta quién es? ¿Otra de tus “musas”?
ALBERTO.- (Pálido, levantando las manos como si pudiera detener el caos) ¡Tranquilas, tranquilas! Esto es un malentendido. Ana, ella es Carmen, una… amiga de la infancia. Carmen, ella es Ana, mi… (duda) …mi… asesora poética.
ANA.- (Cruzándose de brazos, blandiendo los papeles) ¿Asesora poética? ¡Acabas de pedirme matrimonio, Alberto!
CARMEN.- (Dramática, llevándose una mano al pecho) ¿Matrimonio? ¡Esto es una traición! ¡Me juraste amor eterno bajo el reloj de la Puerta del Sol!
ALBERTO.- (Desesperado) ¡Yo no juré nada! Carmen, por favor, no fue en la Puerta del Sol, fue… en un sueño. ¡Un sueño que tuviste tú!
(El armario empieza a temblar violentamente. Se escucha un “¡Atchís!” seguido de un “¡Cállate, Juan!” apenas disimulado. Ana y Carmen se giran hacia el armario al mismo tiempo)
ANA.- (Acusadora.) ¿Y ahora qué? ¿Un coro griego en el armario?
CARMEN.- (Intrigada, acercándose al armario) ¡Esto es fascinante! ¿Es parte del experimento? ¿Un happening teatral? (Intenta abrir la puerta, pero está cerrada con llave.
Alberto, en pánico, se lanza a bloquear el armario)
ALBERTO.- ¡No, no, no! Es… un armario experimental. Muy frágil. No se toca. (Se guarda la llave en el otro bolsillo, nervioso) ¿Sabéis qué? Vamos a sentarnos y a charlar como adultos. (Intenta guiarlas al sofá, pero ninguna se mueve)
(De repente, se escucha el timbre de la puerta. Todos quedan paralizados. Ana y Carmen miran a Alberto, esperando una explicación)
ANA.- ¿Y ahora quién es?
CARMEN.- (Con sarcasmo) ¿Otra candidata al “experimento”?
ALBERTO.- (Al borde del colapso, mirando al armario, a la puerta y a las mujeres) ¡Esto es un malentendido cósmico! (Corre hacia la puerta, murmurando) Solo un segundo…
(Abre la puerta y entra Dolores, una mujer con gafas de bibliotecaria, cargada con un maletín lleno de documentos y un aire de eficiencia implacable)
DOLORES.- Señor Vargas, vengo por lo del contrato de matrimonio. He revisado los términos y tengo varias enmiendas porque no se puede hacer tal como me había indicado. (Mira a Ana y Carmen, sin inmutarse.) ¿Son las testigos?
(El armario emite un crujido ominoso. Se escucha un “¡No aguanto más!” seguido de un golpe. Ana, Carmen y Dolores miran al armario. Benjamín y Juan, no aguantando más gritan como Pedro Picapiedra: “¡Alberto, ábrenos la puerta!”. Alberto se desmaya dramáticamente en el suelo)
Fin de la segunda escena. Se oscurece el escenario.
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
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