miércoles, 12 de abril de 2017

Inglés inventado

A lo largo de mi vida he tenido muchos profesores de inglés pero –salvo excepciones- las clases me han parecido muy aburridas porque por lo general todo su empeño era que conociésemos bien la gramática, en vez de centrarse en enseñarnos a entendernos con otras personas en ese idioma. Por eso, siempre que he podido, he procurado aplicar mi imaginación y buen humor para hacer las clases más llevaderas.

En este sentido, una de las cosas que solía hacer era traducir nombres de cosas o ciudades al inglés, para sorpresa y risa de todos. Por ejemplo, decía que yo había nacido en “Gives and honey” (Daimiel), que era un pueblo de “Royal City” (Ciudad Real), muy próximo a “Blonded village of the eyes” (Villarrubia de los ojos) y que para ir allí desde Madrid había que desviarse en “Pencil harbour” (Puerto Lápice).

Con todo, lo más divertido y entrañable fueron las últimas clases de inglés que di con una profesora particular que me puso la empresa. Yo le planteé desde el principio que no quería saber nada de reglas gramaticales sino sólo practicar conversación. Así, en ese lenguaje coloquial que manteníamos se me ocurrió un día ponerme a mí mismo unos ejercicios que luego al día siguiente corregiríamos en clase: la traducción al inglés de algunas de mis poesías.

Fue así como aprendí un montón de inglés, porque traducir una poesía no es sólo decir eso mismo en inglés, sino que hay que trasladar el ritmo y la musicalidad del poema, y eso requiere un estudio mucho más amplio de sinónimos y de diferentes formas de expresar una idea. Esa es, justo, la clave para hablar bien en inglés: si no te sale la forma de expresar una idea, busca de inmediato una forma alternativa que te permita decir lo mismo pero con palabras diferentes.

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